RES PÚBLICA
No es posible engañar a todos todo el tiempo
Una recuerda viejos tiempos en la Diputación, cuando los políticos del PP utilizaban el Parque de Maquinaria para premiar a sus pueblos y castigar a los que poseían ayuntamientos socialistas. Eran las políticas provincianas, propias de gente sin clase, sin elegancia, sin sensibilidad. Se castigaba a los vecinos, algunos que podrían haber votado incluso al partido conservador. Políticas rastreras, de botarates y gente estúpida y sectaria.
Ahora, el Gobierno de la nación se emplea como aquellos políticos provincianos del PP: castigan con subir o bajar de fase a las comunidades y ayuntamientos que no son suyos. Le trae sin cuidado que su currículum vitae de la pandemia demuestre que su estado vírico muestra más cualidades para acceder a mayor libertad. Pedro Sánchez y sus cuates están tan acostumbrados a mentir que la verdad les duele. Este hombre llegó al poder engañando: cuando la moción de censura a Mariano Rajoy afirmó que convocaría elecciones generales de manera inmediata. No lo hizo. Mintió. Antes ya nos había engañado con su tesis doctoral. Después confesó que jamás pactaría con Unidas Podemos, porque ese vínculo político le desvelaría el sueño. Y ahora se dedica a castigar al que le incomoda, con el diseño de ese laberinto político de las fases. Pero él no es Teseo. El minotauro de la verdad acabará con el peto y espaldar de sus embustes.
La democracia española ha derivado hacia políticas sectarias, partidistas, vengativas, rencorosas. Nunca tanto badulaque ocupó tan altos cargos en las administraciones del Estado, desde La Moncloa hasta el resto de gobiernos autonómicos. Este pueblo, que sigue sin saber lo que es la democracia, porque una gran mayoría nació en esta libertad controlada, y la otra parte se conformó con lo que le dieron los franquistas más dúctiles e inteligentes y la izquierda posibilistas, que sabía de su propia incapacidad para derribar al viejo régimen, diseñaron, se lo cree todo, mastica las viandas de la mentira como suma entereza, sin necesidad de tomar Nexium u Omeoprazol para la digestión.
El político miente. Unos y otros, tirios y troyanos, convirtieron esta democracia en un sistema presidido por la ineptocracia, definido por Jean D’Omersson como el gobierno en el que “los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para producir, y los menos preparados para procurarse un sustento son premiados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios sobre el trabajo y la riqueza de unos productores en número descendiente, y todo ello promovido por una izquierda populista y demagoga que predica teorías que sabe que fracasaron allí donde se aplicaron, a unas personas que son idiotas”. Y Pablo Iglesias conoce que es así. Nosotros, los españoles, hemos sido estabulados por las televisiones que, a lo largo de esta democracia, manejaron los populares y los socialistas. Programas de heteras y macarras, fútbol y otros deportes a todas las horas durante los siete días de la semana, más el silencio y ocultamiento de los pocos intelectuales que alzan su voz contra esta mediocridad insólita, nos convirtieron en rebaño: del redil al pasto y al pesebre.
El líder de Unidas Podemos quiere que más de media España viva en el abrevadero de la res pública, que el trabajador no trabaje, que el obrero no deje de ser obrero, que no exista el individuo, que el Estado, como siempre quisieron el fascismo y el comunismo, sea el propietario de sus vidas. Ese es el camino hacia ninguna parte al que nos conduce esta pandemia económica que se anuncia. Porque, cuando la necesidad es la norma general, cada ser humano es la vez víctima y parásito.
España perderá esa democracia que no era tal, porque el ejecutivo había absorbido ya al resto de poderes, más al judicial, para pasar a un sistema gregario, aborregado e impersonal. Pero se podía escribir, leer lo que te diera la real gana, criticar al poder.
Los gobiernos de Mariano Rajoy, y antes de Aznar, por no remontarme al felipismo, más los del Mr. Zapatero “Bean” y la cobardía ante el nacionalismo sanguijuela han propiciado el gobierno de la mentira. Pero los que somos libres, los que escribimos contra la guerra del Golfo, la falsificación del 11-M, la cobardía antropológica de Rajoy, recordamos una frase de Abraham Lincoln: “Es posible engañar a unos pocos todo el tiempo. Es posible engañar a todos un tiempo. Pero no es posible engañar a todos todo el tiempo”. Existe, no obstante, un arte de la mentira política. Jonatham Swiff ya lo definió en el siglo XVIII. Pedro Sánchez es un artista.
Eugenio-Jesús de Ávila
Una recuerda viejos tiempos en la Diputación, cuando los políticos del PP utilizaban el Parque de Maquinaria para premiar a sus pueblos y castigar a los que poseían ayuntamientos socialistas. Eran las políticas provincianas, propias de gente sin clase, sin elegancia, sin sensibilidad. Se castigaba a los vecinos, algunos que podrían haber votado incluso al partido conservador. Políticas rastreras, de botarates y gente estúpida y sectaria.
Ahora, el Gobierno de la nación se emplea como aquellos políticos provincianos del PP: castigan con subir o bajar de fase a las comunidades y ayuntamientos que no son suyos. Le trae sin cuidado que su currículum vitae de la pandemia demuestre que su estado vírico muestra más cualidades para acceder a mayor libertad. Pedro Sánchez y sus cuates están tan acostumbrados a mentir que la verdad les duele. Este hombre llegó al poder engañando: cuando la moción de censura a Mariano Rajoy afirmó que convocaría elecciones generales de manera inmediata. No lo hizo. Mintió. Antes ya nos había engañado con su tesis doctoral. Después confesó que jamás pactaría con Unidas Podemos, porque ese vínculo político le desvelaría el sueño. Y ahora se dedica a castigar al que le incomoda, con el diseño de ese laberinto político de las fases. Pero él no es Teseo. El minotauro de la verdad acabará con el peto y espaldar de sus embustes.
La democracia española ha derivado hacia políticas sectarias, partidistas, vengativas, rencorosas. Nunca tanto badulaque ocupó tan altos cargos en las administraciones del Estado, desde La Moncloa hasta el resto de gobiernos autonómicos. Este pueblo, que sigue sin saber lo que es la democracia, porque una gran mayoría nació en esta libertad controlada, y la otra parte se conformó con lo que le dieron los franquistas más dúctiles e inteligentes y la izquierda posibilistas, que sabía de su propia incapacidad para derribar al viejo régimen, diseñaron, se lo cree todo, mastica las viandas de la mentira como suma entereza, sin necesidad de tomar Nexium u Omeoprazol para la digestión.
El político miente. Unos y otros, tirios y troyanos, convirtieron esta democracia en un sistema presidido por la ineptocracia, definido por Jean D’Omersson como el gobierno en el que “los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para producir, y los menos preparados para procurarse un sustento son premiados con bienes y servicios pagados con los impuestos confiscatorios sobre el trabajo y la riqueza de unos productores en número descendiente, y todo ello promovido por una izquierda populista y demagoga que predica teorías que sabe que fracasaron allí donde se aplicaron, a unas personas que son idiotas”. Y Pablo Iglesias conoce que es así. Nosotros, los españoles, hemos sido estabulados por las televisiones que, a lo largo de esta democracia, manejaron los populares y los socialistas. Programas de heteras y macarras, fútbol y otros deportes a todas las horas durante los siete días de la semana, más el silencio y ocultamiento de los pocos intelectuales que alzan su voz contra esta mediocridad insólita, nos convirtieron en rebaño: del redil al pasto y al pesebre.
El líder de Unidas Podemos quiere que más de media España viva en el abrevadero de la res pública, que el trabajador no trabaje, que el obrero no deje de ser obrero, que no exista el individuo, que el Estado, como siempre quisieron el fascismo y el comunismo, sea el propietario de sus vidas. Ese es el camino hacia ninguna parte al que nos conduce esta pandemia económica que se anuncia. Porque, cuando la necesidad es la norma general, cada ser humano es la vez víctima y parásito.
España perderá esa democracia que no era tal, porque el ejecutivo había absorbido ya al resto de poderes, más al judicial, para pasar a un sistema gregario, aborregado e impersonal. Pero se podía escribir, leer lo que te diera la real gana, criticar al poder.
Los gobiernos de Mariano Rajoy, y antes de Aznar, por no remontarme al felipismo, más los del Mr. Zapatero “Bean” y la cobardía ante el nacionalismo sanguijuela han propiciado el gobierno de la mentira. Pero los que somos libres, los que escribimos contra la guerra del Golfo, la falsificación del 11-M, la cobardía antropológica de Rajoy, recordamos una frase de Abraham Lincoln: “Es posible engañar a unos pocos todo el tiempo. Es posible engañar a todos un tiempo. Pero no es posible engañar a todos todo el tiempo”. Existe, no obstante, un arte de la mentira política. Jonatham Swiff ya lo definió en el siglo XVIII. Pedro Sánchez es un artista.
Eugenio-Jesús de Ávila
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