DESDE AMÉRICA
La muerte de Hansel y la cuestión racial en Cuba
Hansel tenía 27 años. Murió a manos de la policía el pasado 24 de junio. Vivía en Guanabacoa, que es un barrio con población mayoritariamente negra en La Habana, Cuba. Fue asesinado en ese mismo barrio. Hansel Ernesto Hernández Galiano era negro. Nació a principios de los años noventa: pertenecía a la generación del “período especial”: vino al mundo justo cuando el proyecto ideológico socialista cubano se venía a pique a causa de la debacle económica que provocó –y de la cual la isla aún no se repone– el fin de la Unión Soviética y del bloque del este. Por lo tanto, su experiencia de vida debe haber estado signada por la crisis. Yo, que no vivo en Cuba desde hace 25 años, no lo conocí, por supuesto. Pero sí tengo memoria de las condiciones que deben haber rodeado su nacimiento porque fueron las mismas que viví en aquellos duros años noventa, cuando la mayor parte de los cubanos estaba desnutrida, la avitaminosis cundía entre la gente, y se cambiaba lo poco que uno tuviera de ropa por cualquier cosa para comer.
El fin de Hansel, a manos de la policía, de alguna manera funesta vino a cerrar su propio ciclo de dificultades económicas y sociales: haber nacido en una época trágica, haber muerto en circunstancias más trágicas aún. Esta tragedia es parte de la realidad cotidiana de muchos cubanos. De muchos, no de todos. Si algo provocó el fin del socialismo europeo y el período especial en Cuba fue la profundización de una grieta social que, incluso sin haber desaparecido nunca, era mucho más tenue en épocas anteriores entre 1959 y 1990. Esa grieta social, desafortunadamente, tiene color.
Desde fines del siglo XIX se ha fomentado la noción de la raza cubana, aquella que esté por encima de las diferencias de pigmentación. En el ensayo “Nuestra América”[1], en 1891, José Martí afirmaba: “No hay odios de razas, porque no hay razas […] El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color”. En su discurso “Mi raza”[2], en 1893, Martí añadía,: “Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro”. Desde entonces, la idea de una igualdad racial ha sido impulsada: desde la intelectualidad, desde los partidos políticos en la primera mitad del siglo XX, desde el gobierno a partir de 1959: todos han pugnado por hacer prevalecer la idea de un mestizaje biológico –transculturación, lo llamaba Fernando Ortiz en 1940 – que habría dado origen a lo cubano, entendido como una entidad homogénea cultural y racial.
Pero la muerte de Hansel saca a la luz las profundas diferencias raciales que persisten en la sociedad cubana, cuyo debate y solución ha sido postergado y encubierto bajo el manto de una supuesta igualdad que, buenas intenciones aparte, no se ha concretado en la práctica. Tales diferencias raciales se hicieron más evidentes a partir de los noventa, cuando fue la población negra, sobre todo, la más afectada por la crisis. Esto no es un comentario especulativo. Existen estudios de sociólogos e historiadores en Cuba que explican las causas de estas disparidades sociales.
Mucho se ha escrito y debatido en estos días sobre la muerte de Hansel: desarmado, sin representar peligro para la policía, recibió disparos mortales por la espalda. La violencia policial estuvo totalmente injustificada. Su salida a la luz pública, y haberse convertido en un fenómeno mediático y social no tiene que ver con el gobierno cubano, que ha intentado restarle importancia al asunto, e incluso, justificar la actuación de los dos policías que dispararon al decir que Hansel era un delincuente que robaba piezas de carro. Tiene que ver, mucho con una sociedad que, aislamiento aparte, está cada día más conectada, al menos en términos de información, con el resto del mundo. Su repercusión, además, está de alguna manera ligada a la resonancia que el asesinato de George Floyd, a manos de la policía estadounidense el 25 de mayo, ha tenido en el mundo occidental.
En ambos casos el trasfondo es el mismo: lo cuestionable no es si se trataba de dos criminales o no –cuestión que debería haber dirimido la justicia– sino la noción de que la policía se siente con licencia para matar, incluso cuando no se trata de defender la vida de los oficiales que disparan, o asfixian.
Esta licencia para la impunidad pone a los ciudadanos –en Cuba, en Estados Unidos, en muchos otros países– en una situación de indefensión. Pero ojo: esta indefensión es más cruenta, más palpable, más mortal, cuando el color de la piel es más oscuro, cuando se tiene menos dinero en el bolsillo, cuando el acento es diferente.
La policía en Cuba –a diferencia de en los Estados Unidos– ha logrado controlar las protestas ciudadanas por la muerte de Hansel: se había programado una masiva para el 30 de junio, pero no pudo desarrollarse por la excesiva presencia policial en el punto principal al que se había convocado a la gente: el cine Yara, en la esquina de dos de las calles más céntricas de toda La Habana: L y 23 en el Vedado. Sin embargo, la conmoción que ha causado la noticia de la muerte de Hansel ha provocado olas que, previsibles desde hace mucho, nos obligan a formular las preguntas correctas para entonces intentar hallar las respuestas necesarias sobre la cuestión racial en Cuba.
[1] https://www.ensayistas.org/antologia/XIXA/marti/index.htm
[2] https://www.ersilias.com/discurso-mi-raza-de-jose-marti-1893/
Damaris Puñales-Alpizar
Hansel tenía 27 años. Murió a manos de la policía el pasado 24 de junio. Vivía en Guanabacoa, que es un barrio con población mayoritariamente negra en La Habana, Cuba. Fue asesinado en ese mismo barrio. Hansel Ernesto Hernández Galiano era negro. Nació a principios de los años noventa: pertenecía a la generación del “período especial”: vino al mundo justo cuando el proyecto ideológico socialista cubano se venía a pique a causa de la debacle económica que provocó –y de la cual la isla aún no se repone– el fin de la Unión Soviética y del bloque del este. Por lo tanto, su experiencia de vida debe haber estado signada por la crisis. Yo, que no vivo en Cuba desde hace 25 años, no lo conocí, por supuesto. Pero sí tengo memoria de las condiciones que deben haber rodeado su nacimiento porque fueron las mismas que viví en aquellos duros años noventa, cuando la mayor parte de los cubanos estaba desnutrida, la avitaminosis cundía entre la gente, y se cambiaba lo poco que uno tuviera de ropa por cualquier cosa para comer.
El fin de Hansel, a manos de la policía, de alguna manera funesta vino a cerrar su propio ciclo de dificultades económicas y sociales: haber nacido en una época trágica, haber muerto en circunstancias más trágicas aún. Esta tragedia es parte de la realidad cotidiana de muchos cubanos. De muchos, no de todos. Si algo provocó el fin del socialismo europeo y el período especial en Cuba fue la profundización de una grieta social que, incluso sin haber desaparecido nunca, era mucho más tenue en épocas anteriores entre 1959 y 1990. Esa grieta social, desafortunadamente, tiene color.
Desde fines del siglo XIX se ha fomentado la noción de la raza cubana, aquella que esté por encima de las diferencias de pigmentación. En el ensayo “Nuestra América”[1], en 1891, José Martí afirmaba: “No hay odios de razas, porque no hay razas […] El alma emana, igual y eterna, de los cuerpos diversos en forma y en color”. En su discurso “Mi raza”[2], en 1893, Martí añadía,: “Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro”. Desde entonces, la idea de una igualdad racial ha sido impulsada: desde la intelectualidad, desde los partidos políticos en la primera mitad del siglo XX, desde el gobierno a partir de 1959: todos han pugnado por hacer prevalecer la idea de un mestizaje biológico –transculturación, lo llamaba Fernando Ortiz en 1940 – que habría dado origen a lo cubano, entendido como una entidad homogénea cultural y racial.
Pero la muerte de Hansel saca a la luz las profundas diferencias raciales que persisten en la sociedad cubana, cuyo debate y solución ha sido postergado y encubierto bajo el manto de una supuesta igualdad que, buenas intenciones aparte, no se ha concretado en la práctica. Tales diferencias raciales se hicieron más evidentes a partir de los noventa, cuando fue la población negra, sobre todo, la más afectada por la crisis. Esto no es un comentario especulativo. Existen estudios de sociólogos e historiadores en Cuba que explican las causas de estas disparidades sociales.
Mucho se ha escrito y debatido en estos días sobre la muerte de Hansel: desarmado, sin representar peligro para la policía, recibió disparos mortales por la espalda. La violencia policial estuvo totalmente injustificada. Su salida a la luz pública, y haberse convertido en un fenómeno mediático y social no tiene que ver con el gobierno cubano, que ha intentado restarle importancia al asunto, e incluso, justificar la actuación de los dos policías que dispararon al decir que Hansel era un delincuente que robaba piezas de carro. Tiene que ver, mucho con una sociedad que, aislamiento aparte, está cada día más conectada, al menos en términos de información, con el resto del mundo. Su repercusión, además, está de alguna manera ligada a la resonancia que el asesinato de George Floyd, a manos de la policía estadounidense el 25 de mayo, ha tenido en el mundo occidental.
En ambos casos el trasfondo es el mismo: lo cuestionable no es si se trataba de dos criminales o no –cuestión que debería haber dirimido la justicia– sino la noción de que la policía se siente con licencia para matar, incluso cuando no se trata de defender la vida de los oficiales que disparan, o asfixian.
Esta licencia para la impunidad pone a los ciudadanos –en Cuba, en Estados Unidos, en muchos otros países– en una situación de indefensión. Pero ojo: esta indefensión es más cruenta, más palpable, más mortal, cuando el color de la piel es más oscuro, cuando se tiene menos dinero en el bolsillo, cuando el acento es diferente.
La policía en Cuba –a diferencia de en los Estados Unidos– ha logrado controlar las protestas ciudadanas por la muerte de Hansel: se había programado una masiva para el 30 de junio, pero no pudo desarrollarse por la excesiva presencia policial en el punto principal al que se había convocado a la gente: el cine Yara, en la esquina de dos de las calles más céntricas de toda La Habana: L y 23 en el Vedado. Sin embargo, la conmoción que ha causado la noticia de la muerte de Hansel ha provocado olas que, previsibles desde hace mucho, nos obligan a formular las preguntas correctas para entonces intentar hallar las respuestas necesarias sobre la cuestión racial en Cuba.
[1] https://www.ensayistas.org/antologia/XIXA/marti/index.htm
[2] https://www.ersilias.com/discurso-mi-raza-de-jose-marti-1893/
Damaris Puñales-Alpizar



















Damaris Puñales-Alpízar | Sábado, 04 de Julio de 2020 a las 18:02:42 horas
Gracias, querido Gonzalo, no solo por leerme, sino sobre todo por abrirme la puerta a El Día de Zamora. Un gusto estar colaborando con ustedes. Un abrazo desde Cleveland.
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