COSAS MÍAS
Dios y el coronavirus
Las nubes son las canas que dios va perdiendo de tanto peinarse a la luz del sol. No tiene espejo en el cielo y desciende hasta las aguas del Duero para mirarse en ellas, pero se ve turbio, con el cabello alborotado y no se las cejas ni las mejillas. Dios se intuye cuando el Duero juega con la primavera. Después, cuando se va, nos deja sobre nuestra ciudad sus cúmulos, cabellos sueltos que se pierden con la edad. Porque Dios es un anciano, un hombre muy viejito, que se ha cansado de nosotros, un estúpido invento, un ser cruel, un mono asesino. Quizá, cualquier día se canse de la Humanidad y le diga al sol que salga por occidente, para fastidiarnos, y a las nubes que no lluevan, para que se sequen los ríos y los mares se queden sin olas, y la nieve sea negra.
Ahora, con el coronavirus, nos advierte que acabará con nosotros cómo y cuándo le dé la divina gana. Como soy erudito en asuntos celestiales ni metafísicos, no me explico por qué ha esperado tanto a borrarnos de la faz de la tierra. Este Dios nuestro es tan cruel que nos ha robado la Semana Santa, porque ya se hartó de que representemos la tortura, el martirio y la muerte de su Hijo, todos los años, al inicio de la primavera.
Mientras llega el final, disfrutemos de estas nubes que intentaron esconder al sol una tarde de una primavera que quiso ser otoño.
Eugenio-Jesús de Ávila
Las nubes son las canas que dios va perdiendo de tanto peinarse a la luz del sol. No tiene espejo en el cielo y desciende hasta las aguas del Duero para mirarse en ellas, pero se ve turbio, con el cabello alborotado y no se las cejas ni las mejillas. Dios se intuye cuando el Duero juega con la primavera. Después, cuando se va, nos deja sobre nuestra ciudad sus cúmulos, cabellos sueltos que se pierden con la edad. Porque Dios es un anciano, un hombre muy viejito, que se ha cansado de nosotros, un estúpido invento, un ser cruel, un mono asesino. Quizá, cualquier día se canse de la Humanidad y le diga al sol que salga por occidente, para fastidiarnos, y a las nubes que no lluevan, para que se sequen los ríos y los mares se queden sin olas, y la nieve sea negra.
Ahora, con el coronavirus, nos advierte que acabará con nosotros cómo y cuándo le dé la divina gana. Como soy erudito en asuntos celestiales ni metafísicos, no me explico por qué ha esperado tanto a borrarnos de la faz de la tierra. Este Dios nuestro es tan cruel que nos ha robado la Semana Santa, porque ya se hartó de que representemos la tortura, el martirio y la muerte de su Hijo, todos los años, al inicio de la primavera.
Mientras llega el final, disfrutemos de estas nubes que intentaron esconder al sol una tarde de una primavera que quiso ser otoño.
Eugenio-Jesús de Ávila
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