DÍA DEL LIBRO
La libertad de leer, escribir y amar
Hay instantes diseñados por la vida para degustar la libertad, extasiarse con su sabor. Si me dieran a elegir, pondría el énfasis en tres: leer un libro, escribir y amar a una mujer. La lectura no se comparte con nadie. Cada palabra la atrapa tus ojos, tu cerebro la saborea y tu alma se alimenta de la sintaxis que las convierte en arte. No existe nadie. Eres tú, hipnotizado por la belleza, por la literatura. Te olvidas del tiempo y de ti mismo, porque entras en esa novela, en esas estrofas, en esos ensayos y en la historia. Dejas de tu carne para convertirte en logos, en intelecto, en razón. Después, cuando cierres ese libro, regresas a tu estado cotidiano. Vuelves a saber cómo te llamas, quién eres y a quién amas, si estás enamorado.
Escribir supone un acto de suma libertad. Diría que tu sensibilidad, ahí, escondida entre las faldillas de tu esencia, se hace carne, se expresa en palabras escritas. Tu cerebro intenta buscar los verbos que expresen sus sentimientos. Ordenarlos. Esculpirlos. Quitar lo que estorba para que la palabra intente, casi nunca lo consigue, representar las emociones que nacen en tus adentros, en tu espíritu.
Yo escribo como amo o quizá amo como escribo. Existo porque amo. Amo porque escribo. Existo porque escribo. Quizá a la mujer que me lee y le disguste lo que escribo, me odie o no exista para ella.
Y amar a una dama también es un acto de libertad sublime. Dos almas deciden alcanzar el éxtasis a través de los cuerpos que ocupan. Carne que se confunde con otra carne, ingles sobre ingles, pectorales sobre los que descansas senos, vía láctea de la vida, se encuentran para que dos libertades individuales se convierte en sola libertad que asciende a otra dimensión.
Hoy, día del libro también lo es de la libertad y del amor.
Eugenio-Jesús de Ávila
Hay instantes diseñados por la vida para degustar la libertad, extasiarse con su sabor. Si me dieran a elegir, pondría el énfasis en tres: leer un libro, escribir y amar a una mujer. La lectura no se comparte con nadie. Cada palabra la atrapa tus ojos, tu cerebro la saborea y tu alma se alimenta de la sintaxis que las convierte en arte. No existe nadie. Eres tú, hipnotizado por la belleza, por la literatura. Te olvidas del tiempo y de ti mismo, porque entras en esa novela, en esas estrofas, en esos ensayos y en la historia. Dejas de tu carne para convertirte en logos, en intelecto, en razón. Después, cuando cierres ese libro, regresas a tu estado cotidiano. Vuelves a saber cómo te llamas, quién eres y a quién amas, si estás enamorado.
Escribir supone un acto de suma libertad. Diría que tu sensibilidad, ahí, escondida entre las faldillas de tu esencia, se hace carne, se expresa en palabras escritas. Tu cerebro intenta buscar los verbos que expresen sus sentimientos. Ordenarlos. Esculpirlos. Quitar lo que estorba para que la palabra intente, casi nunca lo consigue, representar las emociones que nacen en tus adentros, en tu espíritu.
Yo escribo como amo o quizá amo como escribo. Existo porque amo. Amo porque escribo. Existo porque escribo. Quizá a la mujer que me lee y le disguste lo que escribo, me odie o no exista para ella.
Y amar a una dama también es un acto de libertad sublime. Dos almas deciden alcanzar el éxtasis a través de los cuerpos que ocupan. Carne que se confunde con otra carne, ingles sobre ingles, pectorales sobre los que descansas senos, vía láctea de la vida, se encuentran para que dos libertades individuales se convierte en sola libertad que asciende a otra dimensión.
Hoy, día del libro también lo es de la libertad y del amor.
Eugenio-Jesús de Ávila
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