NOCTURNOS
Si hay amor, llegarán las cuitas
Dediqué esa etapa que todos conocemos como “los mejores años de nuestra vida”, a buscar el placer -una seña de identidad muy humana- que me procuraba amar a cualquier mujer. Lo encontré. No me sació.
Créeme: el sexo más sexo cansa, aunque ni tan si quiera el cuerpo lo advierta, más bien te queda un cierto vacío interior, como si una depresión alquilase una habitación en tu alma; para ser más gráfico se llega a sentir una especie de vacío espiritual, una náusea sentimental.
Recuerdo que en contadas ocasiones entraba en el espacio del nirvana. Después del deleite, si reflexionas, si posees cierta sensibilidad, consideras que te has vendido a ti mismo por el más vulgar regocijo.
Y pasan los años y nada cambia. Tras la cópula sin amor, festejada su liturgia, ansiado su advenimiento, si aún sientes un sístole-diástole en el músculo cardiaco del alma, el vacío se apoderada de ti, el ser y la nada.
Y desconoces qué te sucede, por qué adviertes una sensación amarga en la boca de tu espíritu, si lograste lo que pretendías, si tu deseo se convirtió en realidad, si aquella mujer, de formas rotundas, pero de escaso talento, yació contigo.
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Y quizá, si el destino así lo quiso, te quedes sin tiempo para saber que aquello nunca fue amor, sino hedonismo sin lírica, placer sin arte, una distracción efímera. Y un día, sin saber la razón, hallas en una vereda del camino a una dama, que te permite acompañarla durante un trecho, el tiempo suficiente para enamorarte, para prenderte de su forma de ser, de su inteligencia, de su clase.
Entonces, si ella te da permiso para entrar en su alma, comprenderás que no se quiere a través de la carne y que el sudor que emana de tu epidermis cuando la amas huele a vaho de Dios, al perfume de Eva, clorofila del árbol de la vida eterna.
Se sabe que amas cuando sufres, cuando después de amar sigues amando, cuando durante la cópula se detiene el tiempo, te pierdes en tu amada y te niegas a encontrarte contigo mismo. Amar es el big bang del alma. Nada más. Y nunca olvides que, si hay amor, te acompañarán las cuitas. El resto, cárgalo en la morralla de vivir.
Eugenio-Jesús de Ávila
Dediqué esa etapa que todos conocemos como “los mejores años de nuestra vida”, a buscar el placer -una seña de identidad muy humana- que me procuraba amar a cualquier mujer. Lo encontré. No me sació.
Créeme: el sexo más sexo cansa, aunque ni tan si quiera el cuerpo lo advierta, más bien te queda un cierto vacío interior, como si una depresión alquilase una habitación en tu alma; para ser más gráfico se llega a sentir una especie de vacío espiritual, una náusea sentimental.
Recuerdo que en contadas ocasiones entraba en el espacio del nirvana. Después del deleite, si reflexionas, si posees cierta sensibilidad, consideras que te has vendido a ti mismo por el más vulgar regocijo.
Y pasan los años y nada cambia. Tras la cópula sin amor, festejada su liturgia, ansiado su advenimiento, si aún sientes un sístole-diástole en el músculo cardiaco del alma, el vacío se apoderada de ti, el ser y la nada.
Y desconoces qué te sucede, por qué adviertes una sensación amarga en la boca de tu espíritu, si lograste lo que pretendías, si tu deseo se convirtió en realidad, si aquella mujer, de formas rotundas, pero de escaso talento, yació contigo.
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Y quizá, si el destino así lo quiso, te quedes sin tiempo para saber que aquello nunca fue amor, sino hedonismo sin lírica, placer sin arte, una distracción efímera. Y un día, sin saber la razón, hallas en una vereda del camino a una dama, que te permite acompañarla durante un trecho, el tiempo suficiente para enamorarte, para prenderte de su forma de ser, de su inteligencia, de su clase.
Entonces, si ella te da permiso para entrar en su alma, comprenderás que no se quiere a través de la carne y que el sudor que emana de tu epidermis cuando la amas huele a vaho de Dios, al perfume de Eva, clorofila del árbol de la vida eterna.
Se sabe que amas cuando sufres, cuando después de amar sigues amando, cuando durante la cópula se detiene el tiempo, te pierdes en tu amada y te niegas a encontrarte contigo mismo. Amar es el big bang del alma. Nada más. Y nunca olvides que, si hay amor, te acompañarán las cuitas. El resto, cárgalo en la morralla de vivir.
Eugenio-Jesús de Ávila




















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