NOCTURNOS
Amarla con palabras
Ella es tan bella que duele. Si la conoces, amigo, evítala, porque te enamorarás perdidamente y jamás te saciaría. Un hombre carece de la capacidad de amar sin límites. Amamos un rato. Ella lo prolongaría hasta la eternidad. Y cuando se marchita su epidermis, quedará su esencia, esa belleza que no se ve, pero que trasluce desde al alma hacia fuera. En verdad, juro que me hipnotizó con su voz, talento y delicadeza.
Yo la adoro. Solo le rezo. Prefiero mantenerme a distancia. No se me ocurre entrar en su templo ni respirar el incienso que se quema en su mirada. No puedo enamorarme de una mujer de la que nunca sabré si es más hermosa que inteligente, o posee más talento que encanto físico.
Esa mujer apareció en mi vida como una virgen. No la buscaba. La encontré a la vuelta de una esquina del tiempo. Su figura la secuestró mi cerebro para deleitarme durante mi ocio, para que inspirara mis textos, para besarla con mis palabras como labios. Enamorarme de esa dama me parece un lujo que un hombre como yo, tan vulgar, tan limitado, tan nada, no se puede permitir.
Una fémina, rodeada de tantas virtudes estéticas y sedimentada con esa inteligencia, no es de nadie, ni tan si quiera de ella misma. La considero una gracia de Dios, un capricho divino para el deleite de manjares exquisitos, para disfrutarla de vez en cuando, como si fuera caviar femenino.
Ella me provoca. No me tienta. No lo pretende. Ignora, dice, que llamen la atención sus encantos. Pero es un arco iris, una pincelada de color sobre un cielo de lluvia y sol, de poesía y prosa; una expresión de arte superior que está y es, que inyecta erotismo, la fragancia del amor, en tu alma. ¡Cómo no puedo amarla más en persona, la amo palabra a palabra, besos de vocales y consonantes, cópula de la sintaxis¡
Eugenio-Jesús de Ávila
Ella es tan bella que duele. Si la conoces, amigo, evítala, porque te enamorarás perdidamente y jamás te saciaría. Un hombre carece de la capacidad de amar sin límites. Amamos un rato. Ella lo prolongaría hasta la eternidad. Y cuando se marchita su epidermis, quedará su esencia, esa belleza que no se ve, pero que trasluce desde al alma hacia fuera. En verdad, juro que me hipnotizó con su voz, talento y delicadeza.
Yo la adoro. Solo le rezo. Prefiero mantenerme a distancia. No se me ocurre entrar en su templo ni respirar el incienso que se quema en su mirada. No puedo enamorarme de una mujer de la que nunca sabré si es más hermosa que inteligente, o posee más talento que encanto físico.
Esa mujer apareció en mi vida como una virgen. No la buscaba. La encontré a la vuelta de una esquina del tiempo. Su figura la secuestró mi cerebro para deleitarme durante mi ocio, para que inspirara mis textos, para besarla con mis palabras como labios. Enamorarme de esa dama me parece un lujo que un hombre como yo, tan vulgar, tan limitado, tan nada, no se puede permitir.
Una fémina, rodeada de tantas virtudes estéticas y sedimentada con esa inteligencia, no es de nadie, ni tan si quiera de ella misma. La considero una gracia de Dios, un capricho divino para el deleite de manjares exquisitos, para disfrutarla de vez en cuando, como si fuera caviar femenino.
Ella me provoca. No me tienta. No lo pretende. Ignora, dice, que llamen la atención sus encantos. Pero es un arco iris, una pincelada de color sobre un cielo de lluvia y sol, de poesía y prosa; una expresión de arte superior que está y es, que inyecta erotismo, la fragancia del amor, en tu alma. ¡Cómo no puedo amarla más en persona, la amo palabra a palabra, besos de vocales y consonantes, cópula de la sintaxis¡
Eugenio-Jesús de Ávila



















Normas de participación
Esta es la opinión de los lectores, no la de este medio.
Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios inapropiados.
La participación implica que ha leído y acepta las Normas de Participación y Política de Privacidad
Normas de Participación
Política de privacidad
Por seguridad guardamos tu IP
216.73.216.122