NOCTURNOS
Ya no soy un seductor
Vivir es ser otro. Siempre el genio de Pessoa hurgándome en lo poco que cobija mi cráneo. Yo he vivido, pues, mucho, porque fui tú cuando entraste en mi vida sin proponértelo, cuando quise amarte sin conseguirlo. He consumido mi vida amando sin amar, llorando sin lágrimas, lamentándome del éxito, alegrándome del fracaso. No sé todavía si mi fallido intento de seducirte podría definirse como frustración.
Fuiste, cierto es, un sueño posible. No me tomes por vanidoso, pero poseo cualidades para amar a una dama como tú, hermosa y con talento. Yo te ofrecía ética y estética, experiencia y lírica, vapor de agua y lluvia de agosto; de ti quería la piel de tu espalda, la suavidad de tus cejas, la sexualidad de tus andares, el perfume de tus senos, la genialidad de tus respuestas, la prepotencia de tus asertos.
Me tomaste por pijo, cuando a mi edad ya solo se puede ser memoria, recuerdo y, si es menester, olvido. Y ahora, cuando ya salgo de tu vida, sin dar portazos, en calma, sosegado, te confieso mi oculta ambición: que fueras mi última amante, la dama que realizará una profunda catarsis en mi forma de vivir; la fémina a la que dedicase metáforas, a la que condujese al hedonismo de Arístipo de Cirene: hallar el placer más elevado, convertir la cópula en un desafío al amor de Dios, gozar con tu sonrisa, acariciar tus ingles, besar tus rodillas y alejarnos del dolor, del sufrimiento que provoca el deseo que no encuentra su realidad.
Me queda otra reencarnación para amarte hasta reventar de deleite. No te vayas muy lejos.
Deja de vender utopías. Soy culpable de haber querido amarte hasta que se licuara mi carne en el crematorio del tiempo.
Eugenio-Jesús de Ávila
Vivir es ser otro. Siempre el genio de Pessoa hurgándome en lo poco que cobija mi cráneo. Yo he vivido, pues, mucho, porque fui tú cuando entraste en mi vida sin proponértelo, cuando quise amarte sin conseguirlo. He consumido mi vida amando sin amar, llorando sin lágrimas, lamentándome del éxito, alegrándome del fracaso. No sé todavía si mi fallido intento de seducirte podría definirse como frustración.
Fuiste, cierto es, un sueño posible. No me tomes por vanidoso, pero poseo cualidades para amar a una dama como tú, hermosa y con talento. Yo te ofrecía ética y estética, experiencia y lírica, vapor de agua y lluvia de agosto; de ti quería la piel de tu espalda, la suavidad de tus cejas, la sexualidad de tus andares, el perfume de tus senos, la genialidad de tus respuestas, la prepotencia de tus asertos.
Me tomaste por pijo, cuando a mi edad ya solo se puede ser memoria, recuerdo y, si es menester, olvido. Y ahora, cuando ya salgo de tu vida, sin dar portazos, en calma, sosegado, te confieso mi oculta ambición: que fueras mi última amante, la dama que realizará una profunda catarsis en mi forma de vivir; la fémina a la que dedicase metáforas, a la que condujese al hedonismo de Arístipo de Cirene: hallar el placer más elevado, convertir la cópula en un desafío al amor de Dios, gozar con tu sonrisa, acariciar tus ingles, besar tus rodillas y alejarnos del dolor, del sufrimiento que provoca el deseo que no encuentra su realidad.
Me queda otra reencarnación para amarte hasta reventar de deleite. No te vayas muy lejos.
Deja de vender utopías. Soy culpable de haber querido amarte hasta que se licuara mi carne en el crematorio del tiempo.
Eugenio-Jesús de Ávila




















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