OPINIÓN
Hoy tengo un mal día
Zamora es mucho más que lo único que explotamos como turístico, su Semana Santa, para mí sin duda la mejor, la más auténtica, austera y la más fiel a lo que debió de ocurrir por aquel entonces. Te lo dice una atea confesa, pero que adora el arte con el que se recrea todo lo que debió de acontecer durante aquellos días. Escuchar el Miserere de José María Alcácer a capela, en una sepulcral Plaza de Viriato, únicamente iluminada por teas como fue que se nos ha ido contando de generación en generación desde hace casi ya 2020 años y el RESPETO de la gente excepto de los curiosos que, asombrados quieren llevarse en sus móviles o cámaras ese espectáculo único por si acaso no vuelven, o se van a Sevilla o Málaga, o Murcia donde se vive la Semana Santa de un modo total y absolutamente diferente. Ni mejor ni peor, diferente es la palabra.
Del Parque Natural de Despeñaperros (Jaén) hacia abajo, la Semana Santa es otra muy diferente, mucho. Sin embargo, hay algo que no me gusta de la Semana Santa de nuestra ciudad. La dictadura de algunas cofradías y el hecho de que te traten como a un desecho si eres un recién llegado, con la ilusión de pertenecer a una de las cofradías más numerosas de España. (Me refiero casi exclusivamente a los varones). Mandar tanto de una manera cuasi dictatorial, eso no hay por donde cogerlo, los cofrades mayores o de más edad o experiencia no deben más que enseñar a los que no saben, como un buen maestro enseña con paciencia a su alumno recién llegado al aula. Amén de todos los que se engalanan solo una, o dos, o incluso tres veces al año para no volver a pisar una iglesia hasta el año siguiente. Vergonzante, hipócrita, cínico e insultante para los verdaderos creyentes que dejan todos los domingos y algunos, todos los días, las rodillas con sus correspondientes callos o raspones en los bancos de una iglesia de barrio cualquiera.
Mención aparte merecen las señoras que hacen lo propio. Visten sus mejores abrigos de pieles, para que las vecinas que son de misa dominical y más si cabe, diaria, sean conscientes de que hasta en Semana Santa, donde debe reinar la austeridad del llamado buen cristiano sigue habiendo clases y clases, los que van a ver las procesiones con fervor y los que creen que la verdadera procesión son ellos mismos. Cruel diferencia. Eso es aquí bastante evidente, tanto lo de la dictadura en algunas cofradías (palabras textuales de algunos que fueron y ya no son porque la presión era demencial) como los que se quedan en el frío y duro suelo mientras otros, los que mandan en el cotarro están calentitos en la Iglesia de la Encarnación. Yo misma he escuchado al mismo tiempo que el Miserere, risas, voces, invitando a un "refrigerio" por llamarlo de algún modo a sus acólitos, sin mostrarse más que el antes y el después, sólo obsequiando a la plebe que son los que, al fin y a la postre, los ha puesto donde están y que pasa frío, la jeta de los bien bebidos y bien comidos, desde algún balcón de La Diputación o del Parador. Estos oídos que hoy me machacarán por atacar sólo algunas maneras de llevar la Semana Santa, que sigue siendo declarada de Interés Turístico Internacional, como no podía ser de otro modo, quizá ahora si no lo llevan ya en los genes del conformismo, escucharán otras voces más críticas, no sólo la mía o la de otros que somos considerados los raros. Más raro resulta que somos lo ateos o agnósticos los que respetamos con más seriedad las tradiciones que esas fechas merecen.
Todavía quedan unos meses y se olvidarán estos y otros comentarios, entre tanto, daré rienda suelta a mi repulsión por la navidad, que no deja de ser un invento de los americanos y que hemos adoptado como nuestro, cuya única función es conseguir que la gente gaste un dinero que no tiene para agasajar a gran parte de una familia con la que casi ni se habla, y que unos a otros regalen cosas que no necesitan y que, probablemente, no necesitarán en un futuro a corto, medio o, si me apuras ni siquiera a largo plazo.
Todavía me veréis, no tardando, desnuda aunque vestida con un barril sujetado con cuerdas, una tea encendida y gritando, como hacia Diógenes” “Busco un hombre” (pero para otros menesteres de os que estáis pensando, Diógenes buscaba al verdadero ser humano hecho varón. Corto y cierro.
Zamora es mucho más que lo único que explotamos como turístico, su Semana Santa, para mí sin duda la mejor, la más auténtica, austera y la más fiel a lo que debió de ocurrir por aquel entonces. Te lo dice una atea confesa, pero que adora el arte con el que se recrea todo lo que debió de acontecer durante aquellos días. Escuchar el Miserere de José María Alcácer a capela, en una sepulcral Plaza de Viriato, únicamente iluminada por teas como fue que se nos ha ido contando de generación en generación desde hace casi ya 2020 años y el RESPETO de la gente excepto de los curiosos que, asombrados quieren llevarse en sus móviles o cámaras ese espectáculo único por si acaso no vuelven, o se van a Sevilla o Málaga, o Murcia donde se vive la Semana Santa de un modo total y absolutamente diferente. Ni mejor ni peor, diferente es la palabra.
Del Parque Natural de Despeñaperros (Jaén) hacia abajo, la Semana Santa es otra muy diferente, mucho. Sin embargo, hay algo que no me gusta de la Semana Santa de nuestra ciudad. La dictadura de algunas cofradías y el hecho de que te traten como a un desecho si eres un recién llegado, con la ilusión de pertenecer a una de las cofradías más numerosas de España. (Me refiero casi exclusivamente a los varones). Mandar tanto de una manera cuasi dictatorial, eso no hay por donde cogerlo, los cofrades mayores o de más edad o experiencia no deben más que enseñar a los que no saben, como un buen maestro enseña con paciencia a su alumno recién llegado al aula. Amén de todos los que se engalanan solo una, o dos, o incluso tres veces al año para no volver a pisar una iglesia hasta el año siguiente. Vergonzante, hipócrita, cínico e insultante para los verdaderos creyentes que dejan todos los domingos y algunos, todos los días, las rodillas con sus correspondientes callos o raspones en los bancos de una iglesia de barrio cualquiera.
Mención aparte merecen las señoras que hacen lo propio. Visten sus mejores abrigos de pieles, para que las vecinas que son de misa dominical y más si cabe, diaria, sean conscientes de que hasta en Semana Santa, donde debe reinar la austeridad del llamado buen cristiano sigue habiendo clases y clases, los que van a ver las procesiones con fervor y los que creen que la verdadera procesión son ellos mismos. Cruel diferencia. Eso es aquí bastante evidente, tanto lo de la dictadura en algunas cofradías (palabras textuales de algunos que fueron y ya no son porque la presión era demencial) como los que se quedan en el frío y duro suelo mientras otros, los que mandan en el cotarro están calentitos en la Iglesia de la Encarnación. Yo misma he escuchado al mismo tiempo que el Miserere, risas, voces, invitando a un "refrigerio" por llamarlo de algún modo a sus acólitos, sin mostrarse más que el antes y el después, sólo obsequiando a la plebe que son los que, al fin y a la postre, los ha puesto donde están y que pasa frío, la jeta de los bien bebidos y bien comidos, desde algún balcón de La Diputación o del Parador. Estos oídos que hoy me machacarán por atacar sólo algunas maneras de llevar la Semana Santa, que sigue siendo declarada de Interés Turístico Internacional, como no podía ser de otro modo, quizá ahora si no lo llevan ya en los genes del conformismo, escucharán otras voces más críticas, no sólo la mía o la de otros que somos considerados los raros. Más raro resulta que somos lo ateos o agnósticos los que respetamos con más seriedad las tradiciones que esas fechas merecen.
Todavía quedan unos meses y se olvidarán estos y otros comentarios, entre tanto, daré rienda suelta a mi repulsión por la navidad, que no deja de ser un invento de los americanos y que hemos adoptado como nuestro, cuya única función es conseguir que la gente gaste un dinero que no tiene para agasajar a gran parte de una familia con la que casi ni se habla, y que unos a otros regalen cosas que no necesitan y que, probablemente, no necesitarán en un futuro a corto, medio o, si me apuras ni siquiera a largo plazo.
Todavía me veréis, no tardando, desnuda aunque vestida con un barril sujetado con cuerdas, una tea encendida y gritando, como hacia Diógenes” “Busco un hombre” (pero para otros menesteres de os que estáis pensando, Diógenes buscaba al verdadero ser humano hecho varón. Corto y cierro.


















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