ZAMORANA
Zamora y Castilla
Mª Soledad Martín Turiño
Ya lo expresaba Machado con pluma de llanto negro:
"Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía! / ¡Castilla, tus decrépitas ciudades!/ ¡La agria melancolía / que puebla tus sombrías soledades!
Y desde que lo escribió poco ha cambiado en esta nuestra tierra castellano-leonesa. Las ciudades –pese a ser magníficas en cultura, gastronomía o arquitectura- se siguen percibiendo como provincianas, escasean sus habitantes, las calles están más desiertas que nunca, los comercios cerrados, la gente pasiva o resignada que no sé qué es peor; y son decrépitas a pesar de su incontestable belleza. Algunas se ven más favorecidas porque se ha trabajado la promoción turística y otras van abocadas al ostracismo por culpa de una inexistente propaganda de sus bondades, lo que las anula y deja invisibles; puede que este último caso sea el de Zamora, nuestra ciudad, que continua siendo para muchos una perfecta desconocida y cuando preguntas a la gente solo la relacionan con la manida Semana Santa ignorando un sinfín de posibilidades por descubrir.
Asimismo el prolífico escritor Juan Pablo Mañueco se condolía “acusando a los partidos políticos que actúan en el ámbito castellano de ser meras instancias sucursalistas, de no haber asumido la defensa de nuestra nación porque sus intereses están fuera de ella, de no saber siquiera qué cosa extraña es esa realidad agonizante que llamamos Castilla. Y en cuanto a vosotros, pueblo castellano, os digo: ¿Hasta cuándo vais a seguir sufriendo silenciosamente el olvido constante de vuestras necesidades?". Si estas palabras las referimos a Zamora como parte integrante de Castilla que es, efectivamente somos un pueblo resignado, ignorado por los políticos, incluso aquellos que han nacido aquí, apartado de la realidad porque no nos sublevamos, porque somos gente apacible y sufrida, no apocadita como escribió un día la ínclita Rigalt (aprovecho para darle un poco de publicidad gratuita); tal vez por todo ello seguimos a la cola de unas prebendas que ya han obtenido nuestras provincias vecinas.
Sin embargo, y a pesar de todo, si hay algo que nos caracterice a los zamoranos es el apasionamiento que sentimos por nuestra tierra que se nota hasta en la forma de pronunciar el nombre de la ciudad o sus pueblos. No conozco a ningún paisano que no lleve en la sangre este amor que no saben manifestar si no es con la expresión de sus ojos contemplando con un orgullo mal disimulado la amplitud de un campo, el cereal recolectado (para ellos “siempre” escaso porque la cosecha “siempre” es peor de lo que debería) o unos aperos de labranza que exhiben con satisfacción si es en un pueblo, o un paseo por la ciudad a la que miran con reverencia cuando pisan sus calles aún a pesar de que éstas no sean –para los demás- las mejores del mundo.
Ya lo expresaba Machado con pluma de llanto negro:
"Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía! / ¡Castilla, tus decrépitas ciudades!/ ¡La agria melancolía / que puebla tus sombrías soledades!
Y desde que lo escribió poco ha cambiado en esta nuestra tierra castellano-leonesa. Las ciudades –pese a ser magníficas en cultura, gastronomía o arquitectura- se siguen percibiendo como provincianas, escasean sus habitantes, las calles están más desiertas que nunca, los comercios cerrados, la gente pasiva o resignada que no sé qué es peor; y son decrépitas a pesar de su incontestable belleza. Algunas se ven más favorecidas porque se ha trabajado la promoción turística y otras van abocadas al ostracismo por culpa de una inexistente propaganda de sus bondades, lo que las anula y deja invisibles; puede que este último caso sea el de Zamora, nuestra ciudad, que continua siendo para muchos una perfecta desconocida y cuando preguntas a la gente solo la relacionan con la manida Semana Santa ignorando un sinfín de posibilidades por descubrir.
Asimismo el prolífico escritor Juan Pablo Mañueco se condolía “acusando a los partidos políticos que actúan en el ámbito castellano de ser meras instancias sucursalistas, de no haber asumido la defensa de nuestra nación porque sus intereses están fuera de ella, de no saber siquiera qué cosa extraña es esa realidad agonizante que llamamos Castilla. Y en cuanto a vosotros, pueblo castellano, os digo: ¿Hasta cuándo vais a seguir sufriendo silenciosamente el olvido constante de vuestras necesidades?". Si estas palabras las referimos a Zamora como parte integrante de Castilla que es, efectivamente somos un pueblo resignado, ignorado por los políticos, incluso aquellos que han nacido aquí, apartado de la realidad porque no nos sublevamos, porque somos gente apacible y sufrida, no apocadita como escribió un día la ínclita Rigalt (aprovecho para darle un poco de publicidad gratuita); tal vez por todo ello seguimos a la cola de unas prebendas que ya han obtenido nuestras provincias vecinas.
Sin embargo, y a pesar de todo, si hay algo que nos caracterice a los zamoranos es el apasionamiento que sentimos por nuestra tierra que se nota hasta en la forma de pronunciar el nombre de la ciudad o sus pueblos. No conozco a ningún paisano que no lleve en la sangre este amor que no saben manifestar si no es con la expresión de sus ojos contemplando con un orgullo mal disimulado la amplitud de un campo, el cereal recolectado (para ellos “siempre” escaso porque la cosecha “siempre” es peor de lo que debería) o unos aperos de labranza que exhiben con satisfacción si es en un pueblo, o un paseo por la ciudad a la que miran con reverencia cuando pisan sus calles aún a pesar de que éstas no sean –para los demás- las mejores del mundo.



















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