COSAS MÍAS
La pandemia interior, la de la amoralidad, la mentira y la indecencia
"Spain is different". Eslogan de Franga cuando el franquismo se desperezaba. Nunca me lo creí. A esta nación la distingue, además de virtudes como la envidia, un sentimiento de deseo de lo que no se tiene, odio hacia uno mismo por esas carencias; la hipocresía y la felonía, por su querencia al nepotismo.
Se enchufó desde Altamaria, en el paleolítico; mientras Cervantes escribía el Quijote, con cualquier sistema, ya monarquía absoluta, repúblicas burguesas y revolucionarias, dictaduras y, por supuesto, durante la democracia contemporánea, que, por mi experiencia, empírico, batió marcas. Políticos y pueblo llano se afanaron en el nepotismo para solucionar sus vidas. Queridas, amantes, hijos, sobrinos (nepote), amigos, toda una fauna social buscó en el poder el favor. Hay verdaderos árboles genealógicos del nepotismo en esta nación. Correspondería a instituciones públicas locales, ayuntamientos y diputaciones, una mayor abundancia en esta práctica secular del “enchufe”. La mediocridad impera en las oficinas donde se todavía se pudiera leer: “Vuelva usted mañana”.
Ahora el fariseísmo aparece en medios de comunicación y partidos en razón de que políticos y militares abusan de su status, de su poder, para ponerse la vacuna antes de que les correspondiese. Lógico. Son españoles. Recuerdo, porque viene a cuento, aserto de Cánovas del Castillo: “Pongan que son españoles los que no pueden ser otra cosa». Y no deja de ser una manera de nepotismo esa falta de respeto por la sociedad de políticos y funcionarios públicos cuando se aborda la vacunación masiva de acuerdo a unas prioridades. Pero se trata de un asunto de vida o muerte, de enfermar para, posiblemente, morirse, o de derrotar al virus chino. Nadie pone la otra mejilla. El yoismo manda.
En tiempos pretéritos, el capitán era el último en abandonar el barco a la deriva, mientras en las grandes tragedias, se respetaba una jerarquía: “Las mujeres y los niños, primero”. Esos códigos éticos, respetados por todos, ricos y pobres, adultos y jóvenes, se perdieron, porque esta sociedad se ha quebrado moralmente, quebranto que siempre precede al hundimiento económico. Cada cual va a lo suyo, porque los muertos, como versificó Bécquer, siempre se mueren solos, aún más en esta tercera ola de la pandemia, que ha descubierto la incapacidad de este Gobierno y de casi todos los autonómicos: la ignorancia ni es de izquierdas ni de derechas, ni tan si quiera de ese centro, hermano ideológico de la entelequia.
Como comprendí ha tiempo, los políticos no descendieron de los cielos, no son extraterrestres, “aliens”, sino que emanan del pueblo, de esta sociedad. Si los que dicen representarnos demostraron sectarismo, corrupción, mediocridad en el ejercicio público, significa que nuestra España padece idénticas enfermedades morales.
Hay una pandemia interior más perniciosa y letal en una mayoría de españoles: la del virus de la amoralidad, de la mentira y de la indecencia. Esa peste acabará quebrando familias, amistades y amores. El hombre, como afirmó Sartre, es una pasión inútil.
Eugenio-Jesús de Ávila
"Spain is different". Eslogan de Franga cuando el franquismo se desperezaba. Nunca me lo creí. A esta nación la distingue, además de virtudes como la envidia, un sentimiento de deseo de lo que no se tiene, odio hacia uno mismo por esas carencias; la hipocresía y la felonía, por su querencia al nepotismo.
Se enchufó desde Altamaria, en el paleolítico; mientras Cervantes escribía el Quijote, con cualquier sistema, ya monarquía absoluta, repúblicas burguesas y revolucionarias, dictaduras y, por supuesto, durante la democracia contemporánea, que, por mi experiencia, empírico, batió marcas. Políticos y pueblo llano se afanaron en el nepotismo para solucionar sus vidas. Queridas, amantes, hijos, sobrinos (nepote), amigos, toda una fauna social buscó en el poder el favor. Hay verdaderos árboles genealógicos del nepotismo en esta nación. Correspondería a instituciones públicas locales, ayuntamientos y diputaciones, una mayor abundancia en esta práctica secular del “enchufe”. La mediocridad impera en las oficinas donde se todavía se pudiera leer: “Vuelva usted mañana”.
Ahora el fariseísmo aparece en medios de comunicación y partidos en razón de que políticos y militares abusan de su status, de su poder, para ponerse la vacuna antes de que les correspondiese. Lógico. Son españoles. Recuerdo, porque viene a cuento, aserto de Cánovas del Castillo: “Pongan que son españoles los que no pueden ser otra cosa». Y no deja de ser una manera de nepotismo esa falta de respeto por la sociedad de políticos y funcionarios públicos cuando se aborda la vacunación masiva de acuerdo a unas prioridades. Pero se trata de un asunto de vida o muerte, de enfermar para, posiblemente, morirse, o de derrotar al virus chino. Nadie pone la otra mejilla. El yoismo manda.
En tiempos pretéritos, el capitán era el último en abandonar el barco a la deriva, mientras en las grandes tragedias, se respetaba una jerarquía: “Las mujeres y los niños, primero”. Esos códigos éticos, respetados por todos, ricos y pobres, adultos y jóvenes, se perdieron, porque esta sociedad se ha quebrado moralmente, quebranto que siempre precede al hundimiento económico. Cada cual va a lo suyo, porque los muertos, como versificó Bécquer, siempre se mueren solos, aún más en esta tercera ola de la pandemia, que ha descubierto la incapacidad de este Gobierno y de casi todos los autonómicos: la ignorancia ni es de izquierdas ni de derechas, ni tan si quiera de ese centro, hermano ideológico de la entelequia.
Como comprendí ha tiempo, los políticos no descendieron de los cielos, no son extraterrestres, “aliens”, sino que emanan del pueblo, de esta sociedad. Si los que dicen representarnos demostraron sectarismo, corrupción, mediocridad en el ejercicio público, significa que nuestra España padece idénticas enfermedades morales.
Hay una pandemia interior más perniciosa y letal en una mayoría de españoles: la del virus de la amoralidad, de la mentira y de la indecencia. Esa peste acabará quebrando familias, amistades y amores. El hombre, como afirmó Sartre, es una pasión inútil.
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