CON LOS CINCO SENTIDOS
Mi galaxia
La primera vez que ví tu rostro de cerca no reparé en gran cosa, no dejó poso. Oscar Wilde se equivocó cuando afirmó que “No hay una segunda oportunidad para causar una buena primera impresión”. Sí, se equivocó. Porque no tardamos tú y yo en hablar más y mejor, en discutir sobre temas enjundiosos en los que, a veces, muchas, no encontrábamos un punto de acuerdo. Eso enriquece muchísimo el intelecto. Encontrar a alguien que te aporta otro punto de vista completamente diferente y te completa, aunque discutas de manera enfervorecida con él y cada uno defienda con argumentos sólidos sus propias conclusiones. La vida, los años, te dan una perspectiva de todo. Esa perspectiva no la pueden tener los chavales de 20 años. Es de todo punto imposible.
Para tener argumentos de peso y esgrimirlos ante tu interlocutor, has de haber pasado por un terreno rocoso antes, por vicisitudes que una mente y un cuerpo adolescentes ni han “catado” aún. Por eso sé que cuando hablo contigo, nuestras discusiones, dimes y diretes, se disipan a la mañana siguiente, como se disipa el humo de un cigarrillo. Máxime cuando esas eternas confrontaciones entre el tú y el yo se dirimen en la arena de la cama. Territorio de los gladiadores extremos.
Ahí, en ese territorio, somos uno, indivisible. Tú lames mis heridas y yo las tuyas. Tú me abrazas el alma y yo abrazo la tuya. Tú me llenas con tu torrente y yo recibo y hago florecer la tierra que siembras porque soy la luna, las estrellas y el calendario de las cosechas. Soy el lago donde pescas los peces más grandes y los más pequeños. El río donde pescas con mosca para luego soltarme y que campe a mis anchas una vez que soy consciente de que no me causarás mal alguno.
De la galaxia de mi cuerpo, con todas sus constelaciones y estrellas, en el cabello azabache ondulado y salvaje que me adorna y en mi cuerpo desnudo, tú eres el Galileo que descubre las curvas, las erosiones y las simas en la longitud de mis piernas y en la latitud de mis senos. Eres el dueño del astrolabio que conoce a la perfección dónde estaré y a qué hora. Conoces de mi sino, de mi estancia en esta tierra, del placer de besarme y del clímax de tenerme unos instantes, como si fuera una estrella fugaz. Sabes que soy, que estaré, pero no duraré si no me amarras con un cordel a tu vera. Aún así, me deseas a tu lado como a nadie, como a nada. No tengo dueño. No soy ni de mí misma.
Nélida L. del Estal Sastre
La primera vez que ví tu rostro de cerca no reparé en gran cosa, no dejó poso. Oscar Wilde se equivocó cuando afirmó que “No hay una segunda oportunidad para causar una buena primera impresión”. Sí, se equivocó. Porque no tardamos tú y yo en hablar más y mejor, en discutir sobre temas enjundiosos en los que, a veces, muchas, no encontrábamos un punto de acuerdo. Eso enriquece muchísimo el intelecto. Encontrar a alguien que te aporta otro punto de vista completamente diferente y te completa, aunque discutas de manera enfervorecida con él y cada uno defienda con argumentos sólidos sus propias conclusiones. La vida, los años, te dan una perspectiva de todo. Esa perspectiva no la pueden tener los chavales de 20 años. Es de todo punto imposible.
Para tener argumentos de peso y esgrimirlos ante tu interlocutor, has de haber pasado por un terreno rocoso antes, por vicisitudes que una mente y un cuerpo adolescentes ni han “catado” aún. Por eso sé que cuando hablo contigo, nuestras discusiones, dimes y diretes, se disipan a la mañana siguiente, como se disipa el humo de un cigarrillo. Máxime cuando esas eternas confrontaciones entre el tú y el yo se dirimen en la arena de la cama. Territorio de los gladiadores extremos.
Ahí, en ese territorio, somos uno, indivisible. Tú lames mis heridas y yo las tuyas. Tú me abrazas el alma y yo abrazo la tuya. Tú me llenas con tu torrente y yo recibo y hago florecer la tierra que siembras porque soy la luna, las estrellas y el calendario de las cosechas. Soy el lago donde pescas los peces más grandes y los más pequeños. El río donde pescas con mosca para luego soltarme y que campe a mis anchas una vez que soy consciente de que no me causarás mal alguno.
De la galaxia de mi cuerpo, con todas sus constelaciones y estrellas, en el cabello azabache ondulado y salvaje que me adorna y en mi cuerpo desnudo, tú eres el Galileo que descubre las curvas, las erosiones y las simas en la longitud de mis piernas y en la latitud de mis senos. Eres el dueño del astrolabio que conoce a la perfección dónde estaré y a qué hora. Conoces de mi sino, de mi estancia en esta tierra, del placer de besarme y del clímax de tenerme unos instantes, como si fuera una estrella fugaz. Sabes que soy, que estaré, pero no duraré si no me amarras con un cordel a tu vera. Aún así, me deseas a tu lado como a nadie, como a nada. No tengo dueño. No soy ni de mí misma.
Nélida L. del Estal Sastre
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