CON LOS CINCO SENTIDOS
Tú entre la multitud
De entre la marabunta de gente que nos rodea, esa que vemos ir y venir de un lado a otro, por calles y avenidas. De entre todos ellos, me fijé en una sola persona. No sé si fueron sus modos amables, su aire aristocrático, su dialéctica parecida a la mía o el color de su mirada interior. ¡Qué sé yo! No me lo preguntes porque ese tipo de cosas sólo suceden cuando el azar forma parte de esta extraña ecuación.
Quizá se trate de una regla de tres simple o de un silogismo, con sus dos premisas, la premisa mayor “voy caminando por la calle sin buscar nada en concreto”, y la premisa menor “nada en concreto eres tú, clavándome los ojos hasta en las entrañas”. Conclusión absolutamente lógica: “no puedo dejar de mirarte a ti y sólo a ti”. Aristóteles estaría orgulloso de mí o puede que le diera exactamente igual este desvarío. Lo mismo sus planteamientos no sean asimilables a la situación en cuestión que nos ocupa.
Me da lo mismo, esos planteamientos sencillos son válidos para mí siglos después, fíjate tú por dónde. Mi mundo difiere del suyo en cientos de aspectos pero confluye en otros muchos. El filósofo y yo no estamos en el mismo sitio, ni tratamos las cuestiones enjundiosas de la vida de la misma manera. Él fue alguien importante, yo no soy nadie. Esa sería la primera diferencia. Él perdura, como perdura su pensamiento. Yo sigo siendo nadie. De aquí al final de mi relato podré extraer otro silogismo…Seguro.
Ya tengo ambas premisas, pero soy optimista y me niego a pensar que una don nadie como yo pueda ser algo para alguien en un determinado momento de su vida, o en varios. Quizá nunca lo sepa y puede que mi impronta quede de manera indeleble en alguna buena persona con la que tuve contacto directo, cercano. Vaya usted a saber. Dicen los expertos en estos temas que las personas como yo sólo pueden causar dos sensaciones extremas y totalmente contradictorias y contrapuestas, a saber: o el más tremendo de los rechazos o la admiración y el amor incondicionales. Pues bien, me parece justo. Así no pierdo un tiempo precioso de la única vida que conoceré en el planeta que habito. No soy de medias tintas, ni de “ahora sí, pero luego puede que no”. Esa manera de ser y de vivir no va conmigo. Nunca lo irá.
Aún soy joven para conocer de más gente de naturaleza envidiosa, repugnante y execrable. Pero, de la misma forma y manera, aún tengo tiempo de solazarme en la visión de un cuadro, en la escucha de una pieza musical que me eleve al séptimo cielo, o en la contemplación de un rostro y de un cuerpo que me inviten a aceptar, de una vez por todas, que el hedonismo no es algo de mediocres o malas personas que sólo piensan en sí mismas. No.
El hedonismo, el quererte y verte entre la multitud, el disfrutarte por encima de la montaña más alta o el más empedrado de los caminos, merece la pena mientras respire, mientras mi corazón bombee sangre y oxígeno y mi cerebro quiera comer de tu plato, lamer tus heridas y sentir tu clímax junto al mío. Sí. Eso es vivir. Lo demás, sólo es pura literatura que no tiene un gran recorrido.
Nélida L. Del Estal Sastre
De entre la marabunta de gente que nos rodea, esa que vemos ir y venir de un lado a otro, por calles y avenidas. De entre todos ellos, me fijé en una sola persona. No sé si fueron sus modos amables, su aire aristocrático, su dialéctica parecida a la mía o el color de su mirada interior. ¡Qué sé yo! No me lo preguntes porque ese tipo de cosas sólo suceden cuando el azar forma parte de esta extraña ecuación.
Quizá se trate de una regla de tres simple o de un silogismo, con sus dos premisas, la premisa mayor “voy caminando por la calle sin buscar nada en concreto”, y la premisa menor “nada en concreto eres tú, clavándome los ojos hasta en las entrañas”. Conclusión absolutamente lógica: “no puedo dejar de mirarte a ti y sólo a ti”. Aristóteles estaría orgulloso de mí o puede que le diera exactamente igual este desvarío. Lo mismo sus planteamientos no sean asimilables a la situación en cuestión que nos ocupa.
Me da lo mismo, esos planteamientos sencillos son válidos para mí siglos después, fíjate tú por dónde. Mi mundo difiere del suyo en cientos de aspectos pero confluye en otros muchos. El filósofo y yo no estamos en el mismo sitio, ni tratamos las cuestiones enjundiosas de la vida de la misma manera. Él fue alguien importante, yo no soy nadie. Esa sería la primera diferencia. Él perdura, como perdura su pensamiento. Yo sigo siendo nadie. De aquí al final de mi relato podré extraer otro silogismo…Seguro.
Ya tengo ambas premisas, pero soy optimista y me niego a pensar que una don nadie como yo pueda ser algo para alguien en un determinado momento de su vida, o en varios. Quizá nunca lo sepa y puede que mi impronta quede de manera indeleble en alguna buena persona con la que tuve contacto directo, cercano. Vaya usted a saber. Dicen los expertos en estos temas que las personas como yo sólo pueden causar dos sensaciones extremas y totalmente contradictorias y contrapuestas, a saber: o el más tremendo de los rechazos o la admiración y el amor incondicionales. Pues bien, me parece justo. Así no pierdo un tiempo precioso de la única vida que conoceré en el planeta que habito. No soy de medias tintas, ni de “ahora sí, pero luego puede que no”. Esa manera de ser y de vivir no va conmigo. Nunca lo irá.
Aún soy joven para conocer de más gente de naturaleza envidiosa, repugnante y execrable. Pero, de la misma forma y manera, aún tengo tiempo de solazarme en la visión de un cuadro, en la escucha de una pieza musical que me eleve al séptimo cielo, o en la contemplación de un rostro y de un cuerpo que me inviten a aceptar, de una vez por todas, que el hedonismo no es algo de mediocres o malas personas que sólo piensan en sí mismas. No.
El hedonismo, el quererte y verte entre la multitud, el disfrutarte por encima de la montaña más alta o el más empedrado de los caminos, merece la pena mientras respire, mientras mi corazón bombee sangre y oxígeno y mi cerebro quiera comer de tu plato, lamer tus heridas y sentir tu clímax junto al mío. Sí. Eso es vivir. Lo demás, sólo es pura literatura que no tiene un gran recorrido.
Nélida L. Del Estal Sastre





















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