Eugenio de Ávila
Miércoles, 27 de Marzo de 2019
PERSPECTIVAS

Castiguémoslos con nuestros votos

Eugenio-Jesús de Ávila

[Img #26462]No me resigno, no. Nunca me daré por vencido. Zamora tiene que ser una ciudad viva, que los jóvenes se queden porque hay posibilidades de progreso, que los comercios, extraordinarios por la calidad de sus productos, resulten rentables; que hoteles, restaurantes y cafeterías se llenen de un turismo cultural, ávido de conocer nuestro patrimonio  monumental, lugares históricos, donde se empezó a escribir la historia de España; la ciudad en la que nacieron dos genios de la poesía, de la cultura universal, del talento, como García Calvo y Claudio Rodríguez; la urbe que ha convertido su Semana Santa en una demostración estética; la provincia que guarda tradiciones únicas y paisajes mágicos en tan solo 10.500 kilómetros cuadrados, que produce, además, materias primas magníficas, carnes extraordinarias, el mejor queso de oveja del orbe,  vinos elegantes y nobles. Lo tenemos todos. ¿Qué nos falta, pues, para que Zamora se desmorone, sus jóvenes, con o sin carreras, huyan; se cierren comercios, el campo se halle huérfano de agricultores y ganaderos, despoblado, convertido en un desierto demográfico? ¿Qué nos ha pasado?

 

He reflexionado mucho sobre las causas que nos condujeron a esta luctuosa situación económica y demográfica. Ya he escrito, con reiteración, que Zamora, cuando el Estado se olvidó de su geografía, inició su desplome. Otras ciudades progresaron merced a decisiones políticas, como ha sido Valladolid, la más favorecida por la Junta de Castilla y León, institución absurda que pretendió fundir dos regiones distintas por diversos conceptos, culturales e históricos; una comunidad que sobra, como el resto de autonomías, creadas para el disfrute de los grandes partidos políticos, verdaderas colmenas de mediocres vividores de la res pública, personajes como Lucas, que tenía, y se le nota, la doble región en la cabeza, hombre que aprobó la oposición y se dedicó a la política hasta que lo saque la vejez, sin saber cuáles fueron sus méritos, más que la obediencia al jefe que correspondiese: Aznar, Rajoy o el que venga. Así hay cientos, miles, de tipos que se han aprovechado del sistema para disfrutar más allá de su categoría intelectual y profesional.

 

Los políticos de los dos grandes partidos causaron enorme daño a nuestra provincia. Mientras, sus representantes, casi todos zamoranos, traicionaron a su gente, a sus paisanos, para seguir saliendo en la fotografía, para mantener sus puestos en Congreso de los Diputados y Senado, más esa cosa de las Cortes autonómicas, cuya vida parlamentaria nos importa un pimiento a los zamoranos, esta ciudad y su geografía se difuminaron, como si se tratase de un óleo de Leonardo y su “sfumato”; se convirtieron en una gran residencia de la tercera edad, en la que, por no nacer, ya no crían ni las golondrinas, ni cantan los ruiseñores.

 

Y a esa tarea de demolición controlada, añadimos nuestra cobardía, esa apatía antropológica como he definido, encontraremos las razones de nuestras cuitas. De ahí que, con tan enorme potencial, al que añadiría el energético, explotado para beneficio de otras regiones españoles, sin beneficio alguno en la provincia -dónde están las grandes oficinas de Iberdrola en Castilla y León, dónde invierte esta enorme multinacional-, seamos la que menos actividad económica registra, la que más ancianos cobija y con las pensiones más bajas de la nación y la que más descenso de población registra en la última década.

 

¿Por qué aguantamos a estos políticos profesionales que viven a cuenta nuestra, que nos han traicionado sirviendo a sus partidos y olvidándose de nuestras necesidades más perentorias? ¡Ya está bien de guardar silencio, de callarnos, de votar a los de siempre, de rendirles pleitesía? ¿Dónde moran nuestros intelectuales, qué escriben y dicen los medios de comunicación, qué dicen nuestras CEOE y Cámara de Comercio, qué AZECO, qué los sindicatos, qué los poetas?

 

¿A quiénes sirve la prensa local, los partidos políticos, nuestras asociaciones, nuestros pensadores? Pero es que aquí nadie habla, pero es que un servidor se ha vuelto loco y ve lo que no existe para llorar cada día palabras como lágrimas. ¡Qué esperamos para tomar nuestra Bastilla? ¿Qué esperamos para que España se entere de que Zamora, una provincia y ciudad que forma parte de su historia, se muere, abandonada por las instituciones públicas, resignada a  su suerte, avergonzada de su decadencia.

 

Pensad, zamoranos,  que no duele, que no hace daño; os lo juro, en nombre de un dios que no existe. Nos queda un mes para demostrar a los políticos profesionales, a los partidos del voto y del olvido, que todavía existimos, que tenemos un corazón que late, con ritmo, con fuerza para cambiar el presente y asir otro futuro. No se admiten cobardes. Castiguemos con nuestro voto. Ninguno se merece que votemos a su favor.

 

 

 

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