Sábado, 22 de Noviembre de 2025

Eugenio de Ávila
Viernes, 31 de Enero de 2020
ZAMORANA

Vejez y compromiso

[Img #34602]No me gusta la vejez, esa etapa de la vida en la que la decrepitud se manifiesta con su mayor crudeza: pérdida de movilidad, de memoria, ralentización de los sentidos, cronicidad de enfermedades, egoísmo, manías, dependencia…Alguien dijo una vez aquello de que la arruga es bella; no estoy de acuerdo; nada más hermoso que la tersura de la piel, la vigencia de los sentidos, el brillo de la salud que brinda la juventud y se pierde, inevitablemente, con el transcurso de los años.

 

Vivimos en una sociedad que se hace vieja por días, con una población cada vez más anciana y una práctica ausencia de niños, lo que convierte los pueblos y ciudades en un enorme asilo al que, más pronto que tarde, habrá que dotar de instituciones públicas y privadas para cobijar a muchas personas que serán dependientes, estarán solas y necesitarán de cuidados. Por otra parte la forma de vida ha cambiado; ahora las cuidadoras familiares –por lo general mujeres- están emancipadas y trabajan igual que los hombres fuera de casa, lo que las impide encargarse de los padres y abuelos que no conviven como antes en el mismo domicilio familiar.

 

Se ha producido también una deshumanización y, al mismo tiempo, un deterioro considerable de las relaciones. Hemos ansiado tanto la independencia individual, que padres e hijos hacen sus vidas de manera paralela; se ven poco y la casa a menudo se convierte en lugar de paso y no de encuentro entre la familia; los abuelos viven aparte y se les visita en sus casas o en las residencias donde habitan recluidos asépticamente y donde acudimos las consabidas dos o tres horas una o dos veces a la semana para visitarles y, de paso, sosegar la conciencia.

 

A veces, paso por una de esas residencias geriátricas cercanas a casa y, sobre todo en días festivos o fines de semana, veo a los hijos que sacan a sus padres colgados de su brazo para darles un paseo por las calles de la ciudad, o empujan sus sillas de ruedas con gesto abatido, desganados, tal vez con un punto de culpa en sus rostros o en sus almas, cumpliendo una obligación antes de retornar a sus vidas. El anciano se deja arrastrar con mansedumbre, algunos están muy deteriorados y apenas se dan cuenta de nada pero la imagen que ambos ofrecen resulta deprimente. 

  

Supongo que todos en diferente medida tenemos un compromiso con la vejez: la que sufriremos en caso de llegar y la que soportamos de las personas cercanas a quienes nos vemos obligados a cuidar; en cualquier caso no abrigo esperanzas de vivir muchos años ni quisiera hacerlo con las facultades perdidas, siendo un estorbo para los míos e incluso para mí misma, antes invocaré una buena muerte que nos salve a todos de tales agonías.

 

Mª Soledad Martín Turiño

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