CONFESIONES
No hice nada que mereciera la pena
No he hecho nada importante en la vida. Tampoco me queda tiempo para dejar huella de mi talento Quizá ya ofrecí motivos para ser considerado un tipo vulgar, uno más entre esa amplia mediocridad que abruma.
Aún no sé para qué he vivido. Preferí amar a que me amaran. En la jerarquía de los placeres, coloque el dar por encima del recibir. No tuve el valor suficiente para irme cuando el tedió y el hastío protagonizaban cualquier relación sensual y sexual, lirica o épica, pulcra o sucia. Provoqué que se marchasen, que creyesen que me abandonaban, que se fueran satisfechas con haberme tirado en una cuneta del camino.
Solo me sentí bien conmigo mismo cuando amé a una mujer, cuando deje de ser yo para convertirme en ella, para olvidarme de mí recordándome en su alma, donde se diluía mi cuerpo.
No sé si me amaron. Tampoco importa. Sepulté parte de mi ego en el ataúd del tiempo. La vanidad es un peldaño más, suficiente y necesario, para subir por la escalera de la estupidez humana.
Hombres y mujeres solo podemos presumir de que somos un algo que se convertirá en nada. Jactarse de una inteligencia privilegiada, presumir de un talento superior, enorgullecerse de una belleza singular cuando solo somos seres efímeros, fugaces, mortales, nos acerca a lo ridículo, absurdo y esperpéntico. Ç
Por mi parte, reitero la confesión con la que abría esta oración: me estoy yendo y no he hecho nada importante durante los años de mi vida.
Eugenio-Jesús de Ávila
No he hecho nada importante en la vida. Tampoco me queda tiempo para dejar huella de mi talento Quizá ya ofrecí motivos para ser considerado un tipo vulgar, uno más entre esa amplia mediocridad que abruma.
Aún no sé para qué he vivido. Preferí amar a que me amaran. En la jerarquía de los placeres, coloque el dar por encima del recibir. No tuve el valor suficiente para irme cuando el tedió y el hastío protagonizaban cualquier relación sensual y sexual, lirica o épica, pulcra o sucia. Provoqué que se marchasen, que creyesen que me abandonaban, que se fueran satisfechas con haberme tirado en una cuneta del camino.
Solo me sentí bien conmigo mismo cuando amé a una mujer, cuando deje de ser yo para convertirme en ella, para olvidarme de mí recordándome en su alma, donde se diluía mi cuerpo.
No sé si me amaron. Tampoco importa. Sepulté parte de mi ego en el ataúd del tiempo. La vanidad es un peldaño más, suficiente y necesario, para subir por la escalera de la estupidez humana.
Hombres y mujeres solo podemos presumir de que somos un algo que se convertirá en nada. Jactarse de una inteligencia privilegiada, presumir de un talento superior, enorgullecerse de una belleza singular cuando solo somos seres efímeros, fugaces, mortales, nos acerca a lo ridículo, absurdo y esperpéntico. Ç
Por mi parte, reitero la confesión con la que abría esta oración: me estoy yendo y no he hecho nada importante durante los años de mi vida.
Eugenio-Jesús de Ávila



















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