REPÚBLICO
Los gobiernos españoles, rehenes del nacionalismo secesionista
Ahora, en esta legislatura, lo es Pedro Sánchez, y lo será Casado, si algún día ocupa La Moncloa, mientras PSOE y PP mantengan vigente la actual Ley Electoral.
Transcurrió el tiempo suficiente para escribir historia del felipismo. Hoy me voy a referir a la cuestión de Cataluña, fuga por donde se escapa la unidad de España y su democracia. En efecto, Felipe González, el político más carismático de la España contemporánea, pudo haber acabado con el problema independentista catalán durante su primer mandato. No quiso. Jordi Pujol, arquitecto del secesionismo de aquella región española, si González hubiera querido, habría acabado en prisión e inhabilitado para ejercer cualquier cargo político, con el feo asunto de Banca Catalana. El felipismo, omnipotente, omnisciente, no necesitaba apoyos de partidos independentistas, pues gobernaba con una mayoría absoluta como jamás conoció la democracia. Solo Rajoy alcanzaría tal poder, si bien conocemos cómo lo utilizó: traición a los principios de su partido y seguidismo de Zapatero: política hacia los etarras, Ley de Aborto y de Memoria Histórica.
El PSOE y el PP, los dos partidos, si exceptuamos el breve periodo de la UCD, formación construida para la Transición, agotado por sus propias contradicciones internas –había falangistas, conservadores, liberales, cristianos y socialdemócratas-, pudieron –debieron- cambiar una Ley Electoral que primó a los partidos nacionalistas. De tal manera, el último gobierno de Felipe, el primero de Aznar, el definitivo de Rajoy y ahora y antes los de Pedro Sánchez, en funciones y el fetén, fueron y ahora son reos de los partidos que se crearon para acabar con el Estado español.
Pedro Sánchez gobernará, atado de pies y manos, porque así lo han querido los ERC, los herederos de Pujol, léase Puigdemont y Torra; PNV, los más listos, y Bildu. Estas formaciones, unas filofascistas, otra racista e hijos, hermanos y propios asesinos de ETA, deciden cómo gobernar España, la nación a la que odian.
Así, los Presupuestos del Estado para 2020 se aprobarán si esos partidos lo deciden. Las cuentas nunca favorecerán al resto de España. Lógico. Mi enemigo visceral nunca deseará mi triunfo, sino mi fracaso más rotundo. Por lo tanto, nada bueno traerá para el resto de autonomías y provincias españolas el PGE. Me gustaría equivocarme. Pero los malandrines separatistas se hallan ante su gran oportunidad histórica de derribar nuestra democracia. Ya lo intentaron el 6 de octubre de 1934 y en el otoño de 2017. ERC y demás badulaques del secesionismo van a putear a Sánchez al máximo. Nunca del todo. Porque prefieren un rehén político en La Moncloa, que vaya, poco a poco, desmontando las instituciones del Estado desde dentro.
Si el PP y lo que queda de Ciudadanos pensasen más en España que en sus partidos, habría llegado el momento de negociar con Pedro Sánchez un PGE que favorezca a los españoles y extraerlo de la tela de araña económica y política nacionalista en la que ha caído el presidente del Gobierno. España es más importante que cualquier partido.
Ahora, Pedro Sánchez, es el rehén de los enemigos de España, al que permiten vivir en La Moncloa. Mañana, Casado u otro también padecerán idéntico chantaje. Solo hay un remedio: cambiar la Ley Electoral para que esta mugre reaccionaria, comunista y racista no decidan quiénes gobiernan la nación.
Azaña lo expresó cuando se convenció del caos al que había llegado el régimen republicano: “Os permito, tolero, admito, que no os importe la República, pero no que no os importe España. El sentido de la Patria no es un mito”. Rufián, político que hace honor a su apellido, un charnego, obligado a ser más nacionalista que Pujol, no tiene rey. Yo solo tengo patria. Como afirmó Rilke, el gran lírico alemán, mi patria es mi infancia. Punto.
Transcurrió el tiempo suficiente para escribir historia del felipismo. Hoy me voy a referir a la cuestión de Cataluña, fuga por donde se escapa la unidad de España y su democracia. En efecto, Felipe González, el político más carismático de la España contemporánea, pudo haber acabado con el problema independentista catalán durante su primer mandato. No quiso. Jordi Pujol, arquitecto del secesionismo de aquella región española, si González hubiera querido, habría acabado en prisión e inhabilitado para ejercer cualquier cargo político, con el feo asunto de Banca Catalana. El felipismo, omnipotente, omnisciente, no necesitaba apoyos de partidos independentistas, pues gobernaba con una mayoría absoluta como jamás conoció la democracia. Solo Rajoy alcanzaría tal poder, si bien conocemos cómo lo utilizó: traición a los principios de su partido y seguidismo de Zapatero: política hacia los etarras, Ley de Aborto y de Memoria Histórica.
El PSOE y el PP, los dos partidos, si exceptuamos el breve periodo de la UCD, formación construida para la Transición, agotado por sus propias contradicciones internas –había falangistas, conservadores, liberales, cristianos y socialdemócratas-, pudieron –debieron- cambiar una Ley Electoral que primó a los partidos nacionalistas. De tal manera, el último gobierno de Felipe, el primero de Aznar, el definitivo de Rajoy y ahora y antes los de Pedro Sánchez, en funciones y el fetén, fueron y ahora son reos de los partidos que se crearon para acabar con el Estado español.
Pedro Sánchez gobernará, atado de pies y manos, porque así lo han querido los ERC, los herederos de Pujol, léase Puigdemont y Torra; PNV, los más listos, y Bildu. Estas formaciones, unas filofascistas, otra racista e hijos, hermanos y propios asesinos de ETA, deciden cómo gobernar España, la nación a la que odian.
Así, los Presupuestos del Estado para 2020 se aprobarán si esos partidos lo deciden. Las cuentas nunca favorecerán al resto de España. Lógico. Mi enemigo visceral nunca deseará mi triunfo, sino mi fracaso más rotundo. Por lo tanto, nada bueno traerá para el resto de autonomías y provincias españolas el PGE. Me gustaría equivocarme. Pero los malandrines separatistas se hallan ante su gran oportunidad histórica de derribar nuestra democracia. Ya lo intentaron el 6 de octubre de 1934 y en el otoño de 2017. ERC y demás badulaques del secesionismo van a putear a Sánchez al máximo. Nunca del todo. Porque prefieren un rehén político en La Moncloa, que vaya, poco a poco, desmontando las instituciones del Estado desde dentro.
Si el PP y lo que queda de Ciudadanos pensasen más en España que en sus partidos, habría llegado el momento de negociar con Pedro Sánchez un PGE que favorezca a los españoles y extraerlo de la tela de araña económica y política nacionalista en la que ha caído el presidente del Gobierno. España es más importante que cualquier partido.
Ahora, Pedro Sánchez, es el rehén de los enemigos de España, al que permiten vivir en La Moncloa. Mañana, Casado u otro también padecerán idéntico chantaje. Solo hay un remedio: cambiar la Ley Electoral para que esta mugre reaccionaria, comunista y racista no decidan quiénes gobiernan la nación.
Azaña lo expresó cuando se convenció del caos al que había llegado el régimen republicano: “Os permito, tolero, admito, que no os importe la República, pero no que no os importe España. El sentido de la Patria no es un mito”. Rufián, político que hace honor a su apellido, un charnego, obligado a ser más nacionalista que Pujol, no tiene rey. Yo solo tengo patria. Como afirmó Rilke, el gran lírico alemán, mi patria es mi infancia. Punto.



























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