CON LOS CINCO SENTIDOS
Para los profesores y los sanitarios
Conozco a muchos profesores, a muchos. Mi padre lo fue, mis hermanos, dos de ellos, lo son. Tengo amigos íntimos profesores, de los mejores amigos que puedas tener. Eso lo certifico y lo firmo ante Notario ahora mismo. He tenido mucha suerte, mucha. Me he criado entre profesores, exámenes por corregir en la mesa del comedor y ratos en los que no podía jugar con papá porque estaba corrigiendo o poniendo las preguntas de un examen que estaba preparando para sus alumnos. Hubo alguna época mala, cuando algún alumno o familia insatisfecha nos rayó el coche o nos pinchó alguna rueda...Incluso decían que las buenas notas de los hermanos “del Estal” se debían al enchufe, porque nuestro padre era profesor. Eso es una absoluta salvajada.
En fin, que todas esas historias han conformado mi día a día hasta que abandoné la casa en la que me crié por la mía, para crear mi propia familia. La de profesor es una de esas profesiones que tienen un valor añadido de calado insuperable, como la de los médicos. Unos salvan nuestras almas de la ignorancia, otros nos salvan la vida. Ambas profesiones han sido denostadas y maltratadas hasta límites insospechados durante esta terrible pandemia. Médicos, enfermeros, sanitarios, celadores desbordados y jugándose su propia vida y la de sus familias cada puto día.
Profesores que, desde casa, han atendido a sus alumnos con un cariño y una profesionalidad que no están pagados con un sueldo acorde a tal sacrificio, atendiendo cada necesidad, intentando que sus “deberes” o enseñanzas llegaran a cada punto de la geografía nacional, aunque ese jodido punto no tuviera ni conexión a internet en pleno siglo XXI. Señores gobernantes, no exijáis a los médicos o a los profesores lo que no podéis darles o de lo que no les podéis proveer para desarrollar su trabajo con un mínimo de equidad y de dignidad. Fantoches todos vosotros. No tenéis ni puta idea. Ni idea. Bajad al barro. Pero igual que digo una cosa, digo la contraria, si es que ésta sucede
Casos en los que la media académica de un alumno es casi de sobresaliente, pero por caer en manos de un profesor de esos “guays”, que suspenden a todo quisque para conseguir un caché de duro y “hueso”, hacen que les retiren una beca sin la que no podrán seguir estudiando porque sus condiciones de vida son muy jodidas aunque tengan un cerebro que queremos para nuestro futuro. Personitas que luchan a diario, estudian, se forman y sacan un 3 en un examen, mientras en los demás sacaron notas muy altas.
Pero resulta que ese 3 es uno de entre el 95 % de suspensos en la clase de un determinado profesor, mayoritariamente universitario o de Instituto. ¿Qué ganáis con eso? Sí, os lo pregunto a vosotros, los profesores. ¿Acaso el nivel académico es tan sumamente bajo que sólo aprobáis al 5%? Algo falla aquí, ¿verdad? Ni los profesores son unos nazis, ni los alumnos unos lerdos, o los profesores unos ineptos que no hacen entender nada a los que van a sus clases. Eso lo sabemos todos. Hemos pasado por una situación de excepcionalidad jamás vivida antes. Estamos empezando a levantar cabeza, muy lentamente y con miedo a caer de nuevo.
Seamos más empáticos con las familias y sus personales circunstancias, con los alumnos que este curso lo han tenido tan difícil, con aquellos que pueden cursar una carrera gracias a estar becados, pero que si suspenden una o dos asignaturas cuatrimestrales, los mandas al hoyo y sabes que valen oro puro. Seamos más empáticos también con los sanitarios que deben de estar hasta las pelotas de ver que todo su trabajo y su lucha por su vida y las nuestras nos la pasamos por el forro de los cojones cada vez que ven en las redes, o en televisión, que hay rebrotes por hacer el imbécil en fiestas públicas o privadas. ¿Estamos tontos o es que realmente lo somos? Pensad, coño, pensad. Y ya por hoy.
Nélida L. del Estal Sastre
Conozco a muchos profesores, a muchos. Mi padre lo fue, mis hermanos, dos de ellos, lo son. Tengo amigos íntimos profesores, de los mejores amigos que puedas tener. Eso lo certifico y lo firmo ante Notario ahora mismo. He tenido mucha suerte, mucha. Me he criado entre profesores, exámenes por corregir en la mesa del comedor y ratos en los que no podía jugar con papá porque estaba corrigiendo o poniendo las preguntas de un examen que estaba preparando para sus alumnos. Hubo alguna época mala, cuando algún alumno o familia insatisfecha nos rayó el coche o nos pinchó alguna rueda...Incluso decían que las buenas notas de los hermanos “del Estal” se debían al enchufe, porque nuestro padre era profesor. Eso es una absoluta salvajada.
En fin, que todas esas historias han conformado mi día a día hasta que abandoné la casa en la que me crié por la mía, para crear mi propia familia. La de profesor es una de esas profesiones que tienen un valor añadido de calado insuperable, como la de los médicos. Unos salvan nuestras almas de la ignorancia, otros nos salvan la vida. Ambas profesiones han sido denostadas y maltratadas hasta límites insospechados durante esta terrible pandemia. Médicos, enfermeros, sanitarios, celadores desbordados y jugándose su propia vida y la de sus familias cada puto día.
Profesores que, desde casa, han atendido a sus alumnos con un cariño y una profesionalidad que no están pagados con un sueldo acorde a tal sacrificio, atendiendo cada necesidad, intentando que sus “deberes” o enseñanzas llegaran a cada punto de la geografía nacional, aunque ese jodido punto no tuviera ni conexión a internet en pleno siglo XXI. Señores gobernantes, no exijáis a los médicos o a los profesores lo que no podéis darles o de lo que no les podéis proveer para desarrollar su trabajo con un mínimo de equidad y de dignidad. Fantoches todos vosotros. No tenéis ni puta idea. Ni idea. Bajad al barro. Pero igual que digo una cosa, digo la contraria, si es que ésta sucede
Casos en los que la media académica de un alumno es casi de sobresaliente, pero por caer en manos de un profesor de esos “guays”, que suspenden a todo quisque para conseguir un caché de duro y “hueso”, hacen que les retiren una beca sin la que no podrán seguir estudiando porque sus condiciones de vida son muy jodidas aunque tengan un cerebro que queremos para nuestro futuro. Personitas que luchan a diario, estudian, se forman y sacan un 3 en un examen, mientras en los demás sacaron notas muy altas.
Pero resulta que ese 3 es uno de entre el 95 % de suspensos en la clase de un determinado profesor, mayoritariamente universitario o de Instituto. ¿Qué ganáis con eso? Sí, os lo pregunto a vosotros, los profesores. ¿Acaso el nivel académico es tan sumamente bajo que sólo aprobáis al 5%? Algo falla aquí, ¿verdad? Ni los profesores son unos nazis, ni los alumnos unos lerdos, o los profesores unos ineptos que no hacen entender nada a los que van a sus clases. Eso lo sabemos todos. Hemos pasado por una situación de excepcionalidad jamás vivida antes. Estamos empezando a levantar cabeza, muy lentamente y con miedo a caer de nuevo.
Seamos más empáticos con las familias y sus personales circunstancias, con los alumnos que este curso lo han tenido tan difícil, con aquellos que pueden cursar una carrera gracias a estar becados, pero que si suspenden una o dos asignaturas cuatrimestrales, los mandas al hoyo y sabes que valen oro puro. Seamos más empáticos también con los sanitarios que deben de estar hasta las pelotas de ver que todo su trabajo y su lucha por su vida y las nuestras nos la pasamos por el forro de los cojones cada vez que ven en las redes, o en televisión, que hay rebrotes por hacer el imbécil en fiestas públicas o privadas. ¿Estamos tontos o es que realmente lo somos? Pensad, coño, pensad. Y ya por hoy.
Nélida L. del Estal Sastre




















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