REPÚBLICO
España: una democracia sin demócratas
Un periodista, en esencia, debería sospechar, dudar y desconfiar siempre del poder político. Porque una persona en política se transforma y jamás dirá la verdad. Esa sospecha, esa duda y esa falta de confianza en el administrador de la res pública conlleva la crítica a todo Gobierno, fuera el de Aznar, el que regresaría a Benavente en tren cuando aspiraba a ser lo que fue; de Zapatero, el que tuvo dos abuelos, el bueno, el republicano, pero no rojeras, y otro, el malo, del que nunca pronunció una sola palabra; de Mariano Rajoy, el que gobernó con poder omnímodo y se tragó todas las leyes del zapaterismo que antes de llegar a La Moncloa prometió retirar, y, por supuesto a Pedro Sánchez, el genio que convirtió, con su lámpara verbal, la mentira en gran verdad, el que nunca pactaría con Unidas Podemos, porque desvelaría su descanso, y con Bildu, el cerebro político de ETA, con Otegui como líder.
Ahora bien, al hincha de cualquier de los partidos políticos, pongamos de los de izquierda, le encanta que el periodista, como es mi caso, criticase al PP. Ahí está la hemeroteca como notaria de la verdad. El hooligan de partidos conservadores alcanza el orgasmo político ahora, cuando denuncio las actuaciones de este Gobierno durante la pandemia vírica y sus presupuestos para la pandemia económica. Y mantendré mis juicios con cualquier otro gobierno de España. Mi desconfianza hacia el político, no de la política, que es sacra, se basa en mi memoria, que también, en este caso, es histórica. Empírico. Como también manifiesto mi prevención e incredulidad hacia la prensa, escrita, radiada o televisada. También demostrable.
Hay una prensa, de la que en Zamora tenemos descarados ejemplos, que alaba siempre al que manda. Le trae sin cuidado que gobierne las instituciones el PP, PSOE o IU. Hay que ordeñar la ubre de la vaca política que dé leche. Y si no da, si no atiende las requisitorias publicitarias, el político y la institución que osen desatender propuestas económicas, desaparecerán del papel, del informativo, como mal menor, o se les buscarán las vueltas. Tengo datos. Fidedignos. Hubo una presidenta de la Diputación, mala malísima, que recibió, durante tres o cuatro días, en plena Semana Santa, artículos preñados de insultos personales, no de juicios políticos, todo porque negarse a colocar una página de publicidad, la de siempre, una especie de cuota periodística que siempre se pagaba el Domingo de Ramos. Todo se solucionó con publicidad. A partir de ahí, se convirtió en ejemplo de excelencia política. C’est la vie.
El lector no se entera. Como tampoco conoce la intrahistoria de la política. Critica aquello que no le gusta, artículos que denuncian a políticos que le son queridos, y loa a los que atacan al rival. Me temo que ni existen demócratas, ni, por tanto, democracia, ni prensa libre e independiente. Sostengo también que la mentira ha derrotado a la verdad, y que se gobierna, pues, desde el embuste, el embeleco, el infundio y la trola. A la postre, el político no deja de ser una representación del pueblo, una elevación al poder de lo peor que somos como seres humanos.
Eso sí, según el ínclito Pedro Sánchez, que también es pueblo, “salimos más fuertes” de esta pandemia vírica, lema de una campaña publicitaria en los medios de comunicación nacionales. Y nadie duda, pues, de que España superará la pandemia económica. No pasa nada. Han muerto entre 30.000 y 40.000 españoles –¡quién conoce la verdad!-, se han ido al paro muchos más y numerosos empresarios y autónomos han cerrado sus negocios y todos los pronósticos de OCDE y BCE auguran una catástrofe económico de una magnitud jamás vivida por nuestra nación. El presidente del ejecutivo tiene más moral que el Alcoyano. Este hombre es el paradigma del estado de ineptitud que ha alcanzado la política nacional.
“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Sin duda, Sánchez es un artista. Groucho Marx no lo conoció, pero su aserto parece dirigirse a tipos como el presidente de esta desgraciada nación.
En verdad, “partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de miseria”. Miré los muros de la patria mía, sin un tiempo fuertes ya desmoronados.
Eugenio-Jesús de Ávila
Un periodista, en esencia, debería sospechar, dudar y desconfiar siempre del poder político. Porque una persona en política se transforma y jamás dirá la verdad. Esa sospecha, esa duda y esa falta de confianza en el administrador de la res pública conlleva la crítica a todo Gobierno, fuera el de Aznar, el que regresaría a Benavente en tren cuando aspiraba a ser lo que fue; de Zapatero, el que tuvo dos abuelos, el bueno, el republicano, pero no rojeras, y otro, el malo, del que nunca pronunció una sola palabra; de Mariano Rajoy, el que gobernó con poder omnímodo y se tragó todas las leyes del zapaterismo que antes de llegar a La Moncloa prometió retirar, y, por supuesto a Pedro Sánchez, el genio que convirtió, con su lámpara verbal, la mentira en gran verdad, el que nunca pactaría con Unidas Podemos, porque desvelaría su descanso, y con Bildu, el cerebro político de ETA, con Otegui como líder.
Ahora bien, al hincha de cualquier de los partidos políticos, pongamos de los de izquierda, le encanta que el periodista, como es mi caso, criticase al PP. Ahí está la hemeroteca como notaria de la verdad. El hooligan de partidos conservadores alcanza el orgasmo político ahora, cuando denuncio las actuaciones de este Gobierno durante la pandemia vírica y sus presupuestos para la pandemia económica. Y mantendré mis juicios con cualquier otro gobierno de España. Mi desconfianza hacia el político, no de la política, que es sacra, se basa en mi memoria, que también, en este caso, es histórica. Empírico. Como también manifiesto mi prevención e incredulidad hacia la prensa, escrita, radiada o televisada. También demostrable.
Hay una prensa, de la que en Zamora tenemos descarados ejemplos, que alaba siempre al que manda. Le trae sin cuidado que gobierne las instituciones el PP, PSOE o IU. Hay que ordeñar la ubre de la vaca política que dé leche. Y si no da, si no atiende las requisitorias publicitarias, el político y la institución que osen desatender propuestas económicas, desaparecerán del papel, del informativo, como mal menor, o se les buscarán las vueltas. Tengo datos. Fidedignos. Hubo una presidenta de la Diputación, mala malísima, que recibió, durante tres o cuatro días, en plena Semana Santa, artículos preñados de insultos personales, no de juicios políticos, todo porque negarse a colocar una página de publicidad, la de siempre, una especie de cuota periodística que siempre se pagaba el Domingo de Ramos. Todo se solucionó con publicidad. A partir de ahí, se convirtió en ejemplo de excelencia política. C’est la vie.
El lector no se entera. Como tampoco conoce la intrahistoria de la política. Critica aquello que no le gusta, artículos que denuncian a políticos que le son queridos, y loa a los que atacan al rival. Me temo que ni existen demócratas, ni, por tanto, democracia, ni prensa libre e independiente. Sostengo también que la mentira ha derrotado a la verdad, y que se gobierna, pues, desde el embuste, el embeleco, el infundio y la trola. A la postre, el político no deja de ser una representación del pueblo, una elevación al poder de lo peor que somos como seres humanos.
Eso sí, según el ínclito Pedro Sánchez, que también es pueblo, “salimos más fuertes” de esta pandemia vírica, lema de una campaña publicitaria en los medios de comunicación nacionales. Y nadie duda, pues, de que España superará la pandemia económica. No pasa nada. Han muerto entre 30.000 y 40.000 españoles –¡quién conoce la verdad!-, se han ido al paro muchos más y numerosos empresarios y autónomos han cerrado sus negocios y todos los pronósticos de OCDE y BCE auguran una catástrofe económico de una magnitud jamás vivida por nuestra nación. El presidente del ejecutivo tiene más moral que el Alcoyano. Este hombre es el paradigma del estado de ineptitud que ha alcanzado la política nacional.
“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Sin duda, Sánchez es un artista. Groucho Marx no lo conoció, pero su aserto parece dirigirse a tipos como el presidente de esta desgraciada nación.
En verdad, “partiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de miseria”. Miré los muros de la patria mía, sin un tiempo fuertes ya desmoronados.
Eugenio-Jesús de Ávila
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