CON LOS CINCO SENTIDOS
Se acerca la Navidad
Quiero que este 2020 se pase ya. No me gusta la Navidad. No me gusta nada. Ni las luces, ni el frío (el frío me mata) ni la falsa modestia de la gentuza que te saluda ahora con efusividad (aunque no te pueda tocar) cuando ni te mira e incluso te desdeña el resto del año. No me gustan estas fechas edulcoradas de regalos y besos de Judas. No me gustan, reitero. Cualquier día podría ser Navidad, o catorce de febrero, o el día de la madre, o del padre. No un día determinado en el calendario para recordarte a tí, mortal, que casi se te pasa regalar algo a tu querida madre, o padre, o mujer o familiar, en un absurdo gran mercado de las emociones que parece que deben manifestarse es esas fechas con mayor preponderancia. Me hastía el tema hasta el más profundo tedio. Máxime este funesto año del diablo que nos ha recordado que sin la salud, no valemos para nada.
Si quieres regalar algo a alguien porque te sale del corazón ver su sonrisa y su sorpresa, cualquier fecha es buena, la mejor, cuando sientes el pálpito de hacerlo. Ese es el momento oportuno y no otro. Hemos convertido el funeral del cristianismo es una fiesta y una apología ceremonial del descontrol y el desenfreno monetario, culinario y sentimental. Este último, de todo punto falso. No es cinismo lo que gasto, es la cruda realidad. Y nos la suda que estemos en plena pandemia. Sí, somos absolutamente gilipollas.
Pantagruélicos festines que no se llevan gente a la tumba de milagro, a lo sumo, a urgencias por algún cólico nefrítico provocado por exceso de sal y ácido úrico, o por coma etílico al abusar del cava, el vino, los copazos y el “porque hoy es hoy y mañana, también”. Todos con el teléfono móvil en la mesa, bien cerquita de la mano para copiar o reenviar hasta el paroxismo los mismos mensajes, fotos o imágenes chorra en movimiento, a los “amigos” que ni saludan en la calle cualquier otro día fuera del período de tiempo que transcurre desde el veintidós de diciembre hasta el seis de enero. Papá Noel, regalos, Reyes Magos, regalos, besos al aire, papel de colores y celofán junto al árbol o la escenificación tamaño de andar por casa, del consabido portal de Belén. Los peques disfrutan muchísimo, de hecho esperan con auténtica ansiedad que lleguen las vacaciones liberadoras en las que todo se permite, “qué gracioso está el niño con su disfraz de reno”, “déjale que coma lo que quiera y trasnoche, estamos en Navidad”, como si la Navidad te diese una especie de patente de corso para hacer lo que nos dé la real gana y arrasar con todo. Pero son niños, única razón para mantener cierta nostalgia en la recámara de los recuerdos.
El auténtico católico, el de verdad, sentirá un profundo pesar porque estas fechas son de recogimiento interior y de amor verdadero por lo sencillo que se aprecia en el día a día. Eso pienso yo. Pero supongo que me dejaré llevar por la marabunta que me obliga a disfrutar aunque no me apetezca mucho, a salir un poquito aunque lo haré con quien me sienta a gusto, y a regalar a quien yo quiera, si quiero. Soy feliz sin grandes artificios y hay mucha gente que piensa como yo, a veces, hasta me sorprendo. Pero que pase todo pronto, por favor, que pase pronto tanto la navidad como este apocalíptico 2020. Ese será el mejor regalo para todos.
Nélida L. del Estal Sastre
Quiero que este 2020 se pase ya. No me gusta la Navidad. No me gusta nada. Ni las luces, ni el frío (el frío me mata) ni la falsa modestia de la gentuza que te saluda ahora con efusividad (aunque no te pueda tocar) cuando ni te mira e incluso te desdeña el resto del año. No me gustan estas fechas edulcoradas de regalos y besos de Judas. No me gustan, reitero. Cualquier día podría ser Navidad, o catorce de febrero, o el día de la madre, o del padre. No un día determinado en el calendario para recordarte a tí, mortal, que casi se te pasa regalar algo a tu querida madre, o padre, o mujer o familiar, en un absurdo gran mercado de las emociones que parece que deben manifestarse es esas fechas con mayor preponderancia. Me hastía el tema hasta el más profundo tedio. Máxime este funesto año del diablo que nos ha recordado que sin la salud, no valemos para nada.
Si quieres regalar algo a alguien porque te sale del corazón ver su sonrisa y su sorpresa, cualquier fecha es buena, la mejor, cuando sientes el pálpito de hacerlo. Ese es el momento oportuno y no otro. Hemos convertido el funeral del cristianismo es una fiesta y una apología ceremonial del descontrol y el desenfreno monetario, culinario y sentimental. Este último, de todo punto falso. No es cinismo lo que gasto, es la cruda realidad. Y nos la suda que estemos en plena pandemia. Sí, somos absolutamente gilipollas.
Pantagruélicos festines que no se llevan gente a la tumba de milagro, a lo sumo, a urgencias por algún cólico nefrítico provocado por exceso de sal y ácido úrico, o por coma etílico al abusar del cava, el vino, los copazos y el “porque hoy es hoy y mañana, también”. Todos con el teléfono móvil en la mesa, bien cerquita de la mano para copiar o reenviar hasta el paroxismo los mismos mensajes, fotos o imágenes chorra en movimiento, a los “amigos” que ni saludan en la calle cualquier otro día fuera del período de tiempo que transcurre desde el veintidós de diciembre hasta el seis de enero. Papá Noel, regalos, Reyes Magos, regalos, besos al aire, papel de colores y celofán junto al árbol o la escenificación tamaño de andar por casa, del consabido portal de Belén. Los peques disfrutan muchísimo, de hecho esperan con auténtica ansiedad que lleguen las vacaciones liberadoras en las que todo se permite, “qué gracioso está el niño con su disfraz de reno”, “déjale que coma lo que quiera y trasnoche, estamos en Navidad”, como si la Navidad te diese una especie de patente de corso para hacer lo que nos dé la real gana y arrasar con todo. Pero son niños, única razón para mantener cierta nostalgia en la recámara de los recuerdos.
El auténtico católico, el de verdad, sentirá un profundo pesar porque estas fechas son de recogimiento interior y de amor verdadero por lo sencillo que se aprecia en el día a día. Eso pienso yo. Pero supongo que me dejaré llevar por la marabunta que me obliga a disfrutar aunque no me apetezca mucho, a salir un poquito aunque lo haré con quien me sienta a gusto, y a regalar a quien yo quiera, si quiero. Soy feliz sin grandes artificios y hay mucha gente que piensa como yo, a veces, hasta me sorprendo. Pero que pase todo pronto, por favor, que pase pronto tanto la navidad como este apocalíptico 2020. Ese será el mejor regalo para todos.
Nélida L. del Estal Sastre




























Mª Soledad Martín Turiño | Domingo, 20 de Diciembre de 2020 a las 14:15:24 horas
Gracias porque al leer tus sentimientos sobre la Navidad no me he sentido tan sola. Yo también detesto estas fiestas de hipocresía, falsedad y consumismo, muy lejos de su auténtico significado: el nacimiento de Cristo.
Parece que todos estamos obligados a repetir los rituales de siempre en este año especial en que deberían estar prohibidas las celebraciones por el riesgo que entrañan; así que me sumo a tus sentimientos para regalar, reunirme o felicitar cuando quiera y a quien me apetezca sin el sometimiento de lo que dictan las normas sociales respecto a estas fiestas que este año no celebraré.
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