POLÍTICA
Vox Populi y censuras
Los nervios no le dejaban sentarse cómodamente en el escaño; cómoda, su mente había albergado el sueño de que nada pasaría, pero la disgregación del partido, y no solo el suyo, era un hecho. Como en un cadáver donde la corrupción se asienta, iban saliendo manchas en un grupo que había funcionado durante décadas; con lo que había sufrido en los pasillos del partido que le había amamantado, había peligro de quedarse en la calle, sin trabajo, si no se alcanzaban los suficientes votos.
Así a denigrar a diestro y siniestro para mantener la poltrona, atacando a los nuevos partidos que están royendo los cimientos de los clásicos, aunque algunos de sus miembros lo hayan hecho un poco mal. Por eso se sonrió cuando le llegó la noticia de que la fiscalía investigaba al número dos de Vox por un delito de odio contra los musulmanes. Estos nuevos partidos que disgregan el edificio político, piedra quebrada en mil pedazos, ya empiezan a sufrir el sistema al que querían trepar para dominarlo. Abascal decía que "si quieren callarnos deben saber que van a tener que meternos a todos en la cárcel y ni aún así nos van a callar". Una asociación musulmana le había denunciado, una de las que proliferan entre esos dos millones de seguidores de Mahoma que habitan nuestras tierras, casi la mitad con pasaporte español, -¡qué hubiera dicho Felipe II si hubiera podido imaginarlo, después de las Alpujarras!-.
Tampoco a él le gustaban velos o prohibiciones y la amenaza terrorista de quienes odian nuestra civilización, pero el perseguido ahora era Javier Ortega porque había dicho:"Nuestro enemigo común, el enemigo de Europa, el enemigo del progreso, el enemigo de la democracia, (...) el enemigo del futuro se llama la invasión islamista". Las leyes eran, de nuevo, el problema, pero, de momento, mientras atacaran a otros, se frotaba las manos: el artículo 510.1 del Código Penal castiga hasta con cuatro años de cárcel a quienes "públicamente fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo [...] por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias". Está feo el odio, pero cómo definirlo; quién dice que lo tiene es cuestión a veces harto subjetiva. Atacar la “discriminación” contra un grupo (¿nazis incluidos?) por la ideología o creencias puede llevar a una censura total, ya que cualquier crítica puede concebirse como odio, basta contemplar las discusiones en la vida cotidiana. La voz del pueblo coincide bastante con el dicho que ahora se juzga, aunque no lo haga con otros de sus planteamientos. La libertad asesinada queda por defender lo políticamente correcto y eso es lo que anda podrido en nuestra sociedad, la política, su falsa corrección.
Los nervios no le dejaban sentarse cómodamente en el escaño; cómoda, su mente había albergado el sueño de que nada pasaría, pero la disgregación del partido, y no solo el suyo, era un hecho. Como en un cadáver donde la corrupción se asienta, iban saliendo manchas en un grupo que había funcionado durante décadas; con lo que había sufrido en los pasillos del partido que le había amamantado, había peligro de quedarse en la calle, sin trabajo, si no se alcanzaban los suficientes votos.
Así a denigrar a diestro y siniestro para mantener la poltrona, atacando a los nuevos partidos que están royendo los cimientos de los clásicos, aunque algunos de sus miembros lo hayan hecho un poco mal. Por eso se sonrió cuando le llegó la noticia de que la fiscalía investigaba al número dos de Vox por un delito de odio contra los musulmanes. Estos nuevos partidos que disgregan el edificio político, piedra quebrada en mil pedazos, ya empiezan a sufrir el sistema al que querían trepar para dominarlo. Abascal decía que "si quieren callarnos deben saber que van a tener que meternos a todos en la cárcel y ni aún así nos van a callar". Una asociación musulmana le había denunciado, una de las que proliferan entre esos dos millones de seguidores de Mahoma que habitan nuestras tierras, casi la mitad con pasaporte español, -¡qué hubiera dicho Felipe II si hubiera podido imaginarlo, después de las Alpujarras!-.
Tampoco a él le gustaban velos o prohibiciones y la amenaza terrorista de quienes odian nuestra civilización, pero el perseguido ahora era Javier Ortega porque había dicho:"Nuestro enemigo común, el enemigo de Europa, el enemigo del progreso, el enemigo de la democracia, (...) el enemigo del futuro se llama la invasión islamista". Las leyes eran, de nuevo, el problema, pero, de momento, mientras atacaran a otros, se frotaba las manos: el artículo 510.1 del Código Penal castiga hasta con cuatro años de cárcel a quienes "públicamente fomenten, promuevan o inciten directa o indirectamente al odio, hostilidad, discriminación o violencia contra un grupo [...] por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias". Está feo el odio, pero cómo definirlo; quién dice que lo tiene es cuestión a veces harto subjetiva. Atacar la “discriminación” contra un grupo (¿nazis incluidos?) por la ideología o creencias puede llevar a una censura total, ya que cualquier crítica puede concebirse como odio, basta contemplar las discusiones en la vida cotidiana. La voz del pueblo coincide bastante con el dicho que ahora se juzga, aunque no lo haga con otros de sus planteamientos. La libertad asesinada queda por defender lo políticamente correcto y eso es lo que anda podrido en nuestra sociedad, la política, su falsa corrección.






















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