LITERATURA
Filisteos intelectuales
Hay pueblos en la Historia sobre los cuales pesa la maldición de la mala prensa. Uno de ellos es el de los filisteos. Da la mala casualidad (para ellos) de que durante milenios, la única fuente de información que encontremos sea en la Biblia, que fue escrita por los israelitas. Al parecer; sus peores enemigos.
La palabra “filisteo”, se utiliza, a veces, para hacer referencia a una persona de gran estatura y corpulencia, y aunque la verdadera historia de los filisteos permanece en penumbras, nos cuenta que pasaron a ella como el pueblo del gigante Goliat, símbolo del poder bruto e ignorante, derrotado por la astucia del pequeño pastor David. Pero hay otro significado de “filisteo” más interesante, y que tiene que ver no con cualidades físicas, sino morales.
En su tercera acepción de “filisteo”, La Real Academia lo define como una persona “de espíritu vulgar, de escasos conocimientos y poca sensibilidad artística o literaria”. Es bien sabido que las personas ajenas a la cultura no se molestan ni un poco en comprender ideas nuevas cuando visitan otro lugar y constantemente hacen juicios de valor. Siempre consideran que tienen la razón absoluta y no permiten aceptar opiniones diferentes a pesar de tener mejores sustentos que sus declaraciones. Se encuentran en todos los niveles sociales y es difícil identificar a uno sin conocerlo, pero una vez que descubrimos su falta de temas interesantes para hablar, su crítica hacia otros o una burla constante hacia la cultura, notamos que nos encontramos con una mente limitada que difícilmente podrá cambiar. Son felices dentro de su ignorancia y cumplen el cliché que afirma que entre menos conocimiento tengan, mayor es la posibilidad de que se sientan cómodos con su entorno.
Del mismo modo que artista es quien crea o recrea el fruto de su inspiración a través de sus obras de arte, con independencia de que sea reconocida o no el valor de su obra por terceros. Menospreciar la figura del intelectual es incitar al renuncio de la reflexión; una manera de tratar de disuadir a quienes publicamos sin afán de notoriedad ni el descabellado propósito de ganarnos la vida dando cuenta de nuestras ideas. Pensar «de manera diferente» es esencial, es peligroso y merma considerablemente su valor si no se hace acompañar de un propósito constructivo, neutral en lo posible y preferentemente ligado a una voluntad esclarecedora. Podrá ser o no interesante, profundo, ameno, lo que hacemos los escritores. Pero nuestra propensión es hacer compleja la simplicidad y comprensible lo complejo.
Emilia Casas Fernández.
Hay pueblos en la Historia sobre los cuales pesa la maldición de la mala prensa. Uno de ellos es el de los filisteos. Da la mala casualidad (para ellos) de que durante milenios, la única fuente de información que encontremos sea en la Biblia, que fue escrita por los israelitas. Al parecer; sus peores enemigos.
La palabra “filisteo”, se utiliza, a veces, para hacer referencia a una persona de gran estatura y corpulencia, y aunque la verdadera historia de los filisteos permanece en penumbras, nos cuenta que pasaron a ella como el pueblo del gigante Goliat, símbolo del poder bruto e ignorante, derrotado por la astucia del pequeño pastor David. Pero hay otro significado de “filisteo” más interesante, y que tiene que ver no con cualidades físicas, sino morales.
En su tercera acepción de “filisteo”, La Real Academia lo define como una persona “de espíritu vulgar, de escasos conocimientos y poca sensibilidad artística o literaria”. Es bien sabido que las personas ajenas a la cultura no se molestan ni un poco en comprender ideas nuevas cuando visitan otro lugar y constantemente hacen juicios de valor. Siempre consideran que tienen la razón absoluta y no permiten aceptar opiniones diferentes a pesar de tener mejores sustentos que sus declaraciones. Se encuentran en todos los niveles sociales y es difícil identificar a uno sin conocerlo, pero una vez que descubrimos su falta de temas interesantes para hablar, su crítica hacia otros o una burla constante hacia la cultura, notamos que nos encontramos con una mente limitada que difícilmente podrá cambiar. Son felices dentro de su ignorancia y cumplen el cliché que afirma que entre menos conocimiento tengan, mayor es la posibilidad de que se sientan cómodos con su entorno.
Del mismo modo que artista es quien crea o recrea el fruto de su inspiración a través de sus obras de arte, con independencia de que sea reconocida o no el valor de su obra por terceros. Menospreciar la figura del intelectual es incitar al renuncio de la reflexión; una manera de tratar de disuadir a quienes publicamos sin afán de notoriedad ni el descabellado propósito de ganarnos la vida dando cuenta de nuestras ideas. Pensar «de manera diferente» es esencial, es peligroso y merma considerablemente su valor si no se hace acompañar de un propósito constructivo, neutral en lo posible y preferentemente ligado a una voluntad esclarecedora. Podrá ser o no interesante, profundo, ameno, lo que hacemos los escritores. Pero nuestra propensión es hacer compleja la simplicidad y comprensible lo complejo.
Emilia Casas Fernández.



















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