ZAMORANA
Por un puñado de votos
Quiero que la ira no me domine cuando me sienta impotente ante la ineptitud o las malas artes; porque puedo perdonar al analfabeto, al inculto, al iletrado, a aquel que carece de una base académica y eso le permite escudarse en palabras gruesas ante personas o situaciones que detesta; los entiendo y puedo disculparlos; sin embargo a esa élite de gente ilustre, políticos, periodistas, tertulianos, todos con un título universitario que consiguieron con estudio y algunos con trapicheos como ya se ha demostrado, a esos no les perdono la incongruencia, ni que jueguen con el engaño, ni que sean incoherentes entre lo que pregonan y lo que viven.
Escuché en una ocasión una frase que decía “la izquierda es solo una derecha que no ha llegado”. Entiendo que a todos nos domina el sentimiento de alcanzar los mayores logros posibles para vivir mejor, para disfrutar de una buena casa y una vida llena de todo aquello que cada cual anhela; sin embargo cuando se va por ahí criticando a quien lo ha logrado y tachándole por ello de ser “de derechas”, eufemismo ya tan rancio como arcaico que deberíamos desterrar de nuestro vocabulario, ya que no conduce sino a una torva manipulación interesada, pues me sorprende la incoherencia de muchos de quienes pregonan una cosa y viven otra. Recuerdo así, de pronto, a una conocida artista que no faltaba al mitin del 1 de Mayo, para reivindicar al proletariado, pero luego se refugiaba en su espléndido chalet y era la musa de un destacado diseñador de alta costura, o más recientemente a esos progres políticos reivindicativos que, en cuanto pueden, disfrutan de los privilegios que habían criticado a los que con desmedida inquina llamaban “de derechas” olvidándose con suma facilidad de los pretendidos valores proletarios que no hace tanto reivindicaban.
La incongruencia a la que nos tiene acostumbrados este gobierno falaz y sumido en el descrédito es tal, que son muchas las personas que ya no se dejan convencer, ni siquiera sus propios correligionarios. No puedo por menos de sentir vergüenza ajena cuando, repasando la hemeroteca -ese bendito tesoro que ya no esconde las vergüenzas de la gente, sino que las saca a relucir con sus drásticos cambios de opinión- aparece nuestro rutilante presidente diciendo perlas como:
“No podría dormir por la noche con Iglesias en el gobierno”. (2019)
“Con Bildu no vamos a pactar. Si quiere se lo repito cinco veces o veinte. Con Bildu, se lo repito, no vamos a pactar”. (2015)
“Con Bildu no se acuerda nada”, (2019)
"Muchas de las reformas que son necesarias en España requieren de aportaciones ideológicas procedentes tanto del centro derecha como del centro izquierda que representamos Ciudadanos y el PSOE. No entiendo de dónde saca Pablo Iglesias tanto odio y rencor con el PSOE". (2016)
Y así podría seguir enumerando una deshonrosa lista de declaraciones que luego ha rebatido sin que haya consecuencias por ello, tan solo su descrédito que crece cada día, aunque eso, mientras esté acomodado en el poder, parece no importarle.
Cuando era niña me llamaba mucho la atención que mi abuelo sellara sus pactos con un apretón de manos y eso era palabra de ley. No era solo él quien lo hacía de ese modo; en mi pueblo, un pueblo pequeño de esos que ahora pretenden ignorar, los tratos, las compras o las ventas se hacían con lealtad, estrechándose las manos, la palabra era más importante que un papel escrito y quien rompía el trato era denostado, apartado por los demás porque “no tenía palabra” o “porque no había cumplido”.
A veces me pregunto qué pensarían aquellos buenos hombres que yacen ahora bajo tierra, si pudieran contemplar el abominable espectáculo de que los representantes políticos que gobiernan este país, con su presidente a la cabeza, hagan de la contradicción el principio por el que se rigen.
Nos ha tocado vivir malos tiempos; impera la ausencia de los valores mas elementales como decir la verdad, ser honrado, ser congruente, respetar la palabra dicha, ser fiel a las ideas y defenderlas, tener objetivos, no venderse por un puñado de votos, practicar la lealtad con uno mismo y para con los demás, admitir las ideas ajenas si son buenas, independientemente del grupo político que las proponga, contar con todos en pro del bien común…. Si se pusieran en valor algunos de estos conceptos, si el gobierno lograra regirse por alguno de estos principios, si se aprendiera a rectificar cuando se está errado, con humildad y sin prepotencia, es posible que entráramos en la buena senda; sin embargo, me desmiente el día a día.
Me surge una reflexión: ¿Serán conscientes los gobernantes de este país del ejemplo que están dando, no ya al propio país o al resto de naciones vecinas, sino a sus hijos, a la siguiente generación? ¿Son conscientes de la forma en que van a ser recordados?
Si no es por los ciudadanos, ni por ellos mismos, al menos que piensen en sus hijos, que también van a recibir ese legado que les transmiten a diario plagado de desmentidos, pactos miserables, contradicciones, ausencia de lealtad o mirar para otro lado en esta sociedad tan quebrada por los problemas derivados de una situación pandémica y económica rayana en el caos. Ante todo esto, reitero mi pregunta: ¿Merece la pena todo a cambio de un puñado de votos?
Mª Soledad Martín Turiño
Quiero que la ira no me domine cuando me sienta impotente ante la ineptitud o las malas artes; porque puedo perdonar al analfabeto, al inculto, al iletrado, a aquel que carece de una base académica y eso le permite escudarse en palabras gruesas ante personas o situaciones que detesta; los entiendo y puedo disculparlos; sin embargo a esa élite de gente ilustre, políticos, periodistas, tertulianos, todos con un título universitario que consiguieron con estudio y algunos con trapicheos como ya se ha demostrado, a esos no les perdono la incongruencia, ni que jueguen con el engaño, ni que sean incoherentes entre lo que pregonan y lo que viven.
Escuché en una ocasión una frase que decía “la izquierda es solo una derecha que no ha llegado”. Entiendo que a todos nos domina el sentimiento de alcanzar los mayores logros posibles para vivir mejor, para disfrutar de una buena casa y una vida llena de todo aquello que cada cual anhela; sin embargo cuando se va por ahí criticando a quien lo ha logrado y tachándole por ello de ser “de derechas”, eufemismo ya tan rancio como arcaico que deberíamos desterrar de nuestro vocabulario, ya que no conduce sino a una torva manipulación interesada, pues me sorprende la incoherencia de muchos de quienes pregonan una cosa y viven otra. Recuerdo así, de pronto, a una conocida artista que no faltaba al mitin del 1 de Mayo, para reivindicar al proletariado, pero luego se refugiaba en su espléndido chalet y era la musa de un destacado diseñador de alta costura, o más recientemente a esos progres políticos reivindicativos que, en cuanto pueden, disfrutan de los privilegios que habían criticado a los que con desmedida inquina llamaban “de derechas” olvidándose con suma facilidad de los pretendidos valores proletarios que no hace tanto reivindicaban.
La incongruencia a la que nos tiene acostumbrados este gobierno falaz y sumido en el descrédito es tal, que son muchas las personas que ya no se dejan convencer, ni siquiera sus propios correligionarios. No puedo por menos de sentir vergüenza ajena cuando, repasando la hemeroteca -ese bendito tesoro que ya no esconde las vergüenzas de la gente, sino que las saca a relucir con sus drásticos cambios de opinión- aparece nuestro rutilante presidente diciendo perlas como:
“No podría dormir por la noche con Iglesias en el gobierno”. (2019)
“Con Bildu no vamos a pactar. Si quiere se lo repito cinco veces o veinte. Con Bildu, se lo repito, no vamos a pactar”. (2015)
“Con Bildu no se acuerda nada”, (2019)
"Muchas de las reformas que son necesarias en España requieren de aportaciones ideológicas procedentes tanto del centro derecha como del centro izquierda que representamos Ciudadanos y el PSOE. No entiendo de dónde saca Pablo Iglesias tanto odio y rencor con el PSOE". (2016)
Y así podría seguir enumerando una deshonrosa lista de declaraciones que luego ha rebatido sin que haya consecuencias por ello, tan solo su descrédito que crece cada día, aunque eso, mientras esté acomodado en el poder, parece no importarle.
Cuando era niña me llamaba mucho la atención que mi abuelo sellara sus pactos con un apretón de manos y eso era palabra de ley. No era solo él quien lo hacía de ese modo; en mi pueblo, un pueblo pequeño de esos que ahora pretenden ignorar, los tratos, las compras o las ventas se hacían con lealtad, estrechándose las manos, la palabra era más importante que un papel escrito y quien rompía el trato era denostado, apartado por los demás porque “no tenía palabra” o “porque no había cumplido”.
A veces me pregunto qué pensarían aquellos buenos hombres que yacen ahora bajo tierra, si pudieran contemplar el abominable espectáculo de que los representantes políticos que gobiernan este país, con su presidente a la cabeza, hagan de la contradicción el principio por el que se rigen.
Nos ha tocado vivir malos tiempos; impera la ausencia de los valores mas elementales como decir la verdad, ser honrado, ser congruente, respetar la palabra dicha, ser fiel a las ideas y defenderlas, tener objetivos, no venderse por un puñado de votos, practicar la lealtad con uno mismo y para con los demás, admitir las ideas ajenas si son buenas, independientemente del grupo político que las proponga, contar con todos en pro del bien común…. Si se pusieran en valor algunos de estos conceptos, si el gobierno lograra regirse por alguno de estos principios, si se aprendiera a rectificar cuando se está errado, con humildad y sin prepotencia, es posible que entráramos en la buena senda; sin embargo, me desmiente el día a día.
Me surge una reflexión: ¿Serán conscientes los gobernantes de este país del ejemplo que están dando, no ya al propio país o al resto de naciones vecinas, sino a sus hijos, a la siguiente generación? ¿Son conscientes de la forma en que van a ser recordados?
Si no es por los ciudadanos, ni por ellos mismos, al menos que piensen en sus hijos, que también van a recibir ese legado que les transmiten a diario plagado de desmentidos, pactos miserables, contradicciones, ausencia de lealtad o mirar para otro lado en esta sociedad tan quebrada por los problemas derivados de una situación pandémica y económica rayana en el caos. Ante todo esto, reitero mi pregunta: ¿Merece la pena todo a cambio de un puñado de votos?
Mª Soledad Martín Turiño




















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