PERSPECTIVAS
Sindicatos: presente y futuro
No es cuestión de añorar ahora a Marcelino Camacho y Nicolás Redondo, sindicalistas ejemplares, producto de una dictadura; el sindicalismo del sigl XXI vive en democracia, que avoca a nuevas soluciones para empresarios y trabajadores
Eugenio-Jesús de Ávila
El proletariado nunca fue la clase revolucionaría. Ni lo será. El obrero, el trabajador, quiere ser burgués, que resulta pretensión vana. La pequeña burguesía intelectual y algunos aristócratas avanzados –entre los bolcheviques hubo algunos que jugaron un rol esencial-, entre los que emerge, como gran personalidad del anarquismo, Bakunin, dirigieron las revoluciones occidentales. Por su puesto, aquella en la que se fijaron los marxistas, la Francesa.
Ahora, una gran mayoría de sindicalistas son funcionarios. Y, como bien conoce el lector habitual de mis artículos, todo servidor del Estado es, en esencia conservador. ¡Cómo considerar a una persona que, tras finalizar sus estudios, superiores o medios, empolla una oposición con el objetivo de asegurarse un salario, más o menos, digno, toda la vida!
Los sindicatos de clase dejaron de ser revolucionarios ha mucho tiempo. En democracia, se rebelaron contra Felipe González, hecho inédito en la UGT, porque las políticas económicas pseudoliberales del PSOE no les gustaron nada. Después, poco a poco, se adaptaron a las circunstancias para realizar duras críticas, algunas muy razonables, a los gobiernos populares. Lógico. Ahora, forman parte del sistema. En esta España del siglo XXI ya no existe una CNT revolucionaria e insurreccional como la de la II República, un auténtico sindicato de obreros.
UGT y CC.OO. ahora solo buscan un objetivo: mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, con mayor incidencia en la función pública y en las grandes empresas, porque los trabajadores que desempeñan su labor en pymes de menos de cinco obreros siguen siendo los grandes explotados y olvidados. Resulta sencillo presionar a cualquier administración del Estado y multinacionales, pero hay que tenerlos bien puestos para exigir a un pequeño empresario que cumpla con la ley laboral.
Alguna vez se lo comenté a Ángel del Carmen y Manuel Prieto, secretarios provinciales de UGT y CC.OO. , dos sindicalistas abiertos, nada sectarios, dialogantes: ¿Por qué los sindicatos no viven de las cuotas de sus afiliados, sin vínculo alguno con el Estado, sin recibir dinero público, con lo que serían más libres, como sucede en Alemania? Si no recuerdo mal, la respuesta de los dos vino a traducirse en que, particularmente, les parecería bien, pero que entonces los convenios que se firmasen con la administración y empresas solo atendiesen a sus afiliados. Porque, en verdad, solo hay 10% de trabajadores en los sindicatos, pero de su labor se aprovechan el resto de los obreros españoles.
Los sindicatos se irán adaptando a las circunstancias laborales y económicas de la nación. Ahora hay calma chicha. Después, si Sánchez aplica medidas de gran gasto público, como desea, quiere y pretende Podemos, conllevarán, sin duda, subida de impuestos, que castigarán a las pequeñas empresas y a la clase media, tocará analizar la nueva situación que vivirá la nación. Y no conozco que se favorezca el empleo desde la subida de impuestos. A más cargas fiscales, más paro.
Habrá momentos duros en el futuro, cuando se colapse la economía y si Europa decide intervenir España. Tras la calma y cierta euforia de este 1º de Mayo, quizá los sindicatos tendrán que hacer frente a una profunda borrasca económica y social de imprevisibles consecuencias. No es cuestión de añorar a dos grandes ejemplos para el sindicalismo patrio, Marcelino Camacho y Nicolás Redondo. Ambos fueron producto de una dictadura. Ahora, en democracia, hay que seguir vigilando el abuso de los empresarios más cerriles sobre sus trabajadores e intentar que las pensiones no se derrumben. Se necesitan ideas, análisis profundos para que los trabajadores que hoy frisan los 50 años y todas las generaciones venideras.
Zamora también es otra cosa. Somos España, pero olvidada, despoblada, envejecida. Una provincia con las pensiones más bajas del Estado, que dan para ir viviendo y poco más. Ahí sí necesitamos a los sindicatos más que en la función pública. Defensa a ultranza del sector primario, de la inversión empresarial en la transformación de nuestras magníficas materias primas, de ausencia de cargas fiscales sobre los agricultores y ganaderos. Si el campo emerge, Zamora tendrá futuro. Y poco más en una provincia donde los autónomos, como un servidor, formamos parte de la clase trabajadora. Hoy, 1º de Mayo, también es mi fiesta. Me considero más trabajador que empresario, aunque el callo lo lleve en el alma, no en las manos.
Eugenio-Jesús de Ávila
El proletariado nunca fue la clase revolucionaría. Ni lo será. El obrero, el trabajador, quiere ser burgués, que resulta pretensión vana. La pequeña burguesía intelectual y algunos aristócratas avanzados –entre los bolcheviques hubo algunos que jugaron un rol esencial-, entre los que emerge, como gran personalidad del anarquismo, Bakunin, dirigieron las revoluciones occidentales. Por su puesto, aquella en la que se fijaron los marxistas, la Francesa.
Ahora, una gran mayoría de sindicalistas son funcionarios. Y, como bien conoce el lector habitual de mis artículos, todo servidor del Estado es, en esencia conservador. ¡Cómo considerar a una persona que, tras finalizar sus estudios, superiores o medios, empolla una oposición con el objetivo de asegurarse un salario, más o menos, digno, toda la vida!
Los sindicatos de clase dejaron de ser revolucionarios ha mucho tiempo. En democracia, se rebelaron contra Felipe González, hecho inédito en la UGT, porque las políticas económicas pseudoliberales del PSOE no les gustaron nada. Después, poco a poco, se adaptaron a las circunstancias para realizar duras críticas, algunas muy razonables, a los gobiernos populares. Lógico. Ahora, forman parte del sistema. En esta España del siglo XXI ya no existe una CNT revolucionaria e insurreccional como la de la II República, un auténtico sindicato de obreros.
UGT y CC.OO. ahora solo buscan un objetivo: mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, con mayor incidencia en la función pública y en las grandes empresas, porque los trabajadores que desempeñan su labor en pymes de menos de cinco obreros siguen siendo los grandes explotados y olvidados. Resulta sencillo presionar a cualquier administración del Estado y multinacionales, pero hay que tenerlos bien puestos para exigir a un pequeño empresario que cumpla con la ley laboral.
Alguna vez se lo comenté a Ángel del Carmen y Manuel Prieto, secretarios provinciales de UGT y CC.OO. , dos sindicalistas abiertos, nada sectarios, dialogantes: ¿Por qué los sindicatos no viven de las cuotas de sus afiliados, sin vínculo alguno con el Estado, sin recibir dinero público, con lo que serían más libres, como sucede en Alemania? Si no recuerdo mal, la respuesta de los dos vino a traducirse en que, particularmente, les parecería bien, pero que entonces los convenios que se firmasen con la administración y empresas solo atendiesen a sus afiliados. Porque, en verdad, solo hay 10% de trabajadores en los sindicatos, pero de su labor se aprovechan el resto de los obreros españoles.
Los sindicatos se irán adaptando a las circunstancias laborales y económicas de la nación. Ahora hay calma chicha. Después, si Sánchez aplica medidas de gran gasto público, como desea, quiere y pretende Podemos, conllevarán, sin duda, subida de impuestos, que castigarán a las pequeñas empresas y a la clase media, tocará analizar la nueva situación que vivirá la nación. Y no conozco que se favorezca el empleo desde la subida de impuestos. A más cargas fiscales, más paro.
Habrá momentos duros en el futuro, cuando se colapse la economía y si Europa decide intervenir España. Tras la calma y cierta euforia de este 1º de Mayo, quizá los sindicatos tendrán que hacer frente a una profunda borrasca económica y social de imprevisibles consecuencias. No es cuestión de añorar a dos grandes ejemplos para el sindicalismo patrio, Marcelino Camacho y Nicolás Redondo. Ambos fueron producto de una dictadura. Ahora, en democracia, hay que seguir vigilando el abuso de los empresarios más cerriles sobre sus trabajadores e intentar que las pensiones no se derrumben. Se necesitan ideas, análisis profundos para que los trabajadores que hoy frisan los 50 años y todas las generaciones venideras.
Zamora también es otra cosa. Somos España, pero olvidada, despoblada, envejecida. Una provincia con las pensiones más bajas del Estado, que dan para ir viviendo y poco más. Ahí sí necesitamos a los sindicatos más que en la función pública. Defensa a ultranza del sector primario, de la inversión empresarial en la transformación de nuestras magníficas materias primas, de ausencia de cargas fiscales sobre los agricultores y ganaderos. Si el campo emerge, Zamora tendrá futuro. Y poco más en una provincia donde los autónomos, como un servidor, formamos parte de la clase trabajadora. Hoy, 1º de Mayo, también es mi fiesta. Me considero más trabajador que empresario, aunque el callo lo lleve en el alma, no en las manos.
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