REPÚBLICO
Un triste aniversario: entre el coronavirus y la pandemia económica
Madrugada del 31 de marzo de 2019: fecha de la muerte de mi padre, Antonio de Ávila Comín. Un año después sigo soñando con él, pensando en él, admirándolo aún más. Ni un solo día he dejado de recordarlo. En los primeros meses tras su adiós, lloraba. Hoy, ya no me quedan lágrimas, incluso, de vez en cuando, sonrío si recuerdo sus gracias, ironías y bromas. Sí sé que, hace un año, descubrí que mi papá fue persona muy querida, que no hizo mal nadie y que supo vivir, que fue amado y que amó con locura. De sus virtudes, me siento hoy muy orgulloso. Sé que jamás, aunque viviera dos vidas, alcanzaría su bonhomía. Él era bueno. Yo no soy malo del todo.
Hoy, día de invierno en el lecho de este cachorro de primavera, nevó en esta comunidad. En Zamora nunca, porque, hasta la nieve se olvidó de nuestra tierra. En el camino hacia el periódico, me imaginé a mi padre y en sus reflexiones sobre esta pandemia. Como hombre disciplinado, nunca se habría permitido salir a la calle, porque él se consideraba pueblo, jamás elite ni casta. Habría impartido una serie de instrucciones a todos los miembros de su familia que nadie podría evitar. Aquí, nadie es más que nadie. Punto.
Y comento lo anterior, porque sigo viendo a personas de las que sospecho que se ríen de la sociedad, de todos los que se quedan en casa; del pequeño autónomo que paga su cuota, su alquiler de vivienda y su comida, pero no ingresa un euro, y respeta las requisiciones del Gobierno, porque sabe que forma parte de una sociedad, de una comunidad, de una nación. Del comerciante que lleva días y días sin vender su género. Del trabajador que se pasa las horas en su casa, aburrido, comiéndose el coco con el futuro que le espera que la empresa en a que desempeña su profesión cierra. De todos, en definitiva, que obran conforme a su conciencia y de acuerdo a unas medidas que benefician, y en ello creemos, a todos los que no hemos sido contagiados aún por el coronavirus.
Pero hay otras preocupaciones que me obligan a reflexionar estos días, las que se infieren de las medidas que adopta el Gobierno que, según analiza la prensa, parecen propias de la rama comunista del ejecutivo, la que representa Pablo Iglesias, porque nunca ha dejado de ser un creyente de extraordinaria fe en el leninismo, la ideología que causó más muertos en la historia de la Humanidad.
A las postres de la comida, escucho en una emisora nacional al actor Pablo Iglesias haciendo propaganda: maná para los humildes, para todos los sencillos, para los autónomos, para los inquilinos…el reino de los cielos, Sermón de la Demagogia, para los trabajadores, y duras penas para la propiedad. Nada nuevo bajo el sol del comunismo, gran enemigo de la propiedad –siempre que no sea la del feliz matrimonio de Unidas Podemos-,por tanto de la libertad. Y mientras escucho a este leninista de libro, recuerdo una anécdota de mi juventud. Entonces, dos amigos, algo mayores que un servidor, pero dentro de lo que considero de mi generación, protagonizaron una historia singular. Le cuento. Si quedaban con dos niñas y se iban a tomar unas cañas, unos vinos y después unas copas, a veces, con cena incluida. Pagaba siempre el mismo. No permitía que su compañero de ligue abonase ni una peseta de la consumición. Tras la despedida de las chicas, cuando se quedaban solos, el que había, a priori, invitado a las señoritas, reclamaba a su colega la mitad del gasto realizado. Para las féminas, el que las invitó se convertía en su héroe, en un tío desprendido, generoso y seducible, mientras su amigo pasaba por agarrado, roñoso y despreciable.
Pablo Iglesias pasa, pues, por el amigo del pueblo, el que ayuda, el que da, el que reparte, el que le roba a los ricos para dar a los pobres. Pero el que pone la pasta es el pueblo. Porque el dinero público es privado, de todos los españoles, no de nadie, como afirmó la vicepresidenta del negativo no concluyente que después se sustancio en positivo de coronavirus. El Gobierno pagará, pero a cuenta del ciudadano, al que devorará con más y más impuestos. Lógica comunista. La propiedad privada es un robo. La propiedad privada solo es del Estado, y ese ente lo administran los neocomunistas. Nada sorprende en esta gente que ha tomado el poder, que va camino de asaltar los cielos. De momento, se halla cerca de la estratosfera.
Mientras Iglesias se sentía presidente del Gobierno, más y más zamoranos y españoles van enfermando de coronavirus, algo que partió de China, la única nación del mundo que se está beneficiando de esta pandemia. No me extrañaría que también se inventase la vacuna en aquella enorme nación de 1.400 millones de habitantes. Jugada completa.
Y así se me fue pasando este primer aniversario de la muerte de mi caro papá. No recé ni un padrenuestro. No creo en nada. No se dan circunstancias para creer ni en Dios ni en los políticos. Aquel fue un invento que el poder supo administrar. Iglesias también asumió, ha tiempo, que solo en momentos excepcionales el comunismo puede tomar el poder. Sus huestes contralan las redes sociales. Sucede que este no es Lenin, que España no es la Rusia zarista y que el pueblo español, aunque aborregado, se sabe todos los cuentos. Me temo, no obstante, que Pedro Sánchez podría representar el papel de Kerensky. Tiene toda la pinta.
Eugenio-Jesús de Ávila
Madrugada del 31 de marzo de 2019: fecha de la muerte de mi padre, Antonio de Ávila Comín. Un año después sigo soñando con él, pensando en él, admirándolo aún más. Ni un solo día he dejado de recordarlo. En los primeros meses tras su adiós, lloraba. Hoy, ya no me quedan lágrimas, incluso, de vez en cuando, sonrío si recuerdo sus gracias, ironías y bromas. Sí sé que, hace un año, descubrí que mi papá fue persona muy querida, que no hizo mal nadie y que supo vivir, que fue amado y que amó con locura. De sus virtudes, me siento hoy muy orgulloso. Sé que jamás, aunque viviera dos vidas, alcanzaría su bonhomía. Él era bueno. Yo no soy malo del todo.
Hoy, día de invierno en el lecho de este cachorro de primavera, nevó en esta comunidad. En Zamora nunca, porque, hasta la nieve se olvidó de nuestra tierra. En el camino hacia el periódico, me imaginé a mi padre y en sus reflexiones sobre esta pandemia. Como hombre disciplinado, nunca se habría permitido salir a la calle, porque él se consideraba pueblo, jamás elite ni casta. Habría impartido una serie de instrucciones a todos los miembros de su familia que nadie podría evitar. Aquí, nadie es más que nadie. Punto.
Y comento lo anterior, porque sigo viendo a personas de las que sospecho que se ríen de la sociedad, de todos los que se quedan en casa; del pequeño autónomo que paga su cuota, su alquiler de vivienda y su comida, pero no ingresa un euro, y respeta las requisiciones del Gobierno, porque sabe que forma parte de una sociedad, de una comunidad, de una nación. Del comerciante que lleva días y días sin vender su género. Del trabajador que se pasa las horas en su casa, aburrido, comiéndose el coco con el futuro que le espera que la empresa en a que desempeña su profesión cierra. De todos, en definitiva, que obran conforme a su conciencia y de acuerdo a unas medidas que benefician, y en ello creemos, a todos los que no hemos sido contagiados aún por el coronavirus.
Pero hay otras preocupaciones que me obligan a reflexionar estos días, las que se infieren de las medidas que adopta el Gobierno que, según analiza la prensa, parecen propias de la rama comunista del ejecutivo, la que representa Pablo Iglesias, porque nunca ha dejado de ser un creyente de extraordinaria fe en el leninismo, la ideología que causó más muertos en la historia de la Humanidad.
A las postres de la comida, escucho en una emisora nacional al actor Pablo Iglesias haciendo propaganda: maná para los humildes, para todos los sencillos, para los autónomos, para los inquilinos…el reino de los cielos, Sermón de la Demagogia, para los trabajadores, y duras penas para la propiedad. Nada nuevo bajo el sol del comunismo, gran enemigo de la propiedad –siempre que no sea la del feliz matrimonio de Unidas Podemos-,por tanto de la libertad. Y mientras escucho a este leninista de libro, recuerdo una anécdota de mi juventud. Entonces, dos amigos, algo mayores que un servidor, pero dentro de lo que considero de mi generación, protagonizaron una historia singular. Le cuento. Si quedaban con dos niñas y se iban a tomar unas cañas, unos vinos y después unas copas, a veces, con cena incluida. Pagaba siempre el mismo. No permitía que su compañero de ligue abonase ni una peseta de la consumición. Tras la despedida de las chicas, cuando se quedaban solos, el que había, a priori, invitado a las señoritas, reclamaba a su colega la mitad del gasto realizado. Para las féminas, el que las invitó se convertía en su héroe, en un tío desprendido, generoso y seducible, mientras su amigo pasaba por agarrado, roñoso y despreciable.
Pablo Iglesias pasa, pues, por el amigo del pueblo, el que ayuda, el que da, el que reparte, el que le roba a los ricos para dar a los pobres. Pero el que pone la pasta es el pueblo. Porque el dinero público es privado, de todos los españoles, no de nadie, como afirmó la vicepresidenta del negativo no concluyente que después se sustancio en positivo de coronavirus. El Gobierno pagará, pero a cuenta del ciudadano, al que devorará con más y más impuestos. Lógica comunista. La propiedad privada es un robo. La propiedad privada solo es del Estado, y ese ente lo administran los neocomunistas. Nada sorprende en esta gente que ha tomado el poder, que va camino de asaltar los cielos. De momento, se halla cerca de la estratosfera.
Mientras Iglesias se sentía presidente del Gobierno, más y más zamoranos y españoles van enfermando de coronavirus, algo que partió de China, la única nación del mundo que se está beneficiando de esta pandemia. No me extrañaría que también se inventase la vacuna en aquella enorme nación de 1.400 millones de habitantes. Jugada completa.
Y así se me fue pasando este primer aniversario de la muerte de mi caro papá. No recé ni un padrenuestro. No creo en nada. No se dan circunstancias para creer ni en Dios ni en los políticos. Aquel fue un invento que el poder supo administrar. Iglesias también asumió, ha tiempo, que solo en momentos excepcionales el comunismo puede tomar el poder. Sus huestes contralan las redes sociales. Sucede que este no es Lenin, que España no es la Rusia zarista y que el pueblo español, aunque aborregado, se sabe todos los cuentos. Me temo, no obstante, que Pedro Sánchez podría representar el papel de Kerensky. Tiene toda la pinta.
Eugenio-Jesús de Ávila
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