CON LOS CINCO SENTIDOS
Del amor, de la amistad y de la cerveza fría
Me estoy bebiendo una cerveza de lata, fría, casi helada. No es lo mismo que beberla en el bar de mi querida amiga Tamara, servida por ella o por su tío Ramón. ¡Qué va a ser lo mismo!. No lo es. Ni de lejos. Más quisiera yo… Echo de menos la cercanía, el calor, la palabra y el beso de mi amiga, de todas ellas. La conversación cercana y cómplice de todos los que quiero y veía a diario, o casi. Uno echa de menos aquello que creía tener sin esfuerzo y de manera asegurada. Lo echa en falta, es así de duro y de estúpido. Basta que algo te falte para que lo desees con tanta intensidad que te duela hasta en el alma. Y a fe digo que duele. No sé cuánto durará esta situación de película de ficción americana de los cojones. No lo sé. Pero dure lo que dure, volveré en cuanto se me lo permita al bar de mi barrio, a las cañas de mi barrio, con mi amiga, con mi compañera. Se lo he prometido y yo soy mujer de palabra.
La primera caña que me tome fuera de casa será en la tuya, en tu negocio, en tu vida, contigo, que lo tengas por seguro. Y brindaremos, y nos tocaremos, con prevención, aunque me da que nos acercaremos más de lo permitido porque nobleza y amor obligan.
Qué difícil debe de ser amar y no poder tocar. Compadezco a quienes hayan de pasar por esas penosas circunstancias. No puedo llegar siquiera a imaginar lo que supone querer a alguien y no poder ni tocarlo, ni despedirlo como se mereció, ya fuera un cabrón o la mejor persona del mundo. Debe de ser algo como morir en vida. Yo qué sé. No quiero ni pensarlo porque se me vienen todos los demonios a la cabeza, recordando esas terribles historias de familiares que no se han podido despedir de los suyos por Decreto.
El amor debería de tener indulgencia bíblica, condonada su deuda con el mundo, bula papal, perdón de los pecados. Pero no lo tiene, ya sea el amor de madre, de mujer, de hombre, de adolescente hormonado hasta el éxtasis o de niña que está empezando a aprender lo que significa querer a otro que no sea su padre o su madre.
El amor de verdad, el “Vero amore”, debería de tener un salvoconducto en todo espacio y en todo lugar, con virus, con enfermedades mortales o con un sol radiante lleno de flores y de hojas verdes oliendo a eternidad o a azahar, porque se le debe de parecer bastante. No imagino mejor forma de irme que rodeada de los míos y con el fragante aroma del azahar y las camelias. Sólo el amor nos salvará. El amor y la ciencia. Todo lo demás es pura metáfora de la nada. Un cero a la izquierda. Un todo vacío. Una línea oscura en un cuadro de Modigliani, una mueca de Munch gritando al mundo que estamos locos, que nos estamos matando y exterminando los unos a los otros sin solución de continuidad, Qué imbéciles somos, pero qué pedazo de imbéciles.
Nélida L. Del Estal Sastre
Me estoy bebiendo una cerveza de lata, fría, casi helada. No es lo mismo que beberla en el bar de mi querida amiga Tamara, servida por ella o por su tío Ramón. ¡Qué va a ser lo mismo!. No lo es. Ni de lejos. Más quisiera yo… Echo de menos la cercanía, el calor, la palabra y el beso de mi amiga, de todas ellas. La conversación cercana y cómplice de todos los que quiero y veía a diario, o casi. Uno echa de menos aquello que creía tener sin esfuerzo y de manera asegurada. Lo echa en falta, es así de duro y de estúpido. Basta que algo te falte para que lo desees con tanta intensidad que te duela hasta en el alma. Y a fe digo que duele. No sé cuánto durará esta situación de película de ficción americana de los cojones. No lo sé. Pero dure lo que dure, volveré en cuanto se me lo permita al bar de mi barrio, a las cañas de mi barrio, con mi amiga, con mi compañera. Se lo he prometido y yo soy mujer de palabra.
La primera caña que me tome fuera de casa será en la tuya, en tu negocio, en tu vida, contigo, que lo tengas por seguro. Y brindaremos, y nos tocaremos, con prevención, aunque me da que nos acercaremos más de lo permitido porque nobleza y amor obligan.
Qué difícil debe de ser amar y no poder tocar. Compadezco a quienes hayan de pasar por esas penosas circunstancias. No puedo llegar siquiera a imaginar lo que supone querer a alguien y no poder ni tocarlo, ni despedirlo como se mereció, ya fuera un cabrón o la mejor persona del mundo. Debe de ser algo como morir en vida. Yo qué sé. No quiero ni pensarlo porque se me vienen todos los demonios a la cabeza, recordando esas terribles historias de familiares que no se han podido despedir de los suyos por Decreto.
El amor debería de tener indulgencia bíblica, condonada su deuda con el mundo, bula papal, perdón de los pecados. Pero no lo tiene, ya sea el amor de madre, de mujer, de hombre, de adolescente hormonado hasta el éxtasis o de niña que está empezando a aprender lo que significa querer a otro que no sea su padre o su madre.
El amor de verdad, el “Vero amore”, debería de tener un salvoconducto en todo espacio y en todo lugar, con virus, con enfermedades mortales o con un sol radiante lleno de flores y de hojas verdes oliendo a eternidad o a azahar, porque se le debe de parecer bastante. No imagino mejor forma de irme que rodeada de los míos y con el fragante aroma del azahar y las camelias. Sólo el amor nos salvará. El amor y la ciencia. Todo lo demás es pura metáfora de la nada. Un cero a la izquierda. Un todo vacío. Una línea oscura en un cuadro de Modigliani, una mueca de Munch gritando al mundo que estamos locos, que nos estamos matando y exterminando los unos a los otros sin solución de continuidad, Qué imbéciles somos, pero qué pedazo de imbéciles.
Nélida L. Del Estal Sastre
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