Sábado, 27 de Diciembre de 2025

Eugenio de Ávila
Domingo, 20 de Diciembre de 2020
NOCTURNOS

No te pedí nada

No te pedí nada, ni tan si quiera una flor en otoño, ni una hoja seca en la primavera. Nada imposible. Solo que me amases una miaja por…caridad, porque lo merezco, porque no soy tan grotesco, porque sé amar, porque quería amarte por última vez en mi vida de seductor de las palabras, de play boy de la poesía, de casanova de las parcas. ¡Qué te habría costado un beso, una caricia, una frase bonita hacia mi persona!

Soy, a juicio de Marañón, el más claro ejemplo de la “triste bondad”, aquel hombre que lo da todo por su amada, se olvida de sí mismo, solo piensa en ella, desde que se despierta al alba con el canto de la alondra, hasta que el sol llega al orgasmo con la luna para eyacular estrellas, planetas, satélites; galaxias de placer. Y, cuánto más te entregué, menos te interesé. Preferiste al macarra, al adúltero, la jeta, al machista, al menos dotado intelectualmente, pero más preparado para vivir del cuento que se escribe con dinero.

Despreciaste hasta mis obsequios, mis desvelos, mis palabras, mis miradas. No te interesó ni mi pretérito, ni los días que me quedasen por vivir; ni que te construyese una torre de Babel que llegase a mis labios, ni un Arca de Noé que te salvase del diluvio de la mediocridad. Y te pinte un arco iris con todos los colores de los verbos: amar, querer, necesitar, anhelar, vibrar, gozar y vivir.

Me acompañaste un rato en mi muerte, y te fuiste. Leerás mi esquela en el templo de la ucronía. No llorarás. Lo sé. Pero esbozarás una sonrisa, porque recordarás que te bauticé como Carlota, llamándote…ya no me acuerdo, amor de tu nombre, solo sé que quise amarte, alimentarme de tus senos como el recién nacido de los senos de su madre.

No te avergüences de que yo, un tío tan grotesco, poco instruido, un tanto memo, bastante cándido, se enamorase de ti, de tu sonrisa, de tu cuerpo de sirena sin esquemas, de tus ojos de princesa oriental, de tu talento masculino en un cuerpo de hermosa mujer.

Reza por mí desde ya, porque me estoy muriendo de amarte, un virus que ha enfebrecido mi alma, que licua el tuétano de mis huesos y que me ha quedado vacío por dentro.

¡Ay, mi vida, quien pudiera haber sido agua para que me bebieras o vianda para que me masticaras, digirieras y entrase en la última célula de tu cuerpo!

Eugenio-Jesús de Ávila

 

 

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