CON LOS CINCO SENTIDOS
Esta vida...
No sé en qué momento me empecé a plantear que no merece la pena seguir adelante cuando todo el que me rodea no vislumbra mis ansias por seguir, por hacer las cosas bien y continuar con el empeño que me ha caracterizado siempre por hacer que todo fluya y se haga realidad. Hay lugares comunes inciertos y dolorosos de los que no se sale, aunque los superaras; para los demás, aún estás en vías de superarlos. Da igual que muestres la verdad, tu verdad, a los ojos de todos, si el que ha de verlo no tiene posada su mirada en ello. Da igual. Seguirá pensando que eras esto o lo otro, o aquello. ¡Qué más da! Puedes esforzarte al máximo de tu potencial, ser lo que otros (que no tú) quieren que seas para agradar y hacer que te tengan en cuenta. Da lo mismo. Si un día, o quizá dos, fallaste, habrás fallado para siempre y siempre, esa maldita y perdurable palabra, siempre, serás fallido. No hay salida. Errarás una vez y se te tendrá en cuenta incluso cuando estés muerto y enterrado. Te recordarán por tu equivocación y no por tus múltiples logros. Es así. El ser humano, el de más baja estofa, te juzgará siempre y en todo lugar por lo que una vez hiciste y que estuvo medianamente mal, aunque no dañase a casi nadie, quizá a ti mismo…
No hay solución de continuidad. El mediocre se queda con lo mediocre y no ve más allá, por mucho que lo intentes. Nada borrará de su mezquina memoria un estúpido y pasajero fallo puntual. Tú serás ese fallo, personalizado, con sello de entrada y salida para la administración del corazón del que así te ve y te mira, pero ni te ve ni te escucha.
Es agotador ser uno mismo en un mundo licuado de fotos retocadas hasta el paroxismo. Se retoca el ego, la mente, los pensamientos, las ideas, el yo. Todo es “retocable” de cara a la galería. Pero si, siendo de ley, muestras una jodida vez que fuiste débil, hay personas, el noventa por ciento, que sólo verán tu falla. Nunca tu valía.
Agota ser uno mismo en un mundo en el que ser uno mismo y decir lo que piensas te resta amistades, amores y vida. Un asco. Fin.
P.D: La acuarela que ilustra mi relato de hoy es de Erica dal Maso.
Nélida L. del Estal Sastre.
No sé en qué momento me empecé a plantear que no merece la pena seguir adelante cuando todo el que me rodea no vislumbra mis ansias por seguir, por hacer las cosas bien y continuar con el empeño que me ha caracterizado siempre por hacer que todo fluya y se haga realidad. Hay lugares comunes inciertos y dolorosos de los que no se sale, aunque los superaras; para los demás, aún estás en vías de superarlos. Da igual que muestres la verdad, tu verdad, a los ojos de todos, si el que ha de verlo no tiene posada su mirada en ello. Da igual. Seguirá pensando que eras esto o lo otro, o aquello. ¡Qué más da! Puedes esforzarte al máximo de tu potencial, ser lo que otros (que no tú) quieren que seas para agradar y hacer que te tengan en cuenta. Da lo mismo. Si un día, o quizá dos, fallaste, habrás fallado para siempre y siempre, esa maldita y perdurable palabra, siempre, serás fallido. No hay salida. Errarás una vez y se te tendrá en cuenta incluso cuando estés muerto y enterrado. Te recordarán por tu equivocación y no por tus múltiples logros. Es así. El ser humano, el de más baja estofa, te juzgará siempre y en todo lugar por lo que una vez hiciste y que estuvo medianamente mal, aunque no dañase a casi nadie, quizá a ti mismo…
No hay solución de continuidad. El mediocre se queda con lo mediocre y no ve más allá, por mucho que lo intentes. Nada borrará de su mezquina memoria un estúpido y pasajero fallo puntual. Tú serás ese fallo, personalizado, con sello de entrada y salida para la administración del corazón del que así te ve y te mira, pero ni te ve ni te escucha.
Es agotador ser uno mismo en un mundo licuado de fotos retocadas hasta el paroxismo. Se retoca el ego, la mente, los pensamientos, las ideas, el yo. Todo es “retocable” de cara a la galería. Pero si, siendo de ley, muestras una jodida vez que fuiste débil, hay personas, el noventa por ciento, que sólo verán tu falla. Nunca tu valía.
Agota ser uno mismo en un mundo en el que ser uno mismo y decir lo que piensas te resta amistades, amores y vida. Un asco. Fin.
P.D: La acuarela que ilustra mi relato de hoy es de Erica dal Maso.
Nélida L. del Estal Sastre.






























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