ELECCIONES
Zamora: una doncella a la que todos los partidos políticos cortejan
Eugenio-Jesús de Ávila
No sé si me he convertido en un patriota zamorano, en un cretino, en un obseso de mi tierra, pero las elecciones municipales me erotizan. Me convierto en algo así como en un padre al que los partidos políticos vienen a pedirme la mano de mi hija primogénita, la más hermosa, la más sensible, la más femenina: Zamora.
Todos la procuran, todos ofrecen dotes maravillosas, todos, según confiesan, están preparados para dar todo por ella, gobernarla, mimarla, embellecerla, defenderla. No me fío de algunos galanes, que la cortejan, le prometen visitar los anillos de Saturno y traer al Duero las sirenas que le cantaban a Odiseo. Sin embargo, hay otros, gente buena, bien parecidos, sencillos, que me caen bien.
Hay seductores que, si contraen matrimonio con mi Zamora, restaurarán su epidermis, que no es otra cosa que su patrimonio monumental, al que el tiempo, la dejadez de los malandrines y la estupidez de vándalos descerebrados afearon. Otros desean que se postule como modelo medieval, para que desfile por las pasarelas más distinguidas del turismo. Así, vendrían en el futuro a disfrutar con ella en su feudo.
Yo les he comentado que mi ciudad, mi primogénita, se encuentra muy sola, que necesita compañía, que la gente recorra sus calles, que los comercios sean un negocio, nunca un calvario; que los jóvenes no se vayan a lejanas tierras; que los ancianos se sientan como adolescentes y puedan pasear por rúas y plazas sin tener que realizar grandes esfuerzos, y que los zamoranos se sientan dichosos de vivir en su tierra y nacer y morir, a poder ser, en Zamora.
Me temo que alguno de esos candidatos, de esos partidos políticos, traicione a mi chica, que le ponga los “cuernos”, que la engañe con otra más grande, más poderosa, como Valladolid, donde todos otros tipos más fuertes y altos invierten dinero público, mientras que aquí, a Zamora, solo le dan unas perras para que se sienta satisfecha, mientras se divierte . Me niego a que mi hija sufra por culpa de su pareja, que se la haga de menos con Pucela y Burgos, que la putee, se rían de ella.
Amo mucho a Zamora y solo concederé su mano aquel partido que me haya demostrado que, de verdad, la adora; que no quiere llevarla al altar para aprovecharse de su patrimonio, de su historia, de su leyenda, de su candidez. Entregaré la ciudad del alma al hombre que me mire a los ojos, que no dude, que no me amenace, que no me chantajee, que lo dé todo por ella a cambio de su tiempo, ese capital del que ignoras cuándo se acabará en el banco de la vida.
No sé si me he convertido en un patriota zamorano, en un cretino, en un obseso de mi tierra, pero las elecciones municipales me erotizan. Me convierto en algo así como en un padre al que los partidos políticos vienen a pedirme la mano de mi hija primogénita, la más hermosa, la más sensible, la más femenina: Zamora.
Todos la procuran, todos ofrecen dotes maravillosas, todos, según confiesan, están preparados para dar todo por ella, gobernarla, mimarla, embellecerla, defenderla. No me fío de algunos galanes, que la cortejan, le prometen visitar los anillos de Saturno y traer al Duero las sirenas que le cantaban a Odiseo. Sin embargo, hay otros, gente buena, bien parecidos, sencillos, que me caen bien.
Hay seductores que, si contraen matrimonio con mi Zamora, restaurarán su epidermis, que no es otra cosa que su patrimonio monumental, al que el tiempo, la dejadez de los malandrines y la estupidez de vándalos descerebrados afearon. Otros desean que se postule como modelo medieval, para que desfile por las pasarelas más distinguidas del turismo. Así, vendrían en el futuro a disfrutar con ella en su feudo.
Yo les he comentado que mi ciudad, mi primogénita, se encuentra muy sola, que necesita compañía, que la gente recorra sus calles, que los comercios sean un negocio, nunca un calvario; que los jóvenes no se vayan a lejanas tierras; que los ancianos se sientan como adolescentes y puedan pasear por rúas y plazas sin tener que realizar grandes esfuerzos, y que los zamoranos se sientan dichosos de vivir en su tierra y nacer y morir, a poder ser, en Zamora.
Me temo que alguno de esos candidatos, de esos partidos políticos, traicione a mi chica, que le ponga los “cuernos”, que la engañe con otra más grande, más poderosa, como Valladolid, donde todos otros tipos más fuertes y altos invierten dinero público, mientras que aquí, a Zamora, solo le dan unas perras para que se sienta satisfecha, mientras se divierte . Me niego a que mi hija sufra por culpa de su pareja, que se la haga de menos con Pucela y Burgos, que la putee, se rían de ella.
Amo mucho a Zamora y solo concederé su mano aquel partido que me haya demostrado que, de verdad, la adora; que no quiere llevarla al altar para aprovecharse de su patrimonio, de su historia, de su leyenda, de su candidez. Entregaré la ciudad del alma al hombre que me mire a los ojos, que no dude, que no me amenace, que no me chantajee, que lo dé todo por ella a cambio de su tiempo, ese capital del que ignoras cuándo se acabará en el banco de la vida.
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