Jimena González-Santander Hernández
Jueves, 09 de Abril de 2020
PASIÓN POR ZAMORA

Semana Santa

Desde que se anunció la cancelación de la Semana Santa en la bien cercada mi corazón se sentía vacío a la par que frío. El sentimiento que cualquier o casi cualquier zamorano tiene por la semana de pasión es algo prácticamente innato y que sin dudarlo recorre por las venas de una manera tan intrínseca a nosotros que nunca nos habíamos planteado un año sin nuestra Semana Santa.

Bien es cierto que siempre fue sabido que en la Semana Santa zamorana ahondaba un silencio inquebrantable al escuchar tambores acercarse o al ver pasar la primera tea por nuestro lado y ya teniendo los pelos de punta para escuchar como el “Jersusalem” calla a toda la plaza de Santa Lucía y se escuchan esas voces celestiales por las que esperamos horas y horas por tan solo unos diez minutos.

El silencio siempre había reinado en nuestra Semana Santa pero nunca tanto como este año en el que las calles vacías están inundadas de él. Nunca Zamora había jurado tanto silencio. Túnicas y caparuces guardados en los altillos esperan todo el año su momento de luz, en el que con el mejor de nuestros ánimos procesionamos al lado de nuestras imágenes, tan emblemáticas y tan especiales para muchos de nosotros.

Podría decir que el sentimiento que yo tengo hacía la Semana Santa ha crecido solo en mi, ya que soy zamorana se podría ver como algo normal, pero no quiero mentirles. Desde que tengo uso de razón he acompañado a “El Mozo” en el Traslado, he visto vestirse a mis hermanos y mis primos para acompañarle el Martes Santo y con la cara empapada de sudor a los más mayores salir de debajo de él y desearse salud para que el año que viene pudieran estar igual y acompañar a El Nazareno de San Frontis como mi abuela Feli, que en paz descanse, hizo toda su vida.

He visto salir a La Conducción el Viernes Santo a hombros de los hombres de mi familia y la he acompañado con el mayor de los fervores que un zamorano pude tener hacia su imagen familiar. La he visto entrar al museo y he esperado con las mujeres de la familia a que los hombres salieran por la puerta de atrás y preguntarles cómo les ha ido, con ojos llorosos esperando el clavel para mi madre. El clavel de una madre que ve crecer a sus hijos y llora sin motivo y la emoción la cubre entera entre abrazos y besos llenos de sinceros te quiero.

Nunca imaginé un año sin su más bella semana, más ansiada, más querida, más esperada. Nunca pensé que el cuadro de Bordell de mi salón o la imagen del mozo de mi casa pudiera ser lo más cerca que vería mis imágenes más queridas en cualquier de las Semanas Santas que fuera a vivir. Con lágrimas de pena en los ojos lloraba ayer al darme cuenta de que no me sentaré en el suelo de cualquiera de las calles del casco antiguo, que no vestiré con el mayor de los orgullos la peineta y la mantilla para acompañar a mi querida Virgen de la Esperanza o que nada de lo mencionado a lo largo de este escrito ocurriría y que aquello que creía como lo más normal no se diera.

Quiero creer que este año nos hará aprender y que el año que viene con más ganas y fuerza que nunca caminaremos con paso firme al lado de los nuestros y con la mayor de las emociones haremos de nuevo de nuestra Semana Santa la más grande.

Jimena González-Santander Hernández

 

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