Viernes, 26 de Diciembre de 2025

Eugenio de Ávila
Viernes, 13 de Diciembre de 2019
RES PÚBLICA

Al borde del abismo político

Habría que reconstruir lo que nos queda de democracia, profundizarla, potenciarla, acabar con la partitocracia, la corrupción, el nepotismo y las taifas autonómicas, y poner fin a los privilegios de los políticos

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Dijo Tristan Tzara, creador del dadaísmo, que “estoy en contra de los sistemas, y el más aceptable es aquel que no tiene en  principio ningún principio”. Se refería este genio de origen rumano y judío al mundo del arte, pero sería bueno extrapolarlo al mundo de la política.

 En España, que vive un momento político convulso, nunca antes experimentado, porque el periodo republicano desde el triunfo del centro derecha en noviembre de 1933, pasando por el golpe de  Estado revolucionario de las izquierdas, y su finiquito, después de las elecciones del 16 de febrero de 1936, carece de parangón con el actual. Entonces, apenas había clase media; ahora domina el panorama nacional, porque, sin la mesocracia España resultaría ingobernable.

 En este moribundo 2019, me parece impensable que surja una revolución marxista y comunista en nuestra nación como aconteció  en 1934 y 1936. Y de locos que la revolución la desencadenase el fascismo. Ridículo. En España no hay partidos fascistas, pero sí marxistas, con un toque estalinistas, pero sin poder ni aquí ni lejos de nuestras fronteras, como la URSS durante la II República.  

No obstante, la anunciada crisis económica, a la que podríamos añadir el Brexit, dañaría gravemente la gobernabilidad de la democracia española. Porque si la clase media se depaupera, se proletariza, podrían surgir movimientos sociales difícilmente controlables.

Confieso que soy antisistema, pero sin comulgar con los etarras de Bildu, ni con los CDR catalanes, ni esos partidos pequeños burgueses como ERC y el de los herederos del más honorable entre los golfos, Jordi Pujol. Y no soy tampoco antisistema como Pablo Iglesias, al que yo creí, incauto de mí, cándido, que era el Prometeo de la democracia, el líder que viniera a transformarla, a profundizarla, a dejar en la cuneta de sus respectivas corrupciones al PSOE, su maestro, y el PP, excelente continuador. Pero Podemos se convirtió, por arte de birlibirloque, en otro producto del sistema. De momento, no sé cómo le llegó el dinero para sus campañas electorales.

No ignoro que Soraya Sáenz de Santamaría potenció a Iglesias en los medios de comunicación que dominaba, los de derechas, como El Gato al Agua, y los de izquierdas, como los del trotskista multimillonario y separatista, Roures, me refiero a ese conglomerado de la Sexta, la Cuatro y A3. Buscaba la repipi política popular abrirle un boquete al PSOE por la femoral izquierda, que atravesaba un momento complicadísimo tras el desastre Zapatero, gestor de la actual crisis en Cataluña. Además acabó con una Izquierda Unida, que iba a su aire, pero que tenía su público. Gente decente, aunque melancólica.

Soy repúblico, como se definía el gran maestro García Trevijano, pero no me gustan las repúblicas revolucionarias, como las dos sufridas por España. Pero admitamos que nuestra monarquía fue obra del franquismo y admitida por PSOE y PCE y el sector falangista de AP, que nunca aplaudió a Franco por elegir a Juan Carlos como su sucesor. No estaría mal haber preguntado al pueblo español, ya maduro, aunque muy infantil y aborregado, si prefería tener un rey o reina o un presidente o presidenta de una República. Convencido estoy que habría ganado la actual opción. Tampoco, como escribí hace unos días, el problema fundamental del sistema, de esta democracia, es la forma de Estado, porque el problema es el mismo sistema, y los malandrines que viven de la política en monarquía también ejercerían su incapacidad y amoralidad en una república.

No me gusta un sistema con unos partidos, sindicatos y patronal que pagamos todos los españoles con nuestros impuestos. Un servidor no tiene por qué contribuir al mantenimiento de las formaciones políticas ni obreras ni del capital. ¡Qué se lo paguen ellos, sus afiliados! ¡Qué los sindicatos negocien para su gente, que los partidos vivan de sus cuotas, como también le corresponde a la CEOE-Cepyme!

Aborrezco un sistema que contempla la pensión máxima para los políticos, diputados y senadores, por ejerces sus cargos, llenos de privilegios y prebendas, después de pasarse unos cuantos años, en ambas cámaras, mientras que el resto de españoles las pasa canutas para vivir de su mísera pensión.

Me da náusea una Ley Electoral como la actual, que premia a los partidos secesionistas, otorgándoles más diputados que los nacionales, pese a obtener muchos más votos, con lo que después chantajean al PSOE, como está sucediendo ahora, y al PP, como aconteció en la primera legislatura de Aznar y la segunda de Rajoy.

Me repugna esta clase política que pasa de los ciudadanos, a los que solo mendiga el voto cuando toca periodo electoral y comicios locales; personas con escasa cualificación que solo han sabido vivir de la res pública desde que iban con pantalones cortos o faldas plisadas. Individuos  que no elige el pueblo, convertido en rebaño, que tan solo rubrica la elección del jefe del partido, al que siempre obedecerán, aunque su docilidad cause daños y perjuicios a su tierra, a su ciudad, a su provincia.

Me asquea que haya regiones privilegiadas desde el origen de esta democracia: los vascos, con sus cupos y sus foros medievales; los catalanes, que alcanzaron un desarrollo extraordinario merced al arancel de Cánovas, los favores de la dictablanda y el franquismo, continuados por Felipe González, que mandó parar cuando pudo acabar con la carrera del cerebro del secesionismo catalán, Pujol, por lo de Banca Catalana; por Aznar, que cantaba a Lluis Llach en la ducha o mientras se recortaba el bigote; por Zapatero, el  memo y felón que les puso en bandeja el golpe de Estado; Mariano y Soraya, dos pusilánimes, un minga fría y un gineceo congelado, y enfatizada por el presidente bonito, Pedro Sánchez, genio capaz de contradecirse en un mismo discurso.

Hay que reconstruir una verdadera democracia, sin autonomías ridículas, donde abrevan los más mediocres de los partidos, que ya es decir; convertidas en reinos de taifas, con corrupciones por doquier, nepotismo a raudales, privilegios y prebendas: Andalucía, Castilla y León, Comunidad de Madrid, Valencia, Cataluña…Soy jacobino. Perdón.

Democracia con una ley electoral que otorgue al ciudadano la capacidad de elegir y censurar al político, que debe estar a su servicio, nunca al del partido; que habrá de dar cuenta pública de su trabajo, en el Congreso, Senador o Cortes autonómicas, todos los fines de semana, en ruedas de prensa abiertas.

Democracia con un sistema de salud que atienda a todos los españoles, vivan en Madrid o en Barjacoba, en Baracaldo o en Torres del Carrizal, sean recién nacidos, mozalbetes, maduros o ancianos.

Democracia con un sistema público educativo tan extraordinario que la burguesía obvie la enseñanza privada. Desaparición de la concertada, aunque el Estado se ahorre dinero con esta bicoca para religiosos, religiosas y empresarios. ¿Pública o privada? Usted elige. Becas importantes para los hijos del proletariado y las clases medias, de autónomos y pequeños agricultores.

Sanciones durísimas, con penas incluso de prisión, para los políticos que enchufen a familiares, amigos y amantes. Dureza, con posibilidad de acabar con su carrera pública, para los funcionarios que no cumplan con su deber, traten mal al ciudadano y vagueen.

Mimar a los científicos y dedicar grandes sumas de dinero público a la investigación. Purgar la universidad pública de cobistas, jetas y gente sin la preparación adecuada.

Independencia judicial y fiscal absoluta. Sin necesidad de un Gobierno del Consejo del Poder Judicial.

Transformar el sector primario. Ayudas importantes para los agricultores jóvenes, que se quedarán en el campo para ganarse la vida, siempre y cuando obtengan excelente rendimientos de sus tierras y de su ganado. PAC para quién viva, de forma directa, de la agricultura, nunca para los terratenientes, grandes burgueses y alta aristocracia.

Si tolo lo escrito se considera fuera del sistema, yo lo estoy. No me avergüenza. Me sentiría mal conmigo mismo si me satisficiera este modelo paupérrimo de democracia, abierta a la corrupción, al doctorado en nepotismo, a la felonía; partitocracia nauseabunda, destructora de la alta cultura, que se sirve de las televisiones del cotilleo erótico y relaciones adulteras de heteras y macarras y del gran capital invertido en clubes de fútbol; sistema que ha colocado a la nación más antigua de Europa al borde del abismo político y económico. Vale.

 

Eugenio-Jesús de Ávila

 

 

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