Recuerdos ante una fotografía

Me regalaste una instantánea en la que te retratabas junto al puente, sobre el Valderaduey y con el pueblo al fondo. Era una más, de las habituales que solemos cambiar de vez en cuando en el WhatsApp; la observé con cuidado y me transportó justamente a ese punto, junto a ti en el puente, en aquel día mustio de invierno, mirando el objetivo con un asomo de tristeza en la mirada.

Escudriñé cada parte del fondo que tenías a tu espalda: unas pocas casas algo abigarradas en la ladera que miraban al río, el agua del cauce que bajaba serena para cruzar el puente y continuar su camino; los corrales antaño llenos de vacas y ahora vacíos de animales, la villa, el cementerio que se intuía muy a lo lejos con ese horrible depósito de agua que instalaron con desacierto y torpeza junto al camposanto y que siempre me ha parecido una falta de respeto a los que allí moran…

Aquella fotografía me transportó a las calles vacías de Castronuevo, en un invierno triste, algo lluvioso y más oscuro de lo que sería preciso. Recordé la familia que ha regresado al pueblo tras vivir fuera de él para ser enterrada en el cementerio, aumentando la población difunta y disminuyendo los habitantes. Se ha ido demasiada gente en poco tiempo; la generación anterior a la mía, la de mis padres, está despareciendo poco a poco, y es precisamente esa estirpe la que fundamentó mis bases, la que estableció mi infancia, acompañó mi juventud, estableció mi conocimiento y asentó la semilla de mi personalidad. Siento que se viene abajo una parte de mí, y me resisto a que muera como ellos, así que escribo las anécdotas de quienes ya no están, las recuerdo en instantáneas de mi pensamiento e intento no olvidarlas.

Tu imagen melancólica junto al río me ha recordado también las casas que ahora solo son solares vacíos en los que crecen cardos y maleza, sin un atisbo de la vida que albergaron ni de las personas con historias que se han evaporado como si nunca hubieran existido. El pueblo está desangelado porque lo que eran barrios solo son casas desperdigadas sin conexión alguna, y a pesar de ello sigo amándolo como siempre y visitándolo virtualmente a menudo gracias a la tecnología que me permite recorrer sus calles. 

Quiero desde estas líneas rendir mi homenaje a los pocos jóvenes que viven en Castronuevo y no se han dejado seducir por las supuestas bondades de la ciudad, a quienes continúan con la tradición agrícola de sus padres, a los que dan sentido a unas estadísticas rurales cada vez más menguadas, porque son los olvidados por los gobiernos de turno autonómicos y estatales que no quieren reconocer el enorme problema de la despoblación rural y, por tanto, no son capaces de prevenir ni poner soluciones a problemas que se agravan cada día. No podemos permitirnos perder ni obviar al mundo agrario, ni tampoco abandonar a los pueblos a su suerte solo porque ahora no resulta rentable o no es el momento, porque cuando se aborde el problema será ya demasiado tarde.

Me gustaría que la imagen que me enviaste pudieran verla las autoridades competentes porque en tu mirada resignada se lee esta desesperación que los castellanos sufrimos siempre en silencio, resignados a que la suerte no va a favorecernos, sin capacidad para rebelarnos, para denunciar. Yo quiero hacerlo desde estas líneas con la ingenua intención de  que pueblos como el mío no desaparezcan con sus habitantes y Castronuevo vuelva a ser algún día la base sobre la que se formen personas que, al igual que yo, solo conservan de él buenos recuerdos.