TALENTO Y ELEGANCIA
Zamora: tierra abierta y fraternal
Esta semana de agosto, adelantándose una pizca al ritmo de las estaciones, nos ha sorprendido la lluvia y, días antes, el incendio de Lober de Aliste. Dos mil hectáreas de cultivo han quedado arrasadas y con ellas, los pastos, las colmenas, los palomares y las naves ganaderas. Resulta demoledor ver las fotos de la tierra quemada que ha afectado también a las localidades de Domez y de Vegalatrave. Imagino las caras y la pesadumbre de sus gentes; gentes apegadas a las tierras pardas y que hacen de ellas, su modus vivendi.
Desde hace varios meses, nos venimos preguntado si el sentirnos vulnerables como consecuencia de la pandemia nos va a convertir, a la corta, o a la larga, en mejores personas. Mayoritariamente, la gente se decanta por el no y además lo argumentan con cierta dosis de rotundidad. Sin embargo, me resisto a pensar que esto sea así. Siempre he creído que la bondad es una cualidad consustancial a toda persona equilibrada.
Si queremos saber si la sociedad se está volviendo mejor o peor, tenemos que observar las actuaciones de sus gentes, porque la sociedad, como categoría abstracta, aterriza a través del actuar de las personas. Toca por tanto indagar en el proceder individual y libre de cada quién.
La pregunta que se hacían los ganaderos de la zona afectada por el fuego ha sido: ¿Qué va a comer nuestro ganado a partir de ahora? Y toda pregunta bien planteada al universo obtiene una respuesta acertada. Y así ha sido. La solidaridad ha viajado en tractores cargados con trescientos mil kilos de paja dirigidos a las localidades afectadas. Recordé con esta iniciativa ejemplarizante de un grupo de jóvenes agricultores y ganaderos, la etimología de la palabra compañero, que procede del latín “cumpanis’” (cum: con y panis: pan), cuyo significado es “compartiendo el pan” o “los que comparten el pan”. Con esta gestión eficaz, se ha podido comprobar que la fórmula compuesta por los ingredientes de compañerismo y bondad ha resultado óptima.
Este gremio agro-ganadero, no solamente ha demostrado con su actuación que la fraternidad existe; además ha puesto en valor aquello de hacer buenas migas, sin necesidad de retrotraernos a tiempos pretéritos de la trashumancia donde los pastores solían juntarse para comer juntos y en el que cada uno de ellos aportaba algo para un plato común compartido, compuesto principalmente de tocino, ajos, aceite, pan, embutido y agua.
Pareciera que el infierno a través del fuego y el cielo, a través de las buenas acciones, decidieron posarse sobre la tierra zamorana. Tras el fuego, vino la lluvia. Olor a lluvia y a tierra mojada.
El sonido sostenido, constante y leve del goteo cristalino de agua que cae sobre la tierra quemada. Gotas de agua incontables. Perseidas de plata que se dibujaron sobre el fondo oscuro del cielo en la noche y que formaron un espejo para reflejar el brillo de la luna, mientras la solidaridad se preparaba para viajar en tractores cargados de paja.
Lorena Hernández del Río
Esta semana de agosto, adelantándose una pizca al ritmo de las estaciones, nos ha sorprendido la lluvia y, días antes, el incendio de Lober de Aliste. Dos mil hectáreas de cultivo han quedado arrasadas y con ellas, los pastos, las colmenas, los palomares y las naves ganaderas. Resulta demoledor ver las fotos de la tierra quemada que ha afectado también a las localidades de Domez y de Vegalatrave. Imagino las caras y la pesadumbre de sus gentes; gentes apegadas a las tierras pardas y que hacen de ellas, su modus vivendi.
Desde hace varios meses, nos venimos preguntado si el sentirnos vulnerables como consecuencia de la pandemia nos va a convertir, a la corta, o a la larga, en mejores personas. Mayoritariamente, la gente se decanta por el no y además lo argumentan con cierta dosis de rotundidad. Sin embargo, me resisto a pensar que esto sea así. Siempre he creído que la bondad es una cualidad consustancial a toda persona equilibrada.
Si queremos saber si la sociedad se está volviendo mejor o peor, tenemos que observar las actuaciones de sus gentes, porque la sociedad, como categoría abstracta, aterriza a través del actuar de las personas. Toca por tanto indagar en el proceder individual y libre de cada quién.
La pregunta que se hacían los ganaderos de la zona afectada por el fuego ha sido: ¿Qué va a comer nuestro ganado a partir de ahora? Y toda pregunta bien planteada al universo obtiene una respuesta acertada. Y así ha sido. La solidaridad ha viajado en tractores cargados con trescientos mil kilos de paja dirigidos a las localidades afectadas. Recordé con esta iniciativa ejemplarizante de un grupo de jóvenes agricultores y ganaderos, la etimología de la palabra compañero, que procede del latín “cumpanis’” (cum: con y panis: pan), cuyo significado es “compartiendo el pan” o “los que comparten el pan”. Con esta gestión eficaz, se ha podido comprobar que la fórmula compuesta por los ingredientes de compañerismo y bondad ha resultado óptima.
Este gremio agro-ganadero, no solamente ha demostrado con su actuación que la fraternidad existe; además ha puesto en valor aquello de hacer buenas migas, sin necesidad de retrotraernos a tiempos pretéritos de la trashumancia donde los pastores solían juntarse para comer juntos y en el que cada uno de ellos aportaba algo para un plato común compartido, compuesto principalmente de tocino, ajos, aceite, pan, embutido y agua.
Pareciera que el infierno a través del fuego y el cielo, a través de las buenas acciones, decidieron posarse sobre la tierra zamorana. Tras el fuego, vino la lluvia. Olor a lluvia y a tierra mojada.
El sonido sostenido, constante y leve del goteo cristalino de agua que cae sobre la tierra quemada. Gotas de agua incontables. Perseidas de plata que se dibujaron sobre el fondo oscuro del cielo en la noche y que formaron un espejo para reflejar el brillo de la luna, mientras la solidaridad se preparaba para viajar en tractores cargados de paja.
Lorena Hernández del Río





















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