NUESTRA HISTORIA
Presa rota

Hoy no estamos a “9 de enero” y esa fecha aún queda lejos. Ni el año en el que estamos ni el que viene terminan en “59”... ni siquiera en “9”. Por lo tanto, no estamos ni obligados ni motivados por el recuerdo... ni por la efeméride... ni por aniversario alguno. Lo hacemos por dos motivos, que espero poder compartir con alguno de ustedes: primero, porque “es de justicia recordar aquello” en cualquier momento, sea cual sea el motivo que nos lo trae a la mente... o se nos pone delante. Segundo, porque “quiero hacerlo”, tras tantos años de haber tenido que esperar (desde luego por causas inconsistentes, cuando no absurdas) a ver y estar junto al que considero “primer monumento” a la desfachatez, desgracia e impunidad de una época para con un pueblo, cuyo único patrimonio era la pobreza y la sumisión, aún así arrebatado, junto con las cuatro piedras que sujetaban su endeble techo.
Todo ello en aquel 9 de enero de 1959, cuando el que escribe ya vivía, con apenas 3 años, y otras 150 personas morían bajo las aguas del Lago de Sanabria, para unirse, para acompañar, para residir ya “de por vida”, con los habitantes que el maestro Unamuno nos presentara e hiciese partícipes de su presencia, bajo esas aguas, 25 años antes (en 1931), nos relatase a modo de fábula, de leyenda, los que habrían de ser los moradores de las insondables, frías y negras aguas de este antiguo glaciar... en su novela “San Martín Bueno, mártir”.
Este erudito, para mí visionario de lo que habría de ocurrir 25 años después, en su querida tierra adoptiva de Salamanca y Zamora... y que complementó con la incomprensión (ahora ya total y de todos): de la República reinstaurada en este País por enésima vez; de los sublevados/salvadores que tras una Guerra Civil, fratricida y cruel, que don Miguel ya no vería... aunque sí sabía que formaría parte de su epitafio: como así ocurrió a los pocos meses del “alzamiento”... y en el mismo año de 1936, en su Salamanca.
Y esto lo he conseguido tras 64 años de convertirse en triste acontecimiento. Tras 23.360 noches pasadas desde aquella de las recién terminadas las Navidades de 1959. Este reencuentro, tan buscado como infructuoso, aupado por unos buenos amigos que quisieron respaldar y compartir esta búsqueda, para celebrarla, llorarla y no admitirla... todos juntos.

Desde niño, una década más tarde de “aquello”, realicé algún viaje de familia “al lago” a pasar el domingo de verano.... Tras la comida, siempre campestre, el paseo nos llevaba desde “Ribadelago de Franco” a “Ribadelago Viejo”: Llamaba mi atención, pero me dejaba sin preguntas aquel lugar, donde los conceptos de ruina, pavor y terror se entremezclaban y asomaban tras los escombros de las “no-viviendas”, situadas y esparcidas unas de otras en las “no-calles”.
El paso del tiempo, nada me explicó sobre lo que había ocurrido. Pero sí me ayudó a ir acercándome a algo que no tenía sentido alguno. Empecé a intuir que tampoco justificación. Hoy creo que no se le pudo otorgar el “perdón” a sus responsables.
Decía al comienzo que la propia Presa Rota era el primer monumento a la catástrofe. El segundo tardó en llegar 50 años, cuando sí se consideró que ya había que recordar “aquello”, para lo cual se organizó un amorfo y desairado acto político de desagravio, por el que se levantaba una obra escultórica de Ricardo Flecha, emotiva y entrañable, en la que una madre desolada, aún con su hija en brazos, mira al lugar que, con ellas, “viven bajo las aguas” el resto de su familia y vecinos... los cuales se encuentran (justamente) enumerados y citados, a los pies de las mujeres, uno a uno, hasta los 144 que “faltaron” y no volvieron aquella noche en la que “reventó la presa”, 8 kilómetros más arriba, encima de sus cabezas (aunque este tipo de reconocimientos ya se hiciesen, tras la Guerra Civil, en las puertas de las iglesias, colocando piedras de mármol con los nombres de los “vencedores fallecidos”... En este caso: LOS QUE ESTÁN, SON TODOS.
El acceso, primero en coche por caminos, casi desde Galicia: después con una caminata, tras haber dejado atrás el resto de las pequeñas presas construidas posteriormente a haber reventado la primera, tan agradable, como premonitoria de lo que te “vas a encontrar”: Desde lo alto del camino, que comienza su descenso, te muestra “el monumento” en toda su extensión, crueldad, desidia, impunidad, desasosiego y dolor.
El boquete creado al colapsar el muro de la presa, hizo caer y arrastrar al 50 % de la misma, retomando el Tera su cauce ancestral, con sus 8 kilómetros de caída hasta poder llegar, sin nada que lo pudiese contener ni aminorar, hasta... Ribadelago.
La otra mitad de la presa, junto a los restos y cascotes que no fueron arrastrados por las aguas, y que no bajaron convertidos en metralla desconsiderada... completan el “Monumento a aquello” con su presencia impertérrita, ante los que nos acercamos a preguntar... lo que ya no podemos asumir ni entender.

Hoy no estamos a “9 de enero” y esa fecha aún queda lejos. Ni el año en el que estamos ni el que viene terminan en “59”... ni siquiera en “9”. Por lo tanto, no estamos ni obligados ni motivados por el recuerdo... ni por la efeméride... ni por aniversario alguno. Lo hacemos por dos motivos, que espero poder compartir con alguno de ustedes: primero, porque “es de justicia recordar aquello” en cualquier momento, sea cual sea el motivo que nos lo trae a la mente... o se nos pone delante. Segundo, porque “quiero hacerlo”, tras tantos años de haber tenido que esperar (desde luego por causas inconsistentes, cuando no absurdas) a ver y estar junto al que considero “primer monumento” a la desfachatez, desgracia e impunidad de una época para con un pueblo, cuyo único patrimonio era la pobreza y la sumisión, aún así arrebatado, junto con las cuatro piedras que sujetaban su endeble techo.
Todo ello en aquel 9 de enero de 1959, cuando el que escribe ya vivía, con apenas 3 años, y otras 150 personas morían bajo las aguas del Lago de Sanabria, para unirse, para acompañar, para residir ya “de por vida”, con los habitantes que el maestro Unamuno nos presentara e hiciese partícipes de su presencia, bajo esas aguas, 25 años antes (en 1931), nos relatase a modo de fábula, de leyenda, los que habrían de ser los moradores de las insondables, frías y negras aguas de este antiguo glaciar... en su novela “San Martín Bueno, mártir”.
Este erudito, para mí visionario de lo que habría de ocurrir 25 años después, en su querida tierra adoptiva de Salamanca y Zamora... y que complementó con la incomprensión (ahora ya total y de todos): de la República reinstaurada en este País por enésima vez; de los sublevados/salvadores que tras una Guerra Civil, fratricida y cruel, que don Miguel ya no vería... aunque sí sabía que formaría parte de su epitafio: como así ocurrió a los pocos meses del “alzamiento”... y en el mismo año de 1936, en su Salamanca.
Y esto lo he conseguido tras 64 años de convertirse en triste acontecimiento. Tras 23.360 noches pasadas desde aquella de las recién terminadas las Navidades de 1959. Este reencuentro, tan buscado como infructuoso, aupado por unos buenos amigos que quisieron respaldar y compartir esta búsqueda, para celebrarla, llorarla y no admitirla... todos juntos.

Desde niño, una década más tarde de “aquello”, realicé algún viaje de familia “al lago” a pasar el domingo de verano.... Tras la comida, siempre campestre, el paseo nos llevaba desde “Ribadelago de Franco” a “Ribadelago Viejo”: Llamaba mi atención, pero me dejaba sin preguntas aquel lugar, donde los conceptos de ruina, pavor y terror se entremezclaban y asomaban tras los escombros de las “no-viviendas”, situadas y esparcidas unas de otras en las “no-calles”.
El paso del tiempo, nada me explicó sobre lo que había ocurrido. Pero sí me ayudó a ir acercándome a algo que no tenía sentido alguno. Empecé a intuir que tampoco justificación. Hoy creo que no se le pudo otorgar el “perdón” a sus responsables.
Decía al comienzo que la propia Presa Rota era el primer monumento a la catástrofe. El segundo tardó en llegar 50 años, cuando sí se consideró que ya había que recordar “aquello”, para lo cual se organizó un amorfo y desairado acto político de desagravio, por el que se levantaba una obra escultórica de Ricardo Flecha, emotiva y entrañable, en la que una madre desolada, aún con su hija en brazos, mira al lugar que, con ellas, “viven bajo las aguas” el resto de su familia y vecinos... los cuales se encuentran (justamente) enumerados y citados, a los pies de las mujeres, uno a uno, hasta los 144 que “faltaron” y no volvieron aquella noche en la que “reventó la presa”, 8 kilómetros más arriba, encima de sus cabezas (aunque este tipo de reconocimientos ya se hiciesen, tras la Guerra Civil, en las puertas de las iglesias, colocando piedras de mármol con los nombres de los “vencedores fallecidos”... En este caso: LOS QUE ESTÁN, SON TODOS.
El acceso, primero en coche por caminos, casi desde Galicia: después con una caminata, tras haber dejado atrás el resto de las pequeñas presas construidas posteriormente a haber reventado la primera, tan agradable, como premonitoria de lo que te “vas a encontrar”: Desde lo alto del camino, que comienza su descenso, te muestra “el monumento” en toda su extensión, crueldad, desidia, impunidad, desasosiego y dolor.
El boquete creado al colapsar el muro de la presa, hizo caer y arrastrar al 50 % de la misma, retomando el Tera su cauce ancestral, con sus 8 kilómetros de caída hasta poder llegar, sin nada que lo pudiese contener ni aminorar, hasta... Ribadelago.
La otra mitad de la presa, junto a los restos y cascotes que no fueron arrastrados por las aguas, y que no bajaron convertidos en metralla desconsiderada... completan el “Monumento a aquello” con su presencia impertérrita, ante los que nos acercamos a preguntar... lo que ya no podemos asumir ni entender.

















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