ZAMORANA
El efecto mariposa
Paseaba taciturno y meditabundo con gesto ensimismado apoyado en su bastón para aliviar una incipiente cojera que le molestaba aunque no le produjera prácticamente ningún dolor. La rutina diaria era transitar por el Retiro sobre todo en primavera, cuando las plantas se habían desperezado de la hibernación dando paso a una explosión de vida con un manto vegetal de innumerables tonos y árboles repletos de hojas que se acompasaban ondulándose al compás del viento; sin embargo el lugar sin duda más hermosos era el recinto de la Rosaleda; nada más entrar una vaharada de perfume floral inundaba al visitante. No pueden describirse las más de quinientas variedades de diferentes rosas multicolor, de tamaños variados, procedentes de todo el mundo que estaban representadas en aquel recinto, cercadas por parterrres y setos que se expandían alrededor de la fuente de piedra circular, como si fuera ella la encargada de otorgarles vida.
Santiago, que así se llamaba el buen hombre, entraba en la Rosaleda cada día con displicencia, como si tanta belleza no fuera con él, y se sentaba al abrigo de una buena sombra mirando constantemente el suelo, parecía que las respuestas a todas sus preguntas estuvieran en aquella arena perfectamente limpia y cuidada. Santiago permanecía allí día tras día durante casi media hora sentado y asido firmemente a su bastón, y ni una sola vez alzaba la vista a los arcos donde se retorcían tallos cuajados de brotes sin manifestar la menor emoción ante tanta hermosura, Allí, junto a él se desplegaban como si estuvieran compitiendo toda una variedad de rosas: fluribundas, malondos, peaces, rosas enormes y rosas enanas, de todas las formas, colores y tamaños, que proporcionaban al conjunto un aire delicado, fragante y de suma belleza.
Los niños se solazaban en aquel jardín, los visitantes fotografiaban el espectáculo, hacían comentarios sobre si tal o cual era más hermosa, sin decidirse por ninguna como favorita, tal era la variedad y hermosura de las flores. Un grupo de jóvenes madres paseaban ociosas charlando entre sí y arrastrando los cochecitos de sus hijos, mientras los pequeños daban sus primeros pasos y correteaban a su lado. De pronto, una de las niñas se quedó atrás en un descuido de la madre, en un gesto raudo decapitó una rosa y dirigiéndose hacia el anciano se la ofreció extendiendo sus manitas. Santiago, como si acabara de despertarse de un sueño prolongado, contempló la flor y a continuación posó su mirada en la cara risueña de la pequeña que seguía ofrendándole la rosa que él aún no había aceptado. Al fin, tomó entre sus dedos huesudos la flor y con un gesto clemente inclinó la cabeza hacia la niña a modo de agradecimiento; ella le miró, sonrió y salió corriendo en dirección a donde estaba la madre. Santiago permaneció un rato escudriñando la flor, luego dejó el bastón a un lado, con la otra mano acarició los aterciopelados pétalos uno a uno y, ante su propio asombro, se la colocó cuidadosamente en el ojal de la chaqueta; solo entonces parece que su añoranza se disipó, y entonces levantó la vista para contemplar, tal vez por primera vez en su vida, toda la belleza que se extendía en torno a sí y se había empeñado en eludir.
Un antiguo proverbio chino dice: «el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo»; tal proverbio aludiría a una visión holística, en la que todos los acontecimientos estarían relacionados y repercutirían los unos en los otros. Esta teoría que posteriormente planteó Edward Norton Lorenz acogiendo el concepto de predictibilidad en su famosa formulación del Efecto mariposa cuestiona: ¿El aleteo de una mariposa en Brasil hace aparecer un tornado en Texas?.
Tal vez todos los actos estén relacionados, o puede que quizá sea tan solo una teoría; lo que resulta evidente es que la respuesta de Santiago ante el improvisado y fortuito regalo de una rosa, cambió su actitud al menos durante esa tarde en que un particular y crónico sentimiento de tristeza le dominaba! Tal vez en su próxima visita a la Rosaleda esa sensación permanezca viva y en lugar de caminar cabizbajo y abatido aprenda a descubrir la belleza del entorno como un placentero regalo para la vista y solaz para su alma atormentada.
Paseaba taciturno y meditabundo con gesto ensimismado apoyado en su bastón para aliviar una incipiente cojera que le molestaba aunque no le produjera prácticamente ningún dolor. La rutina diaria era transitar por el Retiro sobre todo en primavera, cuando las plantas se habían desperezado de la hibernación dando paso a una explosión de vida con un manto vegetal de innumerables tonos y árboles repletos de hojas que se acompasaban ondulándose al compás del viento; sin embargo el lugar sin duda más hermosos era el recinto de la Rosaleda; nada más entrar una vaharada de perfume floral inundaba al visitante. No pueden describirse las más de quinientas variedades de diferentes rosas multicolor, de tamaños variados, procedentes de todo el mundo que estaban representadas en aquel recinto, cercadas por parterrres y setos que se expandían alrededor de la fuente de piedra circular, como si fuera ella la encargada de otorgarles vida.
Santiago, que así se llamaba el buen hombre, entraba en la Rosaleda cada día con displicencia, como si tanta belleza no fuera con él, y se sentaba al abrigo de una buena sombra mirando constantemente el suelo, parecía que las respuestas a todas sus preguntas estuvieran en aquella arena perfectamente limpia y cuidada. Santiago permanecía allí día tras día durante casi media hora sentado y asido firmemente a su bastón, y ni una sola vez alzaba la vista a los arcos donde se retorcían tallos cuajados de brotes sin manifestar la menor emoción ante tanta hermosura, Allí, junto a él se desplegaban como si estuvieran compitiendo toda una variedad de rosas: fluribundas, malondos, peaces, rosas enormes y rosas enanas, de todas las formas, colores y tamaños, que proporcionaban al conjunto un aire delicado, fragante y de suma belleza.
Los niños se solazaban en aquel jardín, los visitantes fotografiaban el espectáculo, hacían comentarios sobre si tal o cual era más hermosa, sin decidirse por ninguna como favorita, tal era la variedad y hermosura de las flores. Un grupo de jóvenes madres paseaban ociosas charlando entre sí y arrastrando los cochecitos de sus hijos, mientras los pequeños daban sus primeros pasos y correteaban a su lado. De pronto, una de las niñas se quedó atrás en un descuido de la madre, en un gesto raudo decapitó una rosa y dirigiéndose hacia el anciano se la ofreció extendiendo sus manitas. Santiago, como si acabara de despertarse de un sueño prolongado, contempló la flor y a continuación posó su mirada en la cara risueña de la pequeña que seguía ofrendándole la rosa que él aún no había aceptado. Al fin, tomó entre sus dedos huesudos la flor y con un gesto clemente inclinó la cabeza hacia la niña a modo de agradecimiento; ella le miró, sonrió y salió corriendo en dirección a donde estaba la madre. Santiago permaneció un rato escudriñando la flor, luego dejó el bastón a un lado, con la otra mano acarició los aterciopelados pétalos uno a uno y, ante su propio asombro, se la colocó cuidadosamente en el ojal de la chaqueta; solo entonces parece que su añoranza se disipó, y entonces levantó la vista para contemplar, tal vez por primera vez en su vida, toda la belleza que se extendía en torno a sí y se había empeñado en eludir.
Un antiguo proverbio chino dice: «el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo»; tal proverbio aludiría a una visión holística, en la que todos los acontecimientos estarían relacionados y repercutirían los unos en los otros. Esta teoría que posteriormente planteó Edward Norton Lorenz acogiendo el concepto de predictibilidad en su famosa formulación del Efecto mariposa cuestiona: ¿El aleteo de una mariposa en Brasil hace aparecer un tornado en Texas?.
Tal vez todos los actos estén relacionados, o puede que quizá sea tan solo una teoría; lo que resulta evidente es que la respuesta de Santiago ante el improvisado y fortuito regalo de una rosa, cambió su actitud al menos durante esa tarde en que un particular y crónico sentimiento de tristeza le dominaba! Tal vez en su próxima visita a la Rosaleda esa sensación permanezca viva y en lugar de caminar cabizbajo y abatido aprenda a descubrir la belleza del entorno como un placentero regalo para la vista y solaz para su alma atormentada.
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