CON LOS CINCO SENTIDOS
La pecera
No sé si te echo de menos, sólo sé que ya no estás. Apareciste y desapareciste de mi vida como una tormenta de verano. Dejé que me empapara tu luz durante unos instantes hasta que la oscuridad te tomó el relevo. Hubiera querido amarrarte, o quizá no, tampoco soy muy consciente de ello y creo que me he acomodado a tu ausencia repentina. Mi mar no deja de ser una pecera con peces de colores, pequeña, cuidada y conocida.
Somos pocos pero bien avenidos y cualquier destello provoca que nos asomemos al cristal, que peguemos nuestras bocas entreabiertas para respirar la novedad. Pero también se nos pasa pronto el asombro, recuerda, tenemos memoria de pez…
No obstante, a veces, reconozco que me acerco al borde de la pecera para observar si da la casualidad de que pasas, aunque sea de soslayo, cerca de la pared que separa tu mundo del mío. Expectante, con los ojos bien abiertos y las branquias dispuestas a respirarte en cuanto puedas hacer acto de presencia. Pero luego me invade la desidia y el hastío porque no recuerdo para qué me arrimé a ese borde. Paradoja perversa.
Entonces vuelvo a reunirme con el resto de los peces de colores y sonrío porque me siento bien y me encuentro en mi particular universo, cómodo y confortable, sin sobresaltos ni crueldades, sin trampa ni cartón, sin cara ni cruz, etéreo como deben de ser los ángeles.
Me rearmo por si algún día me sacan de mi pecera y me llevan a otra parte, lejos de lo que conozco. Puede que la inercia del tiempo me lleve de nuevo a bordear el cristal que me separa del mundo desconocido, también puede que la misma inercia me haga olvidar todo. Pero se me pasa pronto. Recuerda, tengo memoria de pez.
Nelida L. del Estal Sastre
No sé si te echo de menos, sólo sé que ya no estás. Apareciste y desapareciste de mi vida como una tormenta de verano. Dejé que me empapara tu luz durante unos instantes hasta que la oscuridad te tomó el relevo. Hubiera querido amarrarte, o quizá no, tampoco soy muy consciente de ello y creo que me he acomodado a tu ausencia repentina. Mi mar no deja de ser una pecera con peces de colores, pequeña, cuidada y conocida.
Somos pocos pero bien avenidos y cualquier destello provoca que nos asomemos al cristal, que peguemos nuestras bocas entreabiertas para respirar la novedad. Pero también se nos pasa pronto el asombro, recuerda, tenemos memoria de pez…
No obstante, a veces, reconozco que me acerco al borde de la pecera para observar si da la casualidad de que pasas, aunque sea de soslayo, cerca de la pared que separa tu mundo del mío. Expectante, con los ojos bien abiertos y las branquias dispuestas a respirarte en cuanto puedas hacer acto de presencia. Pero luego me invade la desidia y el hastío porque no recuerdo para qué me arrimé a ese borde. Paradoja perversa.
Entonces vuelvo a reunirme con el resto de los peces de colores y sonrío porque me siento bien y me encuentro en mi particular universo, cómodo y confortable, sin sobresaltos ni crueldades, sin trampa ni cartón, sin cara ni cruz, etéreo como deben de ser los ángeles.
Me rearmo por si algún día me sacan de mi pecera y me llevan a otra parte, lejos de lo que conozco. Puede que la inercia del tiempo me lleve de nuevo a bordear el cristal que me separa del mundo desconocido, también puede que la misma inercia me haga olvidar todo. Pero se me pasa pronto. Recuerda, tengo memoria de pez.
Nelida L. del Estal Sastre
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.35