Ser nada

No temo a la muerte. Puede entrar en mi casa cuando lo desee. Me das más miedo la vida. Cuando sea nada, no sufriré por amar a quién no me amó. Mientras existo, la siento, la deseo, la quiero. Ella pudo haberme acompañado en lo que me queda de camino para llegar a ninguna parte. Me comporté como un caballero: educado, espléndido, agradable, abierto a sus conversaciones, a sus cuitas, a sus anhelos. Le di lo que me pidió. Nunca, es cierto, me mostró cariño, ternura, pasión. Solo fui compañía cuando la soledad le abrumaba.

Sin ella, vivo por inercia. No hay motivos para obligar al corazón a que siga marcando el ritmo de mi vida. Soy un pusilánime. Carezco de valor para poner fin a este absurdo de vivir. ¿Para qué? Por unos segundos de dicha, recibimos horas de penas, de dolores en la carne, de melancolía en el alma. Solo el amor funciona como el agua del río Leteo, que, tras beberla, olvidas. Yo bebí de su belleza, de la hermosura de su espíritu, del talento de su cerebro. Me embriagué con su carne, me emborraché con la dulzura de sus senos, me alcoholicé en el valle de sus ingles, en la cordillera de su pubis.

Mi amor ya no cotiza el mercador del placer. Se me desprecia. Condenado a morirme en soledad, sin que nadie cierre mis ojos, que ya serán ciegos a la belleza, al arte, a la poesía, no me pidáis una sonrisa, que os cuente un chiste, que cante a la luna, ni que escriba más cartas de pasión. Me estoy yendo. Sé que llegaré pronto al final. Tampoco me espera nadie. La nada.

Eugenio-Jesús de Ávila