EN SU MEMORIA
¡Un gran hombre!
Así es como mi vecina Marisol me describió en pocas palabras y de un plumazo a una persona que acaba de dejarnos, Antonio de Ávila Comín.
Acababa de enterarse del fallecimiento del bueno de Antonio y corrió a contármelo porque sabe que participo de esa opinión, ¡un gran hombre!.
Le conocimos en Zamora, cada uno en alguna de sus múltiples facetas, funcionario, presidente y amante del Zamora C.F., regente y gerente de aquella agencia de viajes, Wagons Lits Cook, situada al lado de la calle de San Torcuato, donde ahora está el restaurante La Baraka, y que tan profesional y atentamente proporcionaba billetes de ferrocarril para los que, en aquellos tiempos daban tumbos por el Europa y el mundo.
Me recuerda Marisol, precisamente, que fue Antonio el que le vendió, tras una magnífica asesoría, un billete de tren para ir a ver a un amor que ella tenía en Alemania. Era la primera vez que salía de España, exceptuando las excursiones a Miranda do Douro, y se atrevió a cruzar Europa con no sé cuántos transbordos de tren en Medina del Campo, Irún-Hendaya, París, Aachen, Colonia, etc… y, todo ese lío se lo dejó don Antonio absolutamente claro y cronometrado, de tal forma que, fue tanta la precisión en los enlaces, que llegó a su destino incluso antes de lo previsto.
No se trata de hacer ahora un panegírico, que es lo que se hace con los santos y Antonio era un hombre, pero se trata de hacer un buen recuerdo de alguien que, en justicia, se lo merece. Antonio era un hombre, eso sí, un hombre bueno, un gran hombre.
Kebedo.
Así es como mi vecina Marisol me describió en pocas palabras y de un plumazo a una persona que acaba de dejarnos, Antonio de Ávila Comín.
Acababa de enterarse del fallecimiento del bueno de Antonio y corrió a contármelo porque sabe que participo de esa opinión, ¡un gran hombre!.
Le conocimos en Zamora, cada uno en alguna de sus múltiples facetas, funcionario, presidente y amante del Zamora C.F., regente y gerente de aquella agencia de viajes, Wagons Lits Cook, situada al lado de la calle de San Torcuato, donde ahora está el restaurante La Baraka, y que tan profesional y atentamente proporcionaba billetes de ferrocarril para los que, en aquellos tiempos daban tumbos por el Europa y el mundo.
Me recuerda Marisol, precisamente, que fue Antonio el que le vendió, tras una magnífica asesoría, un billete de tren para ir a ver a un amor que ella tenía en Alemania. Era la primera vez que salía de España, exceptuando las excursiones a Miranda do Douro, y se atrevió a cruzar Europa con no sé cuántos transbordos de tren en Medina del Campo, Irún-Hendaya, París, Aachen, Colonia, etc… y, todo ese lío se lo dejó don Antonio absolutamente claro y cronometrado, de tal forma que, fue tanta la precisión en los enlaces, que llegó a su destino incluso antes de lo previsto.
No se trata de hacer ahora un panegírico, que es lo que se hace con los santos y Antonio era un hombre, pero se trata de hacer un buen recuerdo de alguien que, en justicia, se lo merece. Antonio era un hombre, eso sí, un hombre bueno, un gran hombre.
Kebedo.

















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