ZAMORANA
Reflexiones necesarias
Puede que necesitáramos este parón porque íbamos demasiado acelerados, siempre corriendo hacia todas partes y sin llegar a ninguna, sin tener un momento para nosotros mismos ni para las personas que queremos, sin disfrutar con calma de los placeres inmediatos y mas sencillos de la vida. Ha tenido que llegar un pequeño virus para mentalizarnos de como puede cambiar todo en un instante, nos ha mutado la vida de un minuto para el siguiente y nos ha hecho pensar. Ahora tenemos tiempo para reflexionar sobre lo que merece la pena de verdad, horas para meditar dentro de casa, en un espacio reducido, sin ataduras ni distracciones.
En nuestro tiempo de reclusión forzada he descubierto muchas cosas; quizás lo más importante es la ausencia de soledad. Me emociona comprobar la cantidad de amigos que tengo, la cantidad de gente buena que se está ocupando y preocupando por mi salud, ahora deteriorada, los mensajes de ánimo que llegan desde la otra punta del mundo hasta la puerta del vecino de escalera, ese con el que apenas cruzo unos tibios buenos días en el ascensor mientras miramos incómodos los pisos que faltan para llegar al portal y salir de la cabina.
Me llegan mensajes desinteresados, me envían curiosidades para matar el tiempo, se preocupa por mi gente con la que hacía mucho tiempo que no tenía contacto y que, por alguna razón, han tirado de agenda y aún sigo estando entre sus afectos, esos afectos antiguos que parecían ya extinguidos, pero no lo están. La distancia no existe, solo siento cercanía y mucho amor a mi alrededor.
He redescubierto a mi familia, la buena, la real, la autentica, esa que lo da todo, que no pone condiciones, la que envuelve como un manto para desterrar el frio, el miedo, la soledad....pero he descubierto también algo que excede la situación actual. Me considero creyente, invoco a Dios diariamente, pido por la gente que quiero, y doy las gracias por cada nuevo día que amanece. El Covid 19 ha reforzado las creencias religiosas de muchas personas, puede que obligadas por las circunstancias, por el propio miedo o tal vez para justificar una situación de parálisis que nos aterroriza demasiado; sea como sea la gente ya no oculta la plegaria, ni los gestos religiosos en público. Cosa similar ocurrió con la bandera española; hubo un tiempo en que la gente la consideraba propia de fachas o gente de derechas; sin embargo tuvo que ganar España un mundial de fútbol para que los balcones se llenaran con la enseña nacional que, posteriormente y debido a una situación mucho menos frívola, como los actos terroristas del 11 M para que volvieran a exhibirse en las ventanas como muestra de solidaridad nacional, indicador de que todos pertenecemos al mismo país y una prueba de solidaridad que ahora se manifiesta de nuevo.
Me parece importante sacar una lección incluso de las situaciones más duras. Miro el cielo y es más azul, no está contaminado, los olores son más puros... estamos dando un respiro a la naturaleza a la que habíamos maltratado sin tregua y ella, enferma, agónica casi, reclamaba un poco de reposo. El Covid ha permitido que, al menos mientras duran sus efectos, las empresas paren, las emisiones se detengan, los coches no circulen y la lluvia limpie a fondo la calles para desinfectar los restos de una contaminación pertinaz con la que convivimos sin descanso en las grandes ciudades.
Cuando todo esto pase, cuando podamos volver a las calles, a respirar libremente sin mascarilla, a darnos la mano, a llenar terrazas y bares... espero que algo haya cambiado en nosotros. Deseo de corazón que cada uno integremos en nuestra vida la volatilidad de la existencia, disfrutemos de las pequeñas y grandes cosas, nos demos más a la gente, dejemos atrás el enconamiento, el conflicto, los agravios... porque no van a ninguna parte, porque la vida es un regalo demasiado valioso para amohínarnos con cualquier contratiempo y, sobre todo, tendremos que estar muy agradecidos por haber sobrevivido.
Son muchos los que han caído, no eran mejores ni peores que nosotros, solo que les tocó la funesta lotería de morir; algunos tenían toda la vida por delante y se les quebró en un momento. Se han producido paradojas inconcebibles de hijos que mueren y padres que sobreviven, de jóvenes que se van y viejos que se quedan. No sé si se trata de un capricho de la fortuna, pero también esta circunstancia debería hacernos meditar.
Nos queda, pues, mucha tarea por delante. No perdamos la memoria y reflexionemos sobre lo que está ocurriendo; seguro que sacamos más de una lección positiva.
Mª Soledad Martín Turiño
Puede que necesitáramos este parón porque íbamos demasiado acelerados, siempre corriendo hacia todas partes y sin llegar a ninguna, sin tener un momento para nosotros mismos ni para las personas que queremos, sin disfrutar con calma de los placeres inmediatos y mas sencillos de la vida. Ha tenido que llegar un pequeño virus para mentalizarnos de como puede cambiar todo en un instante, nos ha mutado la vida de un minuto para el siguiente y nos ha hecho pensar. Ahora tenemos tiempo para reflexionar sobre lo que merece la pena de verdad, horas para meditar dentro de casa, en un espacio reducido, sin ataduras ni distracciones.
En nuestro tiempo de reclusión forzada he descubierto muchas cosas; quizás lo más importante es la ausencia de soledad. Me emociona comprobar la cantidad de amigos que tengo, la cantidad de gente buena que se está ocupando y preocupando por mi salud, ahora deteriorada, los mensajes de ánimo que llegan desde la otra punta del mundo hasta la puerta del vecino de escalera, ese con el que apenas cruzo unos tibios buenos días en el ascensor mientras miramos incómodos los pisos que faltan para llegar al portal y salir de la cabina.
Me llegan mensajes desinteresados, me envían curiosidades para matar el tiempo, se preocupa por mi gente con la que hacía mucho tiempo que no tenía contacto y que, por alguna razón, han tirado de agenda y aún sigo estando entre sus afectos, esos afectos antiguos que parecían ya extinguidos, pero no lo están. La distancia no existe, solo siento cercanía y mucho amor a mi alrededor.
He redescubierto a mi familia, la buena, la real, la autentica, esa que lo da todo, que no pone condiciones, la que envuelve como un manto para desterrar el frio, el miedo, la soledad....pero he descubierto también algo que excede la situación actual. Me considero creyente, invoco a Dios diariamente, pido por la gente que quiero, y doy las gracias por cada nuevo día que amanece. El Covid 19 ha reforzado las creencias religiosas de muchas personas, puede que obligadas por las circunstancias, por el propio miedo o tal vez para justificar una situación de parálisis que nos aterroriza demasiado; sea como sea la gente ya no oculta la plegaria, ni los gestos religiosos en público. Cosa similar ocurrió con la bandera española; hubo un tiempo en que la gente la consideraba propia de fachas o gente de derechas; sin embargo tuvo que ganar España un mundial de fútbol para que los balcones se llenaran con la enseña nacional que, posteriormente y debido a una situación mucho menos frívola, como los actos terroristas del 11 M para que volvieran a exhibirse en las ventanas como muestra de solidaridad nacional, indicador de que todos pertenecemos al mismo país y una prueba de solidaridad que ahora se manifiesta de nuevo.
Me parece importante sacar una lección incluso de las situaciones más duras. Miro el cielo y es más azul, no está contaminado, los olores son más puros... estamos dando un respiro a la naturaleza a la que habíamos maltratado sin tregua y ella, enferma, agónica casi, reclamaba un poco de reposo. El Covid ha permitido que, al menos mientras duran sus efectos, las empresas paren, las emisiones se detengan, los coches no circulen y la lluvia limpie a fondo la calles para desinfectar los restos de una contaminación pertinaz con la que convivimos sin descanso en las grandes ciudades.
Cuando todo esto pase, cuando podamos volver a las calles, a respirar libremente sin mascarilla, a darnos la mano, a llenar terrazas y bares... espero que algo haya cambiado en nosotros. Deseo de corazón que cada uno integremos en nuestra vida la volatilidad de la existencia, disfrutemos de las pequeñas y grandes cosas, nos demos más a la gente, dejemos atrás el enconamiento, el conflicto, los agravios... porque no van a ninguna parte, porque la vida es un regalo demasiado valioso para amohínarnos con cualquier contratiempo y, sobre todo, tendremos que estar muy agradecidos por haber sobrevivido.
Son muchos los que han caído, no eran mejores ni peores que nosotros, solo que les tocó la funesta lotería de morir; algunos tenían toda la vida por delante y se les quebró en un momento. Se han producido paradojas inconcebibles de hijos que mueren y padres que sobreviven, de jóvenes que se van y viejos que se quedan. No sé si se trata de un capricho de la fortuna, pero también esta circunstancia debería hacernos meditar.
Nos queda, pues, mucha tarea por delante. No perdamos la memoria y reflexionemos sobre lo que está ocurriendo; seguro que sacamos más de una lección positiva.
Mª Soledad Martín Turiño
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