La Alegría se ha apagado en Toro

El pasado viernes recibí con enorme pesar y tristeza la noticia del fallecimiento de Juanito, el propietario del Bar Restaurante Alegría, uno de los toresanos más queridos por mí, y que me hacen evocar los  buenos recuerdos de mi estancia en Toro durante dos años en la ya pasada década de finales de los años 70 del siglo pasado.

¡Qué curioso que  a ese cuerpo tan grande todo el mundo lo conociera por Juanito! Pero también que un establecimiento recibiera el nombre metonímico de su dueño porque su eterna sonrisa, su Alegría era desbordante. Una sonrisa nada afectada. Un saber estar no aprendido en las universidades sino en la escuela de la vida.

Hoy se agolpan los recuerdos de aquellos años pasados en el Instituto Pardo Tavera. Dos días a la semana, me quedaba a comer con los compañeros en El Alegría. Juan nos tenía reservada la mesa en ese comedor interior lleno de recuerdos taurinos y de relojes que invitaban a la brevedad, pero estos relojes no marcaban las horas como en el tango, sino que servían de reposo y tranquilidad. Juanito conocía nuestros gustos y nuestras apetencias; incluso lo aprovechaba para innovar su carta (¡la naranja mecánica del postre!).

Fueron tantos los recuerdos y tanto el afecto recibido que cada vez que he regresado a Toro, y eso lo hago con frecuencia, no podía dejar de pasar a saludar a Juanito, y a su hijo y exalumno Javier, (del que también me acabo de enterar que nos ha dejado hace muy poco). Un vino, si no me podía quedar a comer o cenar; y un abrazo de despedida con esa voz de tenor y la eterna sonrisa. Esa eterna sonrisa que se fue convirtiendo en mueca después de la desaparición de su esposa y del cierre de su Alegría.

Cuando en octubre último paseaba por la plaza desierta de mi ciudad del alma, como diría Vicente Aleixandre, ya no pude saludar ni al padre ni al hijo, pero sí que estaban en mi recuerdo. Todo acaba, amigo Juan. D.E.P.

Fernando Primo