Jueves, 25 de Diciembre de 2025

Nélida L. Del Estal Sastre
Martes, 28 de Julio de 2020
CON LOS CINCO SENTIDOS

De lo que es justo y de lo que no

[Img #42069]Pasamos por la vida quejándonos casi desde el comienzo de nuestra existencia, de nuestra venida al mundo, llorando de bebés al salir a trompicones y medio asfixiados por el oscuro y estrecho útero materno. Encima de salir falto de aliento, ensangrentado y llorando, te arrean dos cachetes nada más verte la cara, para ver si respiras… Como si la propia existencia fuese una suerte de desgarro desde su misma concepción. Acordaos de la famosa estrofa de La Salve, esa que nos metieron en vena desde niños, como el Padre Nuestro: “A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva; a Ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas”.

Pues no estoy de acuerdo en absoluto, aunque si llego a saber de primera mano que la vida me causaría tanto sufrimiento, probablemente no habría querido nacer y me hubiera ahorrado todo, lo bueno y lo malo.

Pero luego lo pienso con más calma y he de decir que si pongo en una balanza los buenos y los malos momentos, pesan más los buenos, aunque hayan sido menores en número, pero mayores en la intensidad de lo sentido, que los malos. Lo bueno pesa, y pesa mucho. Lo malo es vapor de agua que te reseca la garganta.

He tenido la inmensa suerte de nacer y crecer en una familia rara, sin demasiadas demostraciones de cariño, exceptuando las de mi padre. Eso nos curtió tanto que creo que nos convirtió en seres alienados con una mayor capacidad de sufrimiento sin que se nos notase en absoluto. Si la gente nos trataba con desidia pensábamos que eso era lo normal. Ni besos, ni abrazos, ni carantoñas. Nada. Aprendimos a querer a ratos, a remolque de las parejas que tuvimos, de los amores que nos quisieron y a los que no entendimos. Nunca nos dejaron, nosotros dejábamos. Abandonábamos el barco. No nos costaba sufrimiento alguno y olvidábamos, o eso creíamos. En el noventa y cinco por ciento de los casos, todo aflora cuando vas cumpliendo años y te convierte en lo que serás de mayor. Y afloró. Porque todas esas carencias afectivas se pagan. A los hijos hay que quererlos y demostrarles cada día que merece la pena estar aquí porque la recompensa será grande.

No hay que negar nunca el beso que te da un hijo, o su abrazo, o cuando te pasa su teléfono de juguete lleno de babas. Contesta. Es una llamada importante.

Nélida L. del Estal Sastre

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