PASIÓN POR ZAMORA
Una ciudad sin colores
Zamora en blanco y negro parece otra. Si le quitamos el color, se nos queda más triste, pero también adquiere otra belleza, una hermosura imposible, poesía. Durante toda mi vida, desde que soy consciente quise fabricar, engendrar, potenciar la belleza. Quizá porque nunca me gustó, desde que adquirí uso de razón –no sé en qué consiste-, el mundo que me rodeaba, en el que los malos ganaban siempre, menos en las películas; vencían en la escuela, en el colegio, en la universidad, en la política, en el amor, aunque este sentimiento les resulte extraño, quise cambiarlo todo desde mis adentros. Proyecté, pues, otra imagen. Convertí mi anhelo en letra. En cada palabra había un beso que jamás encontraron otros labios; en cada oración, caricias y ternura; en la sintaxis, amor, verdad, victoria del bien contra el mal.
Ahora, desde que se inició el confinamiento, que para un servidor ha sido, es y será especial, pues me está permitido acudir al trabajo, a mi humilde oficina, me recreo con mis calles, las mismas que pateé toda la vida; escucho la música de los pájaros, trinos desconocidos en muchos cantos; observo cómo se mueve el viento, como si se hubiera reencarnado, y no me encuentro, no me cruzo con nadie habitual de la vida cotidiana antes de la pandemia. Me extraña todo. He descubierto otra Zamora, la que muestra las fotografías de Pedro Ladoire. Es la mía. No hay gente, no hay paisanos, no hay ruido. Solo existo yo y mis amores, mis cuitas, mis deseos, mi vida.
Esta pandemia vírica quizá me haya robado, además del mes de abril, parte de marzo y de mayo, alegría, futuro, colores. De hecho, el arco iris me fue ofreciendo mi paleta para quitarme tristeza. Zamora vive ahora en blanco y negro.
Eugenio-Jesús de Ávila
Zamora en blanco y negro parece otra. Si le quitamos el color, se nos queda más triste, pero también adquiere otra belleza, una hermosura imposible, poesía. Durante toda mi vida, desde que soy consciente quise fabricar, engendrar, potenciar la belleza. Quizá porque nunca me gustó, desde que adquirí uso de razón –no sé en qué consiste-, el mundo que me rodeaba, en el que los malos ganaban siempre, menos en las películas; vencían en la escuela, en el colegio, en la universidad, en la política, en el amor, aunque este sentimiento les resulte extraño, quise cambiarlo todo desde mis adentros. Proyecté, pues, otra imagen. Convertí mi anhelo en letra. En cada palabra había un beso que jamás encontraron otros labios; en cada oración, caricias y ternura; en la sintaxis, amor, verdad, victoria del bien contra el mal.
Ahora, desde que se inició el confinamiento, que para un servidor ha sido, es y será especial, pues me está permitido acudir al trabajo, a mi humilde oficina, me recreo con mis calles, las mismas que pateé toda la vida; escucho la música de los pájaros, trinos desconocidos en muchos cantos; observo cómo se mueve el viento, como si se hubiera reencarnado, y no me encuentro, no me cruzo con nadie habitual de la vida cotidiana antes de la pandemia. Me extraña todo. He descubierto otra Zamora, la que muestra las fotografías de Pedro Ladoire. Es la mía. No hay gente, no hay paisanos, no hay ruido. Solo existo yo y mis amores, mis cuitas, mis deseos, mi vida.
Esta pandemia vírica quizá me haya robado, además del mes de abril, parte de marzo y de mayo, alegría, futuro, colores. De hecho, el arco iris me fue ofreciendo mi paleta para quitarme tristeza. Zamora vive ahora en blanco y negro.
Eugenio-Jesús de Ávila



















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