CON LOS CINCO SENTIDOS
El concurso de disfraces
Era alto, guapo, rico y con un trabajo y novia de ensueño. Hacía la pelota a su jefe, a su secretaria, a su criada y a la dependienta de los grandes almacenes. Compraba libros caros, vistosos, buenos o de los que estaban de moda, da igual, porque nunca los leía. Todo él era pura fachada de cara a la galería. Un humano que camina, come, pero no siente un ápice de nada.
Se aprendía de memoria las críticas cinematográficas del periódico para soltarlas delante de sus compañeros de trabajo y mostrarles que estaba a la última. Igual pasaba con la música, presumía de entendido en la clásica y en su casa no se hallaba a ninguno de los “grandes”.
Era un hipócrita, un grandísimo gilipollas, pero la gente no le conocía otro cariz y él no mostraba intención alguna por agradar o que se le tomase por alguien empático, sincero, normal... La gente le daba igual. Toda. Era la egolatría personificada en un solo ser humano.
Su empresa organizó una fiesta de disfraces por carnaval, como cada año. Nuestro amigo, como no reparaba en esas cosas, se olvidó. Llegó a la oficina y al abrir la puerta, todo quedó en silencio, nadie conocía a nadie, excepto a él. Todos iban disfrazados de “otro”. Ese día volvió a casa, como siempre, bueno, como casi siempre. En su mano derecha llevaba el trofeo al mejor disfraz de la fiesta.
Nélida L. del Estal Sastre
Era alto, guapo, rico y con un trabajo y novia de ensueño. Hacía la pelota a su jefe, a su secretaria, a su criada y a la dependienta de los grandes almacenes. Compraba libros caros, vistosos, buenos o de los que estaban de moda, da igual, porque nunca los leía. Todo él era pura fachada de cara a la galería. Un humano que camina, come, pero no siente un ápice de nada.
Se aprendía de memoria las críticas cinematográficas del periódico para soltarlas delante de sus compañeros de trabajo y mostrarles que estaba a la última. Igual pasaba con la música, presumía de entendido en la clásica y en su casa no se hallaba a ninguno de los “grandes”.
Era un hipócrita, un grandísimo gilipollas, pero la gente no le conocía otro cariz y él no mostraba intención alguna por agradar o que se le tomase por alguien empático, sincero, normal... La gente le daba igual. Toda. Era la egolatría personificada en un solo ser humano.
Su empresa organizó una fiesta de disfraces por carnaval, como cada año. Nuestro amigo, como no reparaba en esas cosas, se olvidó. Llegó a la oficina y al abrir la puerta, todo quedó en silencio, nadie conocía a nadie, excepto a él. Todos iban disfrazados de “otro”. Ese día volvió a casa, como siempre, bueno, como casi siempre. En su mano derecha llevaba el trofeo al mejor disfraz de la fiesta.
Nélida L. del Estal Sastre
Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.35