Un día más

Tímidamente amanece. Intuyo las primeras luces de la mañana que se dejan entrever a través de los pequeños huecos de la persiana de mi ventana. Me levanto despacio, muy despacio, con desgana posando los pies sobre la alfombra de chenilla y me siento en la cama exhalando un lacónico “un día más, un día menos”. Los días pasan y pesan cada vez más, es como si tuviera que recoger un cesto de mimbre repleto de uvas y sumar el esfuerzo de levantarlo al de limpiar el líquido que supura entre las rejillas del mimbre, lavarlo y secarlo con mis propias manos y sin la ayuda de nadie.

Todo eso cada vez que me levanto. Agota y aún no comenzó la jornada. Después del segundo café todo mejora, no demasiado, pero, al menos, me coge más firme y despierta en todos los sentidos para afrontar lo que el día me pueda deparar. Sea bueno o malo, nunca se sabe. Hablar con otras personas ayuda, hablar de lo que sea.

Decía el reputado y maravilloso psiquiatra Luis Rojas Marcos que para no perder la cordura y sumirte en la desesperanza hay que hablar al menos con cinco personas al día. Cara a cara, por teléfono, de la manera que fuera, pero se debe hablar al menos con cinco personas al día. Además de eso has de meter en tu botiquín una gran dosis de sentido del humor. De eso sí voy sobrada, ¡ay! si no fuera por ese gusanillo inquieto y dicharachero que recorre mis venas y arterias para bombear una sangre risueña de ida y vuelta, aún en las peores circunstancias.

Mañana amanecerá, como cada día, de cada estación y de cada año. Seguiré respirando hondo con los primeros rayos de sol, posando mis fríos pies en la alfombra y diciendo, nuevamente, “un día más, un día menos”.

Nélida L. del Estal Sastre