Sábado, 27 de Diciembre de 2025

Emilia Casas
Jueves, 23 de Julio de 2020
LITERATURA

Un café lo hace quienes lo frecuentan

[Img #41897]El concepto de café literario tiene su origen durante el Siglo de Oro español, pero no es hasta el siglo XIX, en pleno romanticismo europeo y en un clima de efervescencia urbana, cuando se asienta definitivamente. El desarrollo de la gran ciudad y el auge de la educación fueron los ingredientes necesarios para que de repente intelectuales de toda clase sintiesen la necesidad de buscar estos lugares, de crear ecosistemas donde intercambiar de manera espontánea sus ideas y dar rienda suelta a la palabra en su forma de tertulia. Así fue como el café y la conversación fueron formando un sólido tándem de lúdica intelectualidad hasta el punto de unirse en un solo concepto: el café literario.

Nadie puede negar que los cafés, que las tertulias, fueron auténticas redes sociales en su tiempo. En ellos, la literatura se servía tan caliente como el café, o tan azucarada como un traguito de sol y sombra. Allí, en los cafés, los croissants estaban rellenos de versos, y el coñac rezumaba endecasílabos. Pero a veces venían tiesas, y las palabras estaban envenenadas de absenta, de pastelería soez, y de lenguas trabadas por el humo de los cigarrones y el anís. Y de los derechos de la prosa se pasaba a los hechos de la épica a puñetazo limpio. En aquellos cafés, y en aquellas tertulias, se escribía la historia de la literatura, unas veces con trazo fino, otras con trazo grueso y apenas unas pesetas en los bolsillos de la chaqueta.

El  vínculo entre el café, la identidad cultural y la producción literaria de una ciudad siempre ha sido muy fuerte. De hecho, los libros pueden identificarse como una de las fuerzas impulsoras para la transformación de la ciudad con el tiempo. A menudo, se encuentran en el corazón de los primeros espacios de reunión y discusión entre intelectuales, filósofos, políticos y personalidades destacadas de la época.  

Muchos de los cafés literarios han desaparecido, por eso los que quedan han adquirido categoría de museos detenidos en el tiempo. En muchas ocasiones solemos pensar que si no es en nuestra casa o en una biblioteca, no podremos tener un espacio tranquilo para la lectura. Sin embargo, hoy en día son numerosos los espacios que buscan crear comunidades y lugares para disfrutar y compartir ambientes en torno a las letras. Pero parece que todos vivimos enganchados a las redes sociales. En vez de conversar, tecleamos información con límites de caracteres. Impresiona que las relaciones sociales están cambiando con las nuevas tecnologías y aunque es una maravilla las posibilidades de comunicación que ofrece la tecnología, creo que lo inteligente es volver la vista atrás y caer en la cuenta de lo necesario e importante que es el encuentro con los otros, el conversar sin límite de tiempo, quedar a tomarse un café, mirarse a los ojos...

Poco se entendería la historia de la literatura sin la tertulias. La grandeza de éstas se encuentra en su carácter de intercambio de ideas, no de consignas. Descubrir otros puntos de vista, agrandar el marco de la realidad con liberalidad, sin prejuicios, con criterio, con discreción en la más absoluta libertad. La abordan sus gentes, con rigor, el aleph de esos asuntos que al menos en literatura, es posible y a menudo divertido revisar. Desde hace varios siglos los cafés literarios son el lugar de encuentro donde se dan cita la flor y nata de la sociedad y la cultura, los amantes de las letras y las artes que se profesan críticas y halagos a partes iguales. Todos ellos capaces de construir otros mundos posibles a través de las palabras.

© Emilia Casas Fernández. 

 

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