NOCTURNOS
Me sonreíste, me miraste y te fuiste
No me duele que despreciases mi amor. Me enojé conmigo mismo por querer amarte. Pequé de cándido, de incauto, de simple e ingenuo. ¡Cómo una mujer tan bella y culta como vuesa merced podría enamorarse de un hombre tan grotesco y zafio como este viejo plebeyo! A veces pedimos más de lo que nos puede dar, y también proyectamos nuestro deseo sobre una realidad imposible, utópica. Creí que todavía era joven para enamorar a una dama como tú. No. Ya camino hacia la meta de mi vida. Me resta poco por andar. Me queda subir la pronunciada cuesta de la vejez y, más arriba, en la cumbre, la nada. Después se me recordará unos años, para desaparecer de toda memoria. Habrá fotografías mías en algún álbum familiar que mi nieta enseñará a sus hijos. Y poco más.
Solo intenté amar a una mujer antes de convertirme en desecho de tienta. Te elegí a ti, Ana, porque me pareciste la fémina más atractiva que todavía levitaba por las calles de mi ciudad. Lo tienes todo: guapura, estilo, elegancia, cierto orgullo, como si aún tuvieras 17 años y una vida por delante, y cultura, porque tu estudios y querencia por la lectura construyeron un bagaje intelectual en el edificio de tu cerebro.
Y yo ya no tengo nada que dar. La arruga no es bella, ni para el terciopelo, ni para un rostro, ya sea de hombre o de mujer. Solo retuve amor. Lo tenía guardado en un tarro de esencia, con aroma a delirio, a besos húmedos, a olas de saliva, a mar de deseo, a crema de sexo. Te lo iba a entregar, envuelto en un trozo de mi alma. Te sonreíste. Me miraste. Y te fuiste. El amor duele más cuando se intuye que cuando se agota. ¡
Adiós, ucronía de mi pasión!
Eugenio-Jesús de Ávila
No me duele que despreciases mi amor. Me enojé conmigo mismo por querer amarte. Pequé de cándido, de incauto, de simple e ingenuo. ¡Cómo una mujer tan bella y culta como vuesa merced podría enamorarse de un hombre tan grotesco y zafio como este viejo plebeyo! A veces pedimos más de lo que nos puede dar, y también proyectamos nuestro deseo sobre una realidad imposible, utópica. Creí que todavía era joven para enamorar a una dama como tú. No. Ya camino hacia la meta de mi vida. Me resta poco por andar. Me queda subir la pronunciada cuesta de la vejez y, más arriba, en la cumbre, la nada. Después se me recordará unos años, para desaparecer de toda memoria. Habrá fotografías mías en algún álbum familiar que mi nieta enseñará a sus hijos. Y poco más.
Solo intenté amar a una mujer antes de convertirme en desecho de tienta. Te elegí a ti, Ana, porque me pareciste la fémina más atractiva que todavía levitaba por las calles de mi ciudad. Lo tienes todo: guapura, estilo, elegancia, cierto orgullo, como si aún tuvieras 17 años y una vida por delante, y cultura, porque tu estudios y querencia por la lectura construyeron un bagaje intelectual en el edificio de tu cerebro.
Y yo ya no tengo nada que dar. La arruga no es bella, ni para el terciopelo, ni para un rostro, ya sea de hombre o de mujer. Solo retuve amor. Lo tenía guardado en un tarro de esencia, con aroma a delirio, a besos húmedos, a olas de saliva, a mar de deseo, a crema de sexo. Te lo iba a entregar, envuelto en un trozo de mi alma. Te sonreíste. Me miraste. Y te fuiste. El amor duele más cuando se intuye que cuando se agota. ¡
Adiós, ucronía de mi pasión!
Eugenio-Jesús de Ávila


















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.122