ZAMORANA
Respuestas a un alma dañada
Es fácil bajar a los infiernos, a veces solo es necesaria una mala palabra de esas que se hunden en el corazón como un afilado estilete; otras veces un gesto es suficiente, un mal semblante desilusiona como un mazazo la alegría que has puesto al dar una buena noticia; a veces incluso una mirada, o la ausencia de mirada, o que no te hagan caso, o que no seas importante para la persona que amas, es suficiente para hacerte sentir algo tan ínfimo, tan pequeño que tu existencia resulte casi miserable.
No es difícil bajar a los infiernos, basta con que no nos amen, con que no nos lo manifiesten, con que nos humillen, con que nos envidien… todo puede hacer daño si uno está receptivo y si uno no hace caso a la exhortación de Eleanor Roosevelt, esa que dice: “nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento”; pero a veces damos de manera voluntaria ese consentimiento para que nos hagan daño y hasta llega un momento en que incluso creemos merecer nuestra fatídica suerte. Llegar a ese punto es traspasar la barrera de la falta de amor, de no quererse ni ser importante para uno mismo y así se acaba ahí abajo, en ese pozo tan hondo, tan negro, tan oscuro y tan frio, parece que no va a llegar la redención, que es un sueño tenebroso, una pesadilla y será así mientras sigamos sintiéndonos tan vencidos. El hundimiento moral se manifiesta, además, con secuelas físicas, malestares, dolores… toda una cohorte de sentimientos negativos que se instalan en el corazón, en el alma o en el pensamiento para carcomernos desde dentro.
Preguntas:”¿dónde está la solución?”; es fácil, la solución está en uno mismo, en no creerse las lisonjas, en no creerse nada, en desconfiar, en tener un as guardado en la manga, en no ceder a los halagos. Y me respondes: “eso es muy trise”; pero no, no lo es cuando te curtes, cuando tu piel deja de ser blanda y vulnerable, cuando se acaba la sensiblería y dejas de creer en tiernas promesas que nunca van a cumplirse, o cuando escuchas como te regalan los oídos, siempre que luego sonrías socarronamente sabiendo que todo forma parte de un juego en un momento, en un lugar, y que se desvanecerá al menor contratiempo como se disipan las gotas de agua cuando les acomete con fuerza la luz del sol.
“¿Entonces, ¿cómo se puede sobrevivir?”, me preguntas. Es difícil, pero lo mejor es tener la espalda ancha para que te resbalen las injurias, los improperios, las calumnias o el daño; y la mente muy abierta porque si una persona te perjudica, siempre habrá otra en la que te puedas refugiar y entonces descubrirás quienes son de verdad los amigos y las personas que te quieren. Hay que tener los ojos siempre abiertos, no bajar la guardia; no es preciso ser insensible pero sí ser consciente y realista porque en este mundo nada es fácil, hay que ganárselo todo, desde el pan con el trabajo diario, hasta el amor, la soledad deseada, el dinero, la fama o todo aquello que cada cual anhele; nada es gratis ni viene llovido del cielo, por todo hay que pagar un precio y es necesario saber si uno está dispuesto a costearlo porque en ese camino es probable que lo consigas y entonces llegarás a lo más alto, brillarás, serás feliz y habrás alcanzado tus metas; pero si no lo logras, es probable que acabes en el pozo oscuro del que te hablé, y entonces tendrás que volver a empezar, pero siempre con la intención de luchar, de no quedarte ahí abajo porque fuera espera una vida maravillosa llena de cosas bellas para que las disfrutes con la persona adecuada, con la situación adecuada y con tu mejor disposición.
Mª Soledad Martín Turiño
Es fácil bajar a los infiernos, a veces solo es necesaria una mala palabra de esas que se hunden en el corazón como un afilado estilete; otras veces un gesto es suficiente, un mal semblante desilusiona como un mazazo la alegría que has puesto al dar una buena noticia; a veces incluso una mirada, o la ausencia de mirada, o que no te hagan caso, o que no seas importante para la persona que amas, es suficiente para hacerte sentir algo tan ínfimo, tan pequeño que tu existencia resulte casi miserable.
No es difícil bajar a los infiernos, basta con que no nos amen, con que no nos lo manifiesten, con que nos humillen, con que nos envidien… todo puede hacer daño si uno está receptivo y si uno no hace caso a la exhortación de Eleanor Roosevelt, esa que dice: “nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento”; pero a veces damos de manera voluntaria ese consentimiento para que nos hagan daño y hasta llega un momento en que incluso creemos merecer nuestra fatídica suerte. Llegar a ese punto es traspasar la barrera de la falta de amor, de no quererse ni ser importante para uno mismo y así se acaba ahí abajo, en ese pozo tan hondo, tan negro, tan oscuro y tan frio, parece que no va a llegar la redención, que es un sueño tenebroso, una pesadilla y será así mientras sigamos sintiéndonos tan vencidos. El hundimiento moral se manifiesta, además, con secuelas físicas, malestares, dolores… toda una cohorte de sentimientos negativos que se instalan en el corazón, en el alma o en el pensamiento para carcomernos desde dentro.
Preguntas:”¿dónde está la solución?”; es fácil, la solución está en uno mismo, en no creerse las lisonjas, en no creerse nada, en desconfiar, en tener un as guardado en la manga, en no ceder a los halagos. Y me respondes: “eso es muy trise”; pero no, no lo es cuando te curtes, cuando tu piel deja de ser blanda y vulnerable, cuando se acaba la sensiblería y dejas de creer en tiernas promesas que nunca van a cumplirse, o cuando escuchas como te regalan los oídos, siempre que luego sonrías socarronamente sabiendo que todo forma parte de un juego en un momento, en un lugar, y que se desvanecerá al menor contratiempo como se disipan las gotas de agua cuando les acomete con fuerza la luz del sol.
“¿Entonces, ¿cómo se puede sobrevivir?”, me preguntas. Es difícil, pero lo mejor es tener la espalda ancha para que te resbalen las injurias, los improperios, las calumnias o el daño; y la mente muy abierta porque si una persona te perjudica, siempre habrá otra en la que te puedas refugiar y entonces descubrirás quienes son de verdad los amigos y las personas que te quieren. Hay que tener los ojos siempre abiertos, no bajar la guardia; no es preciso ser insensible pero sí ser consciente y realista porque en este mundo nada es fácil, hay que ganárselo todo, desde el pan con el trabajo diario, hasta el amor, la soledad deseada, el dinero, la fama o todo aquello que cada cual anhele; nada es gratis ni viene llovido del cielo, por todo hay que pagar un precio y es necesario saber si uno está dispuesto a costearlo porque en ese camino es probable que lo consigas y entonces llegarás a lo más alto, brillarás, serás feliz y habrás alcanzado tus metas; pero si no lo logras, es probable que acabes en el pozo oscuro del que te hablé, y entonces tendrás que volver a empezar, pero siempre con la intención de luchar, de no quedarte ahí abajo porque fuera espera una vida maravillosa llena de cosas bellas para que las disfrutes con la persona adecuada, con la situación adecuada y con tu mejor disposición.
Mª Soledad Martín Turiño



















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