CON LOS CINCO SENTIDOS
Aburrimiento vital
Los días se me pasan entre abotargados, pesados y plomizos como un día de lluvia en el norte, mi norte, seguido de una tragedia o de la nada, digno de la novela “Patria” del gran Aramburu; pero mi vida no es tan trágica y apabullante. Es silente. Me congestiona la nariz este respirar lento y trabajoso, me silabean las palabras cuando quieren saltar de mi pecho al aire. Se me pausan, se entrecortan. Parece que entre una palabra y la siguiente hubiese un abismo o un puente levadizo que siempre que intento hablar, está pegado al castillo, para que no pueda entrar, para no poder acceder a la dicha y guarecerme unos instantes bajo su manto. No sé qué extraño pasaje de un libro se ha debido de leer para dar significado a mi existencia, pero debe de ser un libro triste con momentos de gozo intermitentes y fugaces.
El sufrir te hace una persona diferente, eso lo tengo comprobado. No sólo en propia carne, también en carne y mente de otros que he tenido y tengo la suerte de conocer. Personas que enriquecieron a quienes rodearon, aunque estos últimos ni lo sepan aún…Personas que saben lo que es estar a medias de un lado y a medias del otro. Con un pie en cada tramo de la escalera entre la vida y la muerte; entre el todo y la nada. Ellos, todos, me han conformado como un ser único, no lo digo por egolatría, no, lo digo porque han afinado sus instrumentos para saber tocar una melodía lastimera a la par que sublime, preciosa, que te llega hasta la médula.
Cuando los oigo o me escucho a mí misma, siento el tañido de un violonchelo, con ese lloroso quejido que me sobrecoge y me eleva a un cielo sin nubes, sin agua, sin aire.
Mi vida es un lastimero sonido melódico salido de las tripas de un chelo o de un piano. Ese sonido que te deja paralizado en la mitad de la estancia cuando lo sientes penetrar en tu vientre y martillear en tu cerebro. Muchas veces no sé lo que podrá durar, si una ópera completa o sólo un aria. No lo sé. Tampoco gasto mi tiempo en pensarlo demasiado. Estoy tan bien cuando duermo que sólo entonces parece que todo cobre sentido. Yo soy el aria de la ópera. Duro poco, pero es el momento en el que muestro el máximo fulgor para después, desaparecer y hacer mutis por el foro. Me gustan las bambalinas, y las boas de plumas. ; me gustan las cortinas y los vestuarios delirantes. Lo excesivo y la falta de sentido del ridículo. Me gusta lo onírico y no me gusta nada esta vida. Nada.
La acuarela que ilustra mi relato de hoy es de Erica dal Maso.
Nélida L. Del Estal Sastre
Los días se me pasan entre abotargados, pesados y plomizos como un día de lluvia en el norte, mi norte, seguido de una tragedia o de la nada, digno de la novela “Patria” del gran Aramburu; pero mi vida no es tan trágica y apabullante. Es silente. Me congestiona la nariz este respirar lento y trabajoso, me silabean las palabras cuando quieren saltar de mi pecho al aire. Se me pausan, se entrecortan. Parece que entre una palabra y la siguiente hubiese un abismo o un puente levadizo que siempre que intento hablar, está pegado al castillo, para que no pueda entrar, para no poder acceder a la dicha y guarecerme unos instantes bajo su manto. No sé qué extraño pasaje de un libro se ha debido de leer para dar significado a mi existencia, pero debe de ser un libro triste con momentos de gozo intermitentes y fugaces.
El sufrir te hace una persona diferente, eso lo tengo comprobado. No sólo en propia carne, también en carne y mente de otros que he tenido y tengo la suerte de conocer. Personas que enriquecieron a quienes rodearon, aunque estos últimos ni lo sepan aún…Personas que saben lo que es estar a medias de un lado y a medias del otro. Con un pie en cada tramo de la escalera entre la vida y la muerte; entre el todo y la nada. Ellos, todos, me han conformado como un ser único, no lo digo por egolatría, no, lo digo porque han afinado sus instrumentos para saber tocar una melodía lastimera a la par que sublime, preciosa, que te llega hasta la médula.
Cuando los oigo o me escucho a mí misma, siento el tañido de un violonchelo, con ese lloroso quejido que me sobrecoge y me eleva a un cielo sin nubes, sin agua, sin aire.
Mi vida es un lastimero sonido melódico salido de las tripas de un chelo o de un piano. Ese sonido que te deja paralizado en la mitad de la estancia cuando lo sientes penetrar en tu vientre y martillear en tu cerebro. Muchas veces no sé lo que podrá durar, si una ópera completa o sólo un aria. No lo sé. Tampoco gasto mi tiempo en pensarlo demasiado. Estoy tan bien cuando duermo que sólo entonces parece que todo cobre sentido. Yo soy el aria de la ópera. Duro poco, pero es el momento en el que muestro el máximo fulgor para después, desaparecer y hacer mutis por el foro. Me gustan las bambalinas, y las boas de plumas. ; me gustan las cortinas y los vestuarios delirantes. Lo excesivo y la falta de sentido del ridículo. Me gusta lo onírico y no me gusta nada esta vida. Nada.
La acuarela que ilustra mi relato de hoy es de Erica dal Maso.
Nélida L. Del Estal Sastre






























Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.27