HABLEMOS
Trump se queda
Carlos Domínguez
Víctima de un pucherazo electoral aún por aclarar, Trump ha agotado al menos de momento su periplo político, pero no así lo que representa como movimiento nutrido del descontento de las clases activas y propietarias, dispuestas a reaccionar contra la actual tiranía de lo correcto, en lo político y más todavía en lo ideológico. Dictadura instrumentada por sectores oligárquicos bajo trampantojo del progresismo y sus innúmeras sucursales, sociales, institucionales o mediáticas. Y dictadura cuya verdadera faz es la de un estatismo liberticida que anula al individuo y la persona, desde el ataque frontal a la propiedad privada, su principal medio de defensa.
Haciéndose eco de un conservadurismo refundado sobre bases populares, asimismo alejado de las oligarquías partitocráticas instaladas en el sistema con sus privilegios de casta, Trump es heredero de la era Reagan, presidente de mayor popularidad y carisma en la Norteamérica del último medio siglo. Reagan sufrió idéntico acoso, instigado por élites burocráticas y mediáticas internas y externas, aliadas naturales de las nuevas formas que ha adoptado aquello que nunca dejó de ser internacionalismo, imperialismo socialista y comunista. Ello bajo responsabilidad de una socialdemocracia ocupada, desde los días de la posguerra, en blanquear con ánimo servil el estalinismo, la Komintern y la quiebra del sistema soviético.
Reagan perduró al igual que lo hizo Margaret Thatcher, en el terreno social y político. A su manera Trump vino a demostrarlo, frente a la degradación política representada por Hillary Clinton y el partido demócrata, cuyos modelos fueron, y al parecer siguen siendo, el Roosevelt demagogo y manipulador del New Deal, junto a un Kennedy de cuya estatura política y moral es mejor no acordarse.
Independientemente de un fraude casi seguro, Trump ha refrendado su liderazgo incluso con diez millones de votos más que los obtenidos en su primera elección. El llamado populismo de derechas, como reacción de unas clases medias expropiadas por el latrocinio fiscal de las burocracias sociales, y laminadas por las nuevas ideologías supuestamente blandas de un progresismo de fiel obediencia comunista, llegó para quedarse. Con Trump o sin él, en USA. En Europa, nada mejor que el Brexit para acreditarlo, como el principal y hasta ahora más exitoso triunfo de una ciudadanía libre sobre el diktat de las nuevas clases dominantes, parapetadas tras colosales estructuras burocráticas, gracias a la demagogia plebiscitaria oculta bajo piñata y derroche del mal llamado Bienestar.
Víctima de un pucherazo electoral aún por aclarar, Trump ha agotado al menos de momento su periplo político, pero no así lo que representa como movimiento nutrido del descontento de las clases activas y propietarias, dispuestas a reaccionar contra la actual tiranía de lo correcto, en lo político y más todavía en lo ideológico. Dictadura instrumentada por sectores oligárquicos bajo trampantojo del progresismo y sus innúmeras sucursales, sociales, institucionales o mediáticas. Y dictadura cuya verdadera faz es la de un estatismo liberticida que anula al individuo y la persona, desde el ataque frontal a la propiedad privada, su principal medio de defensa.
Haciéndose eco de un conservadurismo refundado sobre bases populares, asimismo alejado de las oligarquías partitocráticas instaladas en el sistema con sus privilegios de casta, Trump es heredero de la era Reagan, presidente de mayor popularidad y carisma en la Norteamérica del último medio siglo. Reagan sufrió idéntico acoso, instigado por élites burocráticas y mediáticas internas y externas, aliadas naturales de las nuevas formas que ha adoptado aquello que nunca dejó de ser internacionalismo, imperialismo socialista y comunista. Ello bajo responsabilidad de una socialdemocracia ocupada, desde los días de la posguerra, en blanquear con ánimo servil el estalinismo, la Komintern y la quiebra del sistema soviético.
Reagan perduró al igual que lo hizo Margaret Thatcher, en el terreno social y político. A su manera Trump vino a demostrarlo, frente a la degradación política representada por Hillary Clinton y el partido demócrata, cuyos modelos fueron, y al parecer siguen siendo, el Roosevelt demagogo y manipulador del New Deal, junto a un Kennedy de cuya estatura política y moral es mejor no acordarse.
Independientemente de un fraude casi seguro, Trump ha refrendado su liderazgo incluso con diez millones de votos más que los obtenidos en su primera elección. El llamado populismo de derechas, como reacción de unas clases medias expropiadas por el latrocinio fiscal de las burocracias sociales, y laminadas por las nuevas ideologías supuestamente blandas de un progresismo de fiel obediencia comunista, llegó para quedarse. Con Trump o sin él, en USA. En Europa, nada mejor que el Brexit para acreditarlo, como el principal y hasta ahora más exitoso triunfo de una ciudadanía libre sobre el diktat de las nuevas clases dominantes, parapetadas tras colosales estructuras burocráticas, gracias a la demagogia plebiscitaria oculta bajo piñata y derroche del mal llamado Bienestar.





























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