NOCTURNOS
¡Qué más me da que no me ames!
No voy a negarlo. Desde que tejiste ese silencio que me destroza los tímpanos con palabras que carecen de sombra, desde que olvidaste para arrojarme al vientre del pretérito, desde que me arrancaste el futuro, la vida me hiede, huelo a tristeza, camino hacia atrás, miro del revés.
Pero, por la noche, cuando cierro los ojos y charlo con mi almohada, regreso al pasado y le preguntó a mi espectro si recuerda el primer beso que te robé a traición, o aquellos paseos jugando al esconderite inglés entre los chopos del río duradero, tus andares de gorrión, mi éxtasis cuando dibujaba con mis ojos tu hermosa silueta, el candado que asimos al viaducto medieval, las oraciones antes el Injuriado, cuando casamos nuestras almas ante el ara de tu Cristo.
¿Tienes memoria tú, Dama del Alba, de aquel tiempo de lluvia y ternura, de brisa y caricias, de lunas y nirvanas? Remembranza para volver a amarte, para empezar, de nuevo, a quererte, para creer que aún estás ahí, a la vuelta de mi piel, en una esquina del tiempo.
Eugenio-Jesús de Ávila
No voy a negarlo. Desde que tejiste ese silencio que me destroza los tímpanos con palabras que carecen de sombra, desde que olvidaste para arrojarme al vientre del pretérito, desde que me arrancaste el futuro, la vida me hiede, huelo a tristeza, camino hacia atrás, miro del revés.
Pero, por la noche, cuando cierro los ojos y charlo con mi almohada, regreso al pasado y le preguntó a mi espectro si recuerda el primer beso que te robé a traición, o aquellos paseos jugando al esconderite inglés entre los chopos del río duradero, tus andares de gorrión, mi éxtasis cuando dibujaba con mis ojos tu hermosa silueta, el candado que asimos al viaducto medieval, las oraciones antes el Injuriado, cuando casamos nuestras almas ante el ara de tu Cristo.
¿Tienes memoria tú, Dama del Alba, de aquel tiempo de lluvia y ternura, de brisa y caricias, de lunas y nirvanas? Remembranza para volver a amarte, para empezar, de nuevo, a quererte, para creer que aún estás ahí, a la vuelta de mi piel, en una esquina del tiempo.
Eugenio-Jesús de Ávila


















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