CON LOS CINCO SENTIDOS
No sé si podré
La nostalgia me invade a veces, es como un velo que me cubre sin yo quererlo, pero que, de manera inexorable, me tapa el rostro y la garganta por completo y me inmoviliza los brazos y las piernas para que no pueda salir y gritar pidiendo auxilio. Me quedo muda, en mi soledad sonora, con mi cerebro bullendo sin poder articular palabra útil que me ayude en esa penosa situación de salir de dentro de mí misma.
Es extenuante. Pienso en una solución momentánea como imaginar situaciones felices, de alegrías compartidas, de risas, de carcajadas, para observar si el velo se disipa. Pero ese velo no es tonto, sabe que intento zafarme de él y me atenaza más aún. En mi cerebro rememoro recuerdos gratos, momentos en los que sentí que merecía la pena estar habitando un mundo que cada vez entiendo menos. El sol, el mar, el amor, el roce de tu piel y tus dedos sobre mi rostro y mi cuerpo. Sentirme amada, querida, respetada.
Entonces, poco a poco, retorna la paz a mis conexiones neuronales afligidas, cansadas de tanto cambio emocional. Duermo soñando que todo fue un mal sueño y que tiene sentido por alguna razón que desconozco el martirio del que soy objeto. Para mí, para alguien, no sé. Pero estoy demasiado cansada para siquiera intentar interpretar lo ocurrido.
Morfeo me abraza como cada noche porque en su interior sabe que necesito de sus rotundos brazos para arropar mis pensamientos. Me mima, me habla, me arrulla y caigo cual mariposa con un ala rota entre sus oquedades. Allí me quedo, hasta curar. Siempre curo. Siempre. Salgo a la mañana siguiente con colores renovados en mis alas, para que el devenir de la vida y del tiempo vuelvan, de nuevo, a herirme. Pero estoy dispuesta a ello. Miro al miedo a la cara y le digo “aquí me tienes, otra vez”.
Nélida L. del Estal Sastre
La nostalgia me invade a veces, es como un velo que me cubre sin yo quererlo, pero que, de manera inexorable, me tapa el rostro y la garganta por completo y me inmoviliza los brazos y las piernas para que no pueda salir y gritar pidiendo auxilio. Me quedo muda, en mi soledad sonora, con mi cerebro bullendo sin poder articular palabra útil que me ayude en esa penosa situación de salir de dentro de mí misma.
Es extenuante. Pienso en una solución momentánea como imaginar situaciones felices, de alegrías compartidas, de risas, de carcajadas, para observar si el velo se disipa. Pero ese velo no es tonto, sabe que intento zafarme de él y me atenaza más aún. En mi cerebro rememoro recuerdos gratos, momentos en los que sentí que merecía la pena estar habitando un mundo que cada vez entiendo menos. El sol, el mar, el amor, el roce de tu piel y tus dedos sobre mi rostro y mi cuerpo. Sentirme amada, querida, respetada.
Entonces, poco a poco, retorna la paz a mis conexiones neuronales afligidas, cansadas de tanto cambio emocional. Duermo soñando que todo fue un mal sueño y que tiene sentido por alguna razón que desconozco el martirio del que soy objeto. Para mí, para alguien, no sé. Pero estoy demasiado cansada para siquiera intentar interpretar lo ocurrido.
Morfeo me abraza como cada noche porque en su interior sabe que necesito de sus rotundos brazos para arropar mis pensamientos. Me mima, me habla, me arrulla y caigo cual mariposa con un ala rota entre sus oquedades. Allí me quedo, hasta curar. Siempre curo. Siempre. Salgo a la mañana siguiente con colores renovados en mis alas, para que el devenir de la vida y del tiempo vuelvan, de nuevo, a herirme. Pero estoy dispuesta a ello. Miro al miedo a la cara y le digo “aquí me tienes, otra vez”.
Nélida L. del Estal Sastre





















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.110